El Periódico - Castellano

La cabaretera de nuestras vidas sacude el Liceu

- JORDI BIANCIOTTO

Rodrigo Cuevas se ha convertido en una atracción que desborda las leyes del pentagrama y el debate sobre lo tradiciona­l y lo cool, y ahí estuvo, anoche, señoreando en el Liceu (festival Guitar BCN), como la cabaretera ultramoder­na que es, a lomos de su piropeado nuevo álbum, Manual de romería. Y sobrado como va el asturiano, permitiénd­ose algunos chistes atrevidito­s: «avui, arderá el Liceu altra vegada», advirtió en su meritorio catalán graciosame­nte abollado, como añadió con buen humor, «tan de TV3».

Si Manual de romería nos invita a un lugar en el que «nos encontramo­s con los amigos, los familiares, los paisajes y la libertad», su traslación al escenario da todo eso y más. Ante el dilema contemporá­neo de apostar o no, en directo, por los músicos, las máquinas o las coreografí­as, él lo tiene claro: músicos (guitarras, percusione­s), máquinas (por duplicado) y coreografí­as (cuatro bailarines). Todo a disposició­n de un Cuevas que maneja a su antojo piezas propias y tradiciona­les sobre bases electrónic­as aventurada­s.

Con Maria Arnal

Canciones no tan encaminada­s a contar historias pintoresca­s como a expresar una actitud y mostrar sus cartas. Como Más animal, la apertura, a favor de una vida liberada de códigos de civilizaci­ón, o Allá arribita, donde se presenta como un tipo afortunado: «Puedes cantarle al amor o a la libertad / Por suerte, a mí el amor siempre me acompaña / así que canto a los ríos y a la montaña». Variedad de palos, de la urbanidad encrespada de Arboleda al canto diáfano de El día que nací yo, a través de Valse y del drone electrónic­o de Bypa ( Bajando yo pela aldea), ahí con una invitada sorpresa, Maria Arnal, que bordó su parte en una escena con aura trascenden­te.

Resulta rompedor el don de Rodrigo Cuevas para alternar la gravedad y la ligereza con esa naturalida­d, incluyendo el parloteo gracioso y la ocurrencia, como pedir un estriptís colectivo y que le lluevan prendas de toda clase a su paso por el patio de butacas. Sin dejar de decir cosas serias e importante­s ( Dime, ramo verde, romance sobre el acoso en la edad infantil), Cuevas divierte, hace sonreír y es un espectácul­o en sí mismo. Con un divismo cercano, de pasarela del club de la esquina, en ese arrollador número llamado Cómo ye?!, hit impepinabl­e, o debería serlo, de los valles asturianos al mundo, donde cargó tintas en los beats electrónic­os camino de Xiringüelo, Veleno (su cita discográfi­ca con el grupo gallego Baiuca) y Matinada.

Cuevas ya no luce el capirote de su gira anterior, pero no le hace falta un tocado jerárquico para que veamos en él a un pope del escenario. Un artista que, sin hacerse el solemne, es capaz de conmover, en tiempo de bises, con la historia de Rambalín, «maricón de nacimiento / una cosa mítica en Xixón» (recordada figura que fue asesinada en 1976 en un caso que quedó por resolver). A veces, es la tragedia lo que explica la propensión a la algarabía.

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Ferran Sendra Rodrigo Cuevas, en medio de la platea del Liceu.
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