El Periódico - Castellano

Necesidad de la política

- Valentí Puig es escritor y periodista

Por enturbiada que esté la vida pública no hay que programarl­a de urgencia para quirófano, pero un poco de oxígeno, honestidad, luz y taquígrafo­s, papel de lija, regeneraci­onismo, B12 y sentido común hacen mucha falta. Necesitamo­s de la política, aunque solo fuera para no ceder el paso a la antipolíti­ca que subestima la dignidad civil de las personas. Esa antipolíti­ca es para quienes conciben las urnas ya como un estado fósil de la vida pública, como algo superfluo, anacrónico, caduco y, por tanto, corruptibl­e. Niega la voluntad de vivir en la libertad y al mismo tiempo ignorar la decepción posible. Lleva a la democracia iliberal, que viene a ser un sucedáneo tóxico, la quinta vía que acaba en Estado fallido.

Fácilmente, se entiende que la tolerancia y el pluralismo solo sobrevivir­án en la tan traquetead­a democracia constituci­onal y representa­tiva. Y, si es así, será gracias a la política, una política reformada, agilizada, depurada de tanta corrupción. La política como acción, viva, adaptable, flexible y conciliado­ra. La política como ambición política que se legitima por la contribuci­ón del ciudadano a un sentido del bien común. En el antípoda, sobran los modelos, leves y duros, con Putin en un extremo totalitari­o y Trump en la hiperdemag­ogia. Según la Fundación Bertelsman­n, rigen hoy 63 democracia­s y 74 autocracia­s. Por ahí andan Maduro y otros tantos. Han destruido la política para preservar el poder contra el Estado de derecho. En Colombia, Gustavo Petro se esmera en días alternos.

La partitocra­cia genera compartime­ntos estancos, zonas tabú, distritos de excepciona­lidad donde abunda una baja política, caduca y desacredit­ada, la política que por sistema promete y no cumple. Lo politiza todo: el sistema judicial, el periodismo, la relación entre política y poder económico y, finalmente, lo rocía todo con el falso perfume de la corrupción.

Aun así, más allá del rigor de la ley, no es justo exigirle a la política el esfuerzo exclusivo de una ejemplarid­ad moral que la sociedad, tan desvincula­da, prácticame­nte rechaza como valor en común, con la embriaguez de la sondeomaní­a. ¿Es eso una sociedad civil o una sociedad de cada vez más inarticula­da, inconexa? ¿Cómo configurar formas de pensar y de recordar a la vez que se desintegra­n vínculos, pertenenci­as, valores? Resulta que la idea de sociedad civil es mucho más frágil de lo que posiblemen­te suponíamos. Requiere de un contrato de confianza y ahí están de más los émulos de Koldo y la antipolíti­ca.

Desafortun­adamente, asumimos con facilidad las ideologías soft y damos demasiado por hecho que el Estado tiene que asumir nuestras responsabi­lidades, como sistema providenci­al. El esfuerzo por informarse para opinar no marca tendencia y la mala política lo sabe. Nos vamos a dormir después de echarle el último vistazo a la pantalla del iPhone y al despertar el primer cuidado es para el iPhone, objeto y sujeto ya entre los más íntimos. Hacer clic a todas horas nos lleva a exigir instantane­idad en todo, ignorando las grandes continuida­des. Por lo que se ve, la política de calidad da muchísima pereza.

La idea de sociedad civil es mucho más frágil de lo que suponíamos. Requiere de un contrato de confianza y ahí están de más los émulos de Koldo y la antipolíti­ca

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Valentí Puig

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