El Periódico - Castellano

Lady Rose Hanbury

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Sarah Rose Cholmondel­ey, nacida Hanbury, tiene una hermana, Marina. No son aristócrat­as de nacimiento (el padre diseñaba páginas web; la madre era diseñadora, también, en este caso de moda), pero sí pertenecen a lo que podríamos llamar la corte de los nobles amigos de la realeza. Al menos por parte de la abuela materna, Elizabeth Lambert, que fue dama de honor en la boda de Isabel II. Toda la vida han mantenido este vínculo gracias a las escuelas de élite y al conjunto de intersecci­ones que se establecen entre los de la clase alta. De modo que, ahora, ambas tienen título nobiliario. Marina Hanbury porque se casó con Edward Lambton, séptimo conde de Durham, y Rose porque también eligió el número 7, en este caso el de Lord David Rocksavage, séptimo marqués de Cholmondel­ey, que debe pronunciar­se Chumley.

Si retrocedem­os hasta el 2005, resulta que el séptimo conde de Durham es propietari­o de una mansión barroca cerca de Roma llamada Villa Cetinale. La hermana Rose acude de vez en cuando a pasar allí sus vacaciones. El entorno es idílico, con un camino majestuoso de cipreses, piscina y no sé cuántas cosas más. Se reúnen miembros de la alta sociedad, políticos, modelos. Es esa cosa tan inglesa de soltarse y disfrutar de la vida loca, lejos del régimen estricto de Eton, que es donde estudió Lambton. Un día, mientras Kate Moss corre también por la Villa, las dos hermanas se fotografía­n en bikini mientras abrazan a un hombre maduro. La imagen llega al Reino Unido y se produce cierto escándalo, porque Villa Cetinale ya tenía cierta fama orgiástica. El hombre maduro se llama Tony Blair.

En medio de aquellas fiestas, Rose Hanbury, nuestra protagonis­ta, conoce al marqués, más de 20 años mayor que ella. Se enamoran y se acaban casando y tienen dos hijos gemelos y, al cabo de un tiempo, una niña. Van a vivir a Houghton Hall, en Norfolk, que es un palacio edificado por un antecesor del marqués, Sir Robert Walpole, en 1720. Construido a la manera del Palladio, el arquitecto renacentis­ta italiano, la casita es majestuosa, enorme y, debe decirse, de un gusto exquisito, respetando la simetría italiana en medio de la ruralidad inglesa. Además, la propiedad, conocida por el símbolo de un gamo blanco, tiene unos jardines ingleses memorables y extensos, el Walled Garden.

Todo esto, hoy, se puede visitar. Los marqueses viven la mar de bien (David Rocksavage, el marqués, tiene un patrimonio estimado de unos 60 millones de libras), pero se montan un sobresueld­o con los turistas, que también pueden entrar en el Model Soldier Museum, la colección de soldados en miniatura más grande del mundo. Como todo es tan grande y tan bonito, la marquesa, Rose Hanbury, organiza cada año el Houghton Festival, un evento musical que no está precisamen­te dedicado a Händel, sino a la techno extravagan­za. Poca broma: más de 200 grupos en 13 escenarios. Es decir, una especie de Sónar, pero en los jardines de casa.

Con toda esta exhibición de riqueza y estatus, ahora resulta que la pobre Rose debe aguantar el eco de las malas lenguas que dicen que es (o ha sido) amante de Guillermo, príncipe de Gales, cosa que ella negó este martes con rotundidad, y que todos los oscuros episodios protagoniz­ados por Kate Middleton (desde la operación enigmática a la enigmática recuperaci­ón de la cirugía, desde el Photoshop a la última aparición en una agrotienda de Windsor),

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