El Periódico - Castellano

El amigo de Ingrid y Henk

Geert Wilders LÍDER DEL PARTIDO ULTRA DE PAÍSES BAJOS

- POR ALBERT SOLER

Geert Wilders, vendedor de seguros metido a político, ha renunciado a ser primer ministro holandés, a pesar de haber ganado las elecciones. De hecho, los cuatro líderes de los partidos de derecha y ultraderec­ha que llevan desde noviembre tratando de llegar infructuos­amente a un acuerdo de Gobierno en Holanda –aprovecho para rebelarme contra el «Países Bajos», para mí Holanda siempre será Holanda desde que vi jugar por primera vez a Cruyff–, han decidido dar un paso al lado, a ver si así el pacto es posible. Por raro que parezca, en aquel país no conocen la sencilla fórmula española para resolver esos entuertos, que consiste en amnistiar a alguien para conseguir formar gobierno.

Estoy seguro de que en Holanda tienen también algún huido de la justicia, da igual por qué delito se le persiga, dispuesto a ayudar con sus votos a Wilders a cambio de impunidad. Un atracador, un malversado­r, un estafador, un proxeneta, da lo mismo mientras nos asegure el poder. Si en el sur de Europa eso se lleva a cabo con éxito, a pesar de haber perdido las elecciones, con más motivo puede hacerlo en el norte quien las ganó. Hágalo Wilders, que lo primero es alcanzar el gobierno, y no faltarán después quienes sostengan que se trata de una generosa medida de gracia que tiene como único propósito resolver el conflicto holandés. Un conflicto tan grave como el catalán, es decir, inexistent­e.

Wilders tiene amigos imaginario­s. Que nadie se asuste, ya sé que un candidato a primer ministro con amigos imaginario­s no aporta mucha tranquilid­ad, pero se trata de Henk e Ingrid, que representa­n al holandés medio y para quienes dice trabajar, usándolos a menudo en sus alocucione­s. Son como el primo de Rajoy o el conflicto catalán de Pedro Sánchez, a quienes nadie ha visto jamás pero sirven para adornar cualquier discurso.

–Ingrid y Henk están enfadados porque seguimos sin formar Gobierno– dice Wilders, lo cual queda más fino que acordarse de la madre de quienes lo impiden.

A Wilders, pelazo blanco peinado hacia atrás, no le gusta que le califiquen de ultraderec­hista, al fin y al cabo, solo ha estado acusado unas pocas veces de incitación al odio. Entre sus propuestas políticas está rechazar las solicitude­s de asilo, salir de la Unión Europea, terminar con un buen número de regulacion­es medioambie­ntales y prohibir el Corán –libro que equipara a otro

bestseller, Mein Kampf–, si bien él insiste en que todo eso no tiene nada de ultraderec­ha, segurament­e son solo las preocupaci­ones de Henk y de Ingrid. Llegó incluso a emitir en Internet una película realizada por él, Fitna, que consiste en el recitado de versos del Corán. Para eliminar toda sospecha de ultraderec­hismo, aseguró que su modelo político no es otro que Margaret Thatcher, la que fue premier británica. Wilders cuenta con la ventaja de que en Holanda no hay mineros que puedan poner en jaque al Gobierno. Henk no ha trabajado nunca bajo tierra.

Lo que hay en Holanda son molinos y tulipanes. En alguna novela de Gerbrand Bakker -el mejor escritor actual de aquel país– llega incluso a decirse que eso es lo único que hay. Tal vez exagera, hay también futbolista­s. Pero eso significa que no hay delincuent­es a los que indultar a cambio de un puñado de votos, lo que explicaría los problemas que han tenido Wilders y el resto de líderes conservado­res para formar gobierno. No es que sea imposible amnistiar a un molino o a un tulipán, cosas más raras se han visto, pero difícilmen­te una flor o una máquina con aspas tendrán votos que vender.

Su manifiesto político, publicado en 2006, se llama Klare

Wijn, que significa «Vino claro». Se ignora por qué razón le puso un título así en un país de tradición cervecera, aunque todos los politólogo­s coinciden en que, puestos a ponerle nombre vinícola, mucho mejor ese que «Tintorro». En él, critica con saña el sistema político holandés, asegurando que la mayoría de parlamenta­rios se preocupa más por sus carreras personales que por los ciudadanos. En España, esas manifestac­iones causaron la lógica sorpresa, puesto que aquí hemos dado siempre por sentado que esa es la función de los políticos, jamás se nos pasaría por la cabeza que alguien esté en política para beneficiar a alguien que no fuera a sí mismo, o a sus familiares directos tirando largo. Le convendría a Wilders darse una vuelta por España, donde también hay molinos pero no faltan delincuent­es. Regresaría a su país con otra opinión de sus parlamenta­rios: por comparació­n con los españoles, le parecerían todos honrados, empáticos y trabajador­es. Ingrid ha regresado asustada de sus vacaciones en España.

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Ramon van Flymen / AFP Wilders saluda a un colaborado­r en un acto en La Haya, el pasado enero.
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