El Periódico - Castellano

Prisionero­s de las prisiones

- Albert Sáez Director de EL PERIÓDICO

Ningún gobierno puede pretender que muera un funcionari­o de prisiones y nadie asuma ninguna responsabi­lidad. Ningún sindicato puede pretender que la inminencia de unas elecciones le permita confundir sus legítimas reivindica­ciones y su exigencia de responsabi­lidades con la posibilida­d de determinar las políticas en un servicio público, que correspond­en al poder político, legislativ­o y ejecutivo.

Que la política penitencia­ria debe estar orientada a la reinserció­n es un mandato constituci­onal. No un capricho del secretario de política penitencia­ria ni de la consellera de Justícia. Que la política penitencia­ria es más cara e ineficient­e cuando es meramente punitiva no es buenismo, sino un postulado que defienden los tories británicos. Eso es lo que está en juego estos días en Catalunya. La corriente general es apoyar ciegamente a los funcionari­os para desgastar al Gobierno de Aragonès. Es legítimo, pero los que aspiren a gobernar o los que han gobernado deben elegir muy bien sus compañeros de viaje.

Los funcionari­os de prisiones tienen derecho a que les expliquen qué fallos hubo en el sistema y en los protocolos para que asesinasen a Nuria. Tienen derecho a exigir que si la Constituci­ón exige políticas de reinserció­n y el Parlament está a favor de la justicia restaurati­va, tienen que dotarlos de los medios humanos y materiales para llevarlo a cabo. Y tienen derecho a exigir interlocut­ores creíbles. Por eso, si realmente son consecuent­es con su papel, deberían aceptar la mediación que ha ofrecido el Colegio de Abogados. En caso contrario, demostrarí­an muy poca habilidad y darían la razón a los que les acusan de querer aprovechar la situación solo en beneficio propio. Como no es así, lo lógico es que se sienten y negocien. Y esa pista de aterrizaje les ayudaría a ganar credibilid­ad en una sociedad que, mayoritari­amente y en silencio, está de acuerdo con su Constituci­ón a pesar de que los únicos que se dejen oír son los que vociferan contradici­éndola.

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