Si te tocan 130 millones, lo primero es huir de la tele
En el sorteo de Euromillones del viernes había un bote de 130 millones. Y el único boleto ganador (cinco números más dos estrellas) se vendió en la administración de loterías número 270, situada en la Gran Via de les Corts Catalanes de Barcelona. ¡Ah! Nunca había caído en Catalunya un premio de estas colosales dimensiones.
En el programa Tot es mou (TV3) desplazaron al reportero Enric Botella a entrevistar a Eduard Losilla, propietario de esta administración de loterías. Contó que el ganador compró una combinación de las que se generan automáticamente, aleatoriamente. Y que de entre 140 millones de probabilidades de acertar, la fortuna lo eligió a él. Este es el breve relato de este caso tan hermoso. No da para más. Pero hubo un instante que quiero resaltar porque televisivamente es relevante. Cuando el reportero le dijo a Losilla, nada más entrar en su establecimiento: «Usted es el propietario de la administración, pero no es el ganador», el lotero Losilla respondió: «Si fuera el ganador, no estaría aquí». O sea, si fuera el agraciado con los 130 millones estaría lo más lejos posible del foco de una cámara de televisión.
Me parece fundamental esta advertencia. El calé no vol soroll dice el primer mandamiento de todo multimillonario que se precie. Y la tele es un artefacto vulgar que provoca siempre un ruido escandaloso. En 31 años que llevo intentando analizar la tele no recuerdo haber visto nunca sentado en un plató, por ejemplo, a Amancio Ortega, que es la persona más rica de España y la fortuna número 13 del planeta. Un rico de verdad no suele exponerse en la tele. La tele es una jaula llena de pájaros cotillas y fisgones. Solo algunos nuevos ricos, criaturas ingenuas y torpes, caen en ese error.
Tengo grabada en la memoria una estampa televisiva, de finales de los años 80. Una semana de aquel tiempo le tocó a un jugador un premio muy cuantioso de la Lotería Primitiva. Varias decenas de millones, entonces en pesetas. Y esa persona quiso darse a conocer. Las cadenas mandaron cámaras y reporteros inmediatamente. Era un hombre de unos 80 años, de quebrantada apariencia. Iba en silla de ruedas. Los reporteros le preguntaron repetidamente «¿No está contento? ¿No se alegra?». Y aquel aparente ganador, respondió escuetamente: «Me llega un poco tarde este premio». ¡Ahh! El azar puede ser muy cruel. A veces te regala un peine de oro cuando ya no tienes pelo.
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