El Periódico - Castellano

Ser rojo era eso

Pablo Iglesias termina tomando un Negroni en su propio bar

- Albert Soler es periodista

Es de lo más adecuado que la Taberna Garibaldi, que abre hoy sus puertas y supone el debut de Pablo Iglesias en la hostelería, ocupe el local de una antigua peluquería: donde antes le cortaban a uno el pelo, ahora se lo toman. En eso, en tomar el pelo, Iglesias tiene la experienci­a que le falta en hostelería. Parece que fue ayer cuando aterrizó en la política prometiend­o un aire nuevo y renegando de «la casta», cuando lo que pretendía era formar parte de ella. Una aspiración más española que la siesta, a la que supongo que también se abona el nuevo hostelero. Después resultó que ni siquiera lo de «la casta» era original, la expresión ya la usaba Mussolini unas cuantas décadas antes, y también le sirvió para llegar al Gobierno tras organizar unas cuantas manifestac­iones, igual que a Iglesias. Tal vez la intención del Duce era también terminar sus días tras la barra de un bar, dando cháchara a los bebedores solitarios, nunca lo sabremos, una soga colgada en una gasolinera milanesa se interpuso entre su carrera política y su carrera de barman. Si Iglesias le ha puesto a su bar nombre italiano, Mussolini le habría puesto al suyo Taberna Franco. Para compensar, digo.

Parece una paradoja que el político español que más ha confratern­izado con los lacistas, el que les ha apoyado en todas sus pretension­es secesionis­tas, llame a su bar Garibaldi, que fue precisamen­te quien unificó Italia en un solo país. Pero ya ha demostrado Iglesias en su vida, tanto la política como la privada, que la coherencia no está entre sus virtudes, si es que tuviere alguna.

Pablo Iglesias pretendía tomar el cielo y ha terminado tomando un Negroni en su propio bar, que es el sueño de todo político que se precie. Si uno está acostumbra­do a los precios del bar del Congreso y quiere seguir bebiendo barato una vez se retira de la política, no tiene más remedio que abrir su propio bar. Por el camino ha hundido a la izquierda española, pero eso con un par de tragos se olvida. También ha convertido a esa izquierda en un chiste, poniendo a sus cócteles nombres como Durruti o Pasionaria, lo que viene a ser como ponerle orejas de Mickey Mouse al retrato del Che, da igual, todo sea por la casta, digo la pasta, eso se olvida con otro par de tragos más.

Por más que su dueño lo asegure, la Taberna Garibaldi no es para rojos, que esos en general no tienen donde caerse muertos, sino para políticos rojos al estilo Iglesias, a quienes no les faltan billetes para gastar en caprichos y cócteles. Solo se diferencia­n de los de derechas en que suelen ir peor afeitados.

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Albert Soler

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