Ballenas en el Mediterráneo
Agarras los prismáticos en guardia. No ha pasado ni media hora desde que el barco zarpó del Port Olímpic de Barcelona y ya se te ha puesto rictus de documental de La 2. Lo primero que aquí te enseñan a bordo es a reconocer un soplo gigante en el horizonte. «Puede parecer la nube de un barco», te dan pistas. Nadie te mira raro cuando te arrancas a hablar balleno a lo Dory en Buscando a Nemo. No sería la primera vez que funciona el truco Disney. El año pasado avistaron una ballena a menos de una milla del Hotel Vela. Desde este velero las han visto incluso saltar.
Ballenas en Barcelona, sí. Acaba de empezar la temporada: de marzo a junio, la costa catalana, especialmente la del Garraf, se convierte en una autopista de rorcuales. Es el segundo animal más grande del mundo, solo por detrás de la ballena azul. Pueden alcanzar 24 metros. De Barcelona, Sitges y Vilanova i la Geltrú salen a buscar cetáceos cuatro embarcaciones que admiten tripulantes.
Ría de Ferrol, se lee en el casco. Es un velero de madera de esos que crujen con nostalgia: data de 1949. El primer barco tradicional que embarca a turistas para avistar ballenas. Son travesías de 7, 8 horas de whale watching con una bióloga desde el Port Olímpic de Barcelona. «La gente se piensa que es una broma», aseguran. Mar a la vista, se llama el proyecto. «Ocio sostenible», resume el capitán. ¿Su meta? «Crear conciencia a través de la experiencia directa con ellas». Se protege lo que se conoce.
«Queremos proteger el mar», se presenta el capitán del Ría de Ferrol: Sergi R. Basolí, 40 años, lleva 10 con Nirvana a pie de timón. Es la perrita que se pasea por el barco con mirada resabiada de Capitán Pescanova. Habrán navegado juntos 16.000 millas. Sergi la adoptó en Cerdeña durante su periplo de cinco años en kayak por el Mediterráneo. Ahora le acompaña a buscar ballenas. Esta es su cuarta temporada de avistamientos.
Impresiona cada «¡ballena a la vistaaaa!». El chorro puede alcanzar casi 10 metros. Piel de gallina general, bocas abiertas, sensación instantánea de paz. «A 500 metros ya las puedes escuchar respirar –dice Julia–. A veces hemos escuchado incluso la inspiración. Parece una tubería de metal».
Julia Gostischa es la bióloga a bordo del Ría de Ferrol. «La gente tiene la idea de que cerca de una ciudad grande no puede haber mucha fauna». Y señala una pizarra con ocho cetáceos. Las ocho especies que viven en el Mediterráneo: rorcual común, cachalote, delfín mular, listado y común, calderón gris y común y zífio de cuvier. La búsqueda se adereza con masterclasses. Todos –incita – podríamos «ayudar a que el Mediterráneo sea un hábitat mejor para la fauna».
Hoy no se avistan ballenas. No siempre se ven. «Es la naturaleza, no un acuario», justifican. «Pero todos los avistamientos tienen su fascinación», prometen. Y te vas topando con delfines, peces luna, hasta un tiburón sin banda sonora de Spielberg. Hasta junio, prevén salir dos, tres veces por semana. En breve les llegará un hidrófono. «Podremos escuchar los sonidos de los animales debajo del agua», adelanta Julia.
«Este año está todo retrasado porque no ha habido lluvias –advierte Eduard Degollada, el presidente de la asociación Edmaktub–. Lo positivo es que hemos podido coger muestras de agua, filtrarlas y detectar ya krill» (el festín de los rorcuales). En una semana o dos –predice–, las ballenas tendrían que estar comiendo ya».
Proyecto Rorcual
Hace una década que esta organización sin ánimo de lucro estudia ballenas con base en el club náutico de Vilanova i la Geltrú. Proyecto Rorcual: es su buque insignia. La primera investigación que estudia en profundidad el periplo de estos mastodontes por la costa catalana: de Palamós a L’Ametlla de Mar. ¿Su conclusión? Que los rorcuales no están de paso por el Mediterráneo catalán. «Vienen a comer». De hecho, ellos suelen captar cómo se alimentan a vista de dron. Son pioneros en el uso de drones en la filmación de cetáceos.
«No somos una empresa de whale watching », advierte Eduard. «Nosotros lo que hacemos es salir a hacer investigación». Aceptan pasajeros si hay disponibilidad (cuatro personas por día como mucho). Hacen salidas diarias (siempre que el mar lo permite) a bordo del Maktub, así se llama su catamarán. Son jornadas de investigación de 6 a 10 horas en el mar. «Abrimos las puertas a poder enseñar lo que hacemos», invita Eduard. También se puede descubrir desde el sofá en el corto documental Blow!, de Neus Ballús, Fue nominado a los Goya y a los Gaudí.
Están a punto de sacar la memoria de 2023. No fue un gran año en número de avistamientos, pero a estas alturas de mes ya hicieron el primer avistamiento en seis años de una cría de ballena entre Coma-ruga y Calafell. Además de los ocho cetáceos mediterráneos, avistaron tiburón azul, rayas diablo y tortuga boba. «El mar tiene una riqueza enorme –apunta Eduard–. Es una pena que la gente no sea más consciente y lo intentemos proteger mejor».
Otra entidad sin ánimo de lucro con la que embarcarse a otear aletas es la Associació Cetàcea. También desarrollan proyectos de investigación. Hacen salidas divulgativas por la costa del Garraf desde Sitges. Intentan salir cada fin de semana durante todo el año.
La cuarta embarcación donde avistar cetáceos es la de Depana, asociación ecologista con más de un millar de socios. «Todos voluntarios», puntualiza David Rodès. Es el responsable de navegación. Hará ya 15 años que empezó a capitanear estas travesías marítimas. «Lo planteamos como una alternativa a los delfinarios», dice. Suelen hacer una al mes casi todo el año desde Vilanova i la Geltrú. «El objetivo es la concienciación», señala el capitán. «Ya hay gente que viene año tras año».
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