El Periódico - Castellano

Entre el palacio de Kensington y Sanxenxo

- Olga Merino Olga Merino es periodista y escritora

Ahora resulta que Kate Middleton tiene una presunta doble. Ese potaje anda cociéndose en las redes sociales después de que el diario The Sun publicase, el lunes, las imágenes extraídas de un vídeo donde los príncipes de Gales pasean juntos cerca de Adelaide Cottage, su residencia en Windsor. El gallinero digital conspira con que no es Kate. Impugna que haya adelgazado tanto e incluso que cargue con bolsas si acaba de someterse a una operación abdominal. Ya estamos otra vez, lío sobre lío, la espiral especulati­va alimentada por el secretismo de la casa real británica. Tanto misterio suscita la desaparici­ón de la princesa que el paisano que grabó la supuesta exclusiva con su móvil se ha llevado una buena morterada de libras esterlinas. Mientras, el periódico The Times, monárquico de chistera y chaqué, especula con que la primera aparición oficial tendrá lugar el 31 de marzo. Domingo de Resurrecci­ón, por cierto.

El retrato retocado de Kate Middleton con sus tres hijos fue una colosal metedura de pata. Tras el fallecimie­nto de Isabel II, parece que los royals no saben por dónde les da el aire, si bien es cierto que el hábito de manipular imágenes es más viejo que Carracuca: Trotski desapareci­ó de un plumazo de las fotos del Politburó y a la reina Victoria, la primera monarca británica en posar para una cámara, se le aplicó un revelado amable para afinarle la papada y la cintura. El problema surge cuando se tunea un collage con tijeras y pegamento de barra en la era del «todo es mentira». Lo macanudo del caso es que haya sido el mentidero de las redes sociales, el gran lodazal del bulo, el tribunal que ha destapado que la liebre era gato, en lugar de los medios tradiciona­les, garantes de cierta verdad, las raspas que aún restan. Curiosa vuelta de tuerca.

Tanto en la vieja Inglaterra como en España y en las monarquías ciclistas (la holandesa y las escandinav­as) los contribuye­ntes se dividen en tres categorías respecto de la corona: los que la consideran un ente periclitad­o en el siglo XXI y querrían pasar página; los indiferent­es, a quienes lo mismo les da ocho que ochenta; y los adeptos, para quienes la institució­n encarna a la vez símbolo, proyección y espectácul­o. Unos y otros, sin embargo, convergen en la escasa tolerancia hacia la mentira. Creo que el palacio de Kensington ha errado la estrategia, pues alguna luz sobre el estado de salud de Kate Middleton habría suscitado más compasión que nocivas conjeturas. Y el mal de amores, ¿lo tiene? Ay, qué difícil el equilibrio entre la informació­n y el derecho a la privacidad. En cualquier caso, ya no cuelan los cuentos de hadas y princesas: el cargo conlleva apechugar.

En casa también hemos cocido habas a calderadas. El 2 de junio se cumplirán 10 años de la abdicación de Juan Carlos I, ahora con un pie en Abu Dabi y el otro entre Ginebra y Sanxenxo. No deja de ser una anomalía. A veces me pregunto qué sucederá si la parca sorprende al emérito en la lejanía de los Emiratos.

Detractore­s y entusiasta­s de los ‘royals’ coinciden en la escasa tolerancia hacia la mentira. Unas gotas de informació­n sobre Kate habrían evitado nocivas conjeturas

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