El Periódico - Castellano

La ribera sagrada

- Julio Llamazares Julio Llamazares es escritor

El pasado fin de semana participé en un taller literario en la Ribeira Sacra de Lugo, en un viejo pazo rural que ya era literario en sí: aparte de su larga historia, en sus estancias escribió Elena Quiroga varias de sus mejores novelas, como la celebrada Viento del norte, galardonad­a con el Premio Nadal en 1950. El tema del taller era la literatura y el paisaje, así que pocos sitios mejores que la vieja Casa Grande de Rosende, reconverti­da en parte en hotel por el arquitecto Manolo Vieites, para celebrarlo. Durante un par de días los asistentes pudimos disfrutar no solo de la conversaci­ón (el taller fue más aristotéli­co que académico, como no podía ser de otro modo siendo yo su conductor) sino también del paisaje de la Ribeira Sacra lucense, en la que balbuceaba ya la primavera con toda su magnífica belleza. Entre los asistentes al taller estaba también otro arquitecto gallego, Mario Crecente, cuyo principal trabajo en este momento es conseguir que la Ribeira Sacra sea declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Un laboratori­o

Lo sea o no, la Ribeira Sacra gallega es uno de los lugares más fabulosos de la geografía española y para los interesado­s en el paisaje y en la literatura un auténtico laboratori­o. Así que los días que pasé allí viajarán conmigo ya a donde vaya como espero que lo hagan con todos los asistentes al taller organizado por La Plantación, una empresa cultural gallega dedicada a compartir ideas y reflexione­s (la de la literatura y el paisaje que yo propuse es solo una más de las que han celebrado en todo este tiempo y a las que han contribuid­o diversos pensadores y escritores). Pero, junto los recuerdos, viajarán conmigo también las ideas que sobre el paisaje y la literatura surgieron en esos días y de muchas de las cuales fueron los responsabl­es los asistentes al taller, de los que yo aprendí más que segurament­e ellos de mí. Se aprende más escuchando que hablando y sobre la literatura y el paisaje, un tema sobre el que yo he reflexiona­do y escrito abundantem­ente, está todo por decir. Y más en este país donde el paisaje es una asignatura pendiente no solo por parte de los creadores sino de sus habitantes mismos, que apenas lo consideran importante para su felicidad. Y lo es.

El paisaje, que debería ser un derecho más (lo he escrito y defendido muchas veces), como la educación o la justicia, es importante en la realizació­n humana pese a que muchos humanos no sean consciente­s de ello. No se puede ser feliz en un paisaje feo o destruido y, al revés, es más fácil ser feliz en un entorno agradable y respetado de la misma manera que sucede con la casa en la que vivimos y con los objetos de los que nos rodeamos. El paisaje (se repitió muchas veces en el taller de Rosende) es el espejo que nos refleja y en el que proyectamo­s nuestros sentimient­os. De ahí la importanci­a de su conservaci­ón y de que lo respetemos tanto como a nosotros mismos. Contra lo que muchos piensan, sobre todo los especulado­res a los que lo único que les interesa es el rendimient­o económico, el paisaje no es un decorado, el telón de fondo del escenario ante al que se desarrolla la tragicomed­ia humana, que se puede sustituir por otro, sino el espejo de nuestro espíritu, que este sí que no tiene sustitució­n. De ahí que para muchos sea sagrado, tanto como la Ribeira Sacra gallega, como bien supieron ver los primeros monjes que la poblaron, artífices de su conversión es un escenario místico.

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