El Periódico - Castellano

Irán obliga a dos mujeres disidentes a vivir como apátridas en Barcelona

▶ La Embajada de la República Islámica se niega a renovar los pasaportes de dos conciudada­nas por su acción política La práctica viola el derecho internacio­nal

- RICARDO MIR DE FRANCIA

Aida puso tierra de por medio porque no podía más. No era feliz en Irán, donde tenía al demonio en casa. Durante 16 años su marido la maltrató a base de insultos, humillacio­nes y palizas. Pero nunca se atrevió a denunciar, pese a contar con cinco informes médicos que acreditaba­n los abusos. Ni siquiera cuando trató de estrangula­rla. «Sabía que si denunciaba, me mataría», dice ahora esta antigua profesora universita­ria. Hace tres años hizo las maletas y se refugió en Barcelona, donde estudia un doctorado. Pero ni su verdugo ni el régimen de su país dejaron de pisarle los talones. Cuando comenzaron las protestas masivas en Irán por el asesinato de Mahsa Amini a finales de 2022, Aida se sumó a las manifestac­iones semanales en la capital catalana para solidariza­rse con las mujeres de su país. Ya no era únicamente una víctima. El brazo alargado de la República Islámica no tardaría en llamar a su puerta.

Aida tiene miedo. Inicialmen­te aceptó que se publicara su apellido para este reportaje, pero más tarde se retractó. «Una parte de mí quiere ser valiente, pero la otra está muy asustada. Mi madre está enferma y, si vuelven a arrestar a mi hermano, no lo aguantará», confiesa con voz trémula. Su hermano pasó dos años en una cárcel de Teherán por motivos políticos y el año pasado volvió a ser arrestado, solo unas semanas después de que ella comenzara a manifestar­se en Barcelona contra la represión de los ayatolás. Una conocida cuenta de la disidencia iraní en Instagram, publicó una imagen suya en una protesta en la capital catalana. Aida está convencida de que su marido, que trabajó para la Guardia Revolucion­aria y más tarde para la policía, la denunció ante las autoridade­s tras ver la fotografía.

Acoso a las familias

Las consecuenc­ias no tardaron en llegar. «La policía se presentó en casa de mi familia en Teherán, se llevaron el ordenador, trataron a mi padre como si fuera basura y arrestaron a mi hermano. En la cárcel fue torturado y le amenazaron con hacer daño a mi familia si yo seguía manifestán­dome en Barcelona», cuenta esta mujer de ojos apagados que se encienden cuando sonríe. El acoso a las familias de los disidentes es una constante en Irán. Una forma de coacción que se reactivó, según las organizaci­ones de derechos humanos, a raíz de la masiva revuelta popular que desató la muerte de Amini en septiembre de 2022, una joven kurda que falleció en custodia policial tras ser detenida por la policía de la Moral por llevar mal puesto el velo. Durante más de seis meses, millones de iraníes pusieron en jaque al régimen clerical, que respondió con una brutal campaña de represión, saldada con el asesinato de más de 500 iraníes y el arresto de un mínimo de 22.000.

Sin renovación del pasaporte

Pero las represalia­s para Aida no acabaron ahí. Con su pasaporte a punto de caducar, viajó hasta la embajada iraní en Madrid para renovarlo. «Esperé varias horas y finalmente me dijeron que me lo habían denegado». No se resignó. Insistió en ver al embajador y finalmente le dijeron que su padre podría recoger el pasaporte en el Ministerio de Exteriores en Teherán. «Cuando mi padre fue a recogerlo al día siguiente, le insultaron y le dijeron que son ellos quienes dan las órdenes y no la embajada». Este diario ha tratado sin éxito de ponerse en contacto con la legación en Madrid. Aida está ahora atrapada en Barcelona, incapaz de sacarse el NIE, de viajar fuera de España o de regresar a su país. Pero el suyo está lejos de ser un caso excepciona­l. «La denegación de los servicios consulares afecta a otros iranís residentes en el extranjero», ha escrito la prominente abogada iraní especializ­ada en derechos humanos, Marzieh Mohebi. «En la práctica equivale a privarles de su derecho fundamenta­l a la ciudadanía y convertirl­es en apátridas, que es otra forma de hacerlos desaparece­r y matarlos». En Barcelona hay como mínimo otra iraní en la misma situación: Shaghayegh Norouzi, una de las propulsora­s del movimiento #MeToo en el país persa, quien ha localizado a otros disidentes a los que se ha denegado el pasaporte en Francia, Países Bajos o Turquía, una práctica prohibida por el derecho internacio­nal.

A diferencia de Aida, Norouzi tiene una larga trayectori­a como activista política, fruto inicialmen­te de los abusos sexuales que sufrió trabajando en la industria del cine en Irán. «La primera vez fue la más traumática. Tenía 21 años y estaba llena de energía. Me acababan de dar el papel protagonis­ta en una serie de televisión y el director se dedicó a abusar de mí durante siete meses», dice ahora en una cafetería de Barcelona. Tras superar una profunda depresión siguió trabajando como actriz durante más de una década hasta que sus reticencia­s a ponerse el velo durante los rodajes o aceptar cambios en el guion para cacarear la propaganda del régimen la acabaron condenando al ostracismo. «La violencia sexual contra las mujeres está normalizad­a, tanto en el cine como en la sociedad. El régimen no la castiga y acepta la vio

«La policía arrestó a mi hermano en Teherán y en la cárcel fue torturado», denuncia Aida

«La violencia sexual contra las mujeres está normalizad­a, tanto en el cine como en la sociedad»

lación una como prerrogati­va del hombre», sostiene durante la entrevista.

Cansada de toparse con puertas cerradas en Irán, Norouzi se instaló en Barcelona hace unos años, donde trabaja en la coordinaci­ón de campañas del movimiento #MeToo iraní y recaba informació­n sobre los presos políticos en su país. Unas actividade­s de alto riesgo que su embajada ha castigado denegándol­e la renovación del pasaporte. «Después de varios trámites infructuos­os, un funcionari­o me explicó por teléfono que no me lo darán por mi actividad política. ‘Tendrás que atenerte a las consecuenc­ias’, me dijo», recuerda ahora.

Nada de eso ha logrado doblegar su compromiso con la justicia y los derechos humanos, aunque las dos reconocen que el miedo a nuevas represalia­s flota permanente­mente sobre sus vidas. «Yo he aprendido a conllevarl­o. No es porque piense que no pueden hacer algo contra mí, sino porque mi prioridad es ayudar a otros», dice Nourizi. En el caso de Aida, todo es más visceral. «No he vuelto a la embajada porque temo que me retengan o le hagan daño a mi familia. Irán trata a las mujeres como animales y te pueden hacer cualquier cosa», sostiene. De momento, su sueño de volver a Irán para dar nuevamente clases en la universida­d tendrá que esperar.

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Elisenda Pons Las dos disidentes iranís bloqueadas en Barcelona, Shaghayegh (de cara) y Aida.

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