El Periódico - Castellano

Un fútbol podrido

Todo continuará igual. Cayó en su día Villar. Cayó Rubiales y caerá el rubialismo. Pero no el sistema clientelar que sustenta la putrefacci­ón.

- FRANCISCO CABEZAS

Rubiales, como el rey emérito, siempre fue un tipo campechano, dado a la risotada, al abrazo y a combinar americana con vaqueros de dominguero para las excursione­s. En enero de 2020, la primera vez que los equipos españoles se fueron sin rechistar hasta Arabia Saudí para abrazar la dictadura teocrática y disputar el cuadrangul­ar tramado junto a Gerard Piqué que debía tanto «salvar a las mujeres» del país ajeno como «salvar al fútbol modesto» del país propio, Rubiales visitó Medina, la segunda ciudad santa del Islam junto a La Meca. Se hizo unas cuantas fotos a los pies del monte Uhud, que era donde Mahoma acudía a predicar y lugar de culto para los peregrinos. ¿Recuerdan aquel aforismo que rezaba: Si la montaña no viene a Mahoma, ¿Mahoma va a la montaña?

Rubiales, claro, fue a la montaña. Y lo hizo a su manera. Un sinfín de presidente­s de federacion­es territoria­les, junto a sus esposas, hijos, sobrinos, saludados o los que hubieran querido apuntarse al guateque, se subieron junto a Rubiales al tren de alta velocidad español que une Medina con La Meca. Después, eso sí, de degustar dátiles en un oasis artificial. Como si estuvieran en la playa de Benidorm, pero con la posibilida­d de subirse encima de un camello puesto allí para soportar que aquellos aventurero­s alojaran sus posaderas. Aquellas estampas no podían extrañar conociendo el régimen feudal por el que se ha regido el fútbol español desde los tiempos de Villar y que mantiene a la federación y sus apéndices en limbos consentido­s. Hace un par de semanas, por cierto, eran los Mossos quienes registraba­n la sede de la Federació Catalana gobernada por Joan Soteras por un presunto fraude electoral.

Hasta la República Dominicana quizá no lleguen paellas como de la que dio cuenta Rubiales «entre amigos y amigas» en aquella «jornada de trabajo» que tanto incomodó a su tío Juan, exjefe de gabinete de la federación. Al menos, eso sí, pudo ver los toros desde la barrera caribeña mientras la Guardia Civil registraba las dependenci­as federativa­s y también su domicilio granadino en busca de documentac­ión que acreditara presuntos contratos irregulare­s firmados en los últimos cinco años. Entre ellos, los referidos a las reformas del estadio de La Cartuja sevillano, donde Rubiales quiso montar su propio Wembley de cemento armado imponiendo que la final de la Copa del Rey se disputara allí entre 2020 y 2024.

El día en que Rubiales se negó a dimitir después de llenar de baba los labios de Jenni Hermoso, soltó ante los aplausos de sus asambleari­os: «Se me ha acusado de robar, de cobrar comisiones, de usar dinero federativo mal empleado y de beneficiar ilegalment­e a terceros. Jamás van a demostrar nada de eso». A expensas de que la justicia algún día le contradiga, el fútbol continuará igual. Porque cayó en su día Villar. Cayó Rubiales. Pero no el sistema clientelar que sustenta la putrefacci­ón.

■ Francisco Cabezas es jefe de Deportes de EL PERIÓDICO.

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