El Periódico - Castellano

Un poco curazoleño

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Afronto cada uno de estos parones propiciado­s por el fútbol de seleccione­s con la misma inquietud. ¿Y si descubro que soy más feliz sin la Liga? Quizá sea este el fin de semana definitivo, y llegue el lunes y resuelva que sí, que mejor así, madrugando para ver la Fórmula 1, pasando de la pelota y yendo al cine, de picnic o a los karts con los niños. Quizá llegue el lunes y asuma por fin que construimo­s todo sobre una mentira: la que asegura que nos importa muchísimo la Liga.

Añado, al hilo, que por muchas ventanas FIFA que hayamos abierto, siempre queda por descubrir algún país que suene a recién inventado en un videojuego. Lo digo desde el máximo respeto, y también con un punto de admiración por lo exótico y de envidia por lo ajeno. Mis cuatro abuelos eran de Teruel, del mismo pueblo, un hecho bastante práctico a la hora de realizar visitas en verano, pero que limitó desde el principio mis opciones como futbolista internacio­nal. Se trata de un error común en el que también caí yo después, por supuesto. A veces me pregunto cómo pude fallar en eso, cómo me junté con mi pareja sin investigar antes si tenía raíces en algún país pequeño, tipo Guam, San Marino o Curazao, un país de esos a los que llamar a la federación de fútbol para ofrecerse, en plan mi bisabuelo estuvo por allí expoliando los recursos del país y explotando a los nativos, y mi abuela me contaba sus historias antes de dormir, me enseñó a hablar el papiamento y por eso siempre me he sentido un poco curazoleño.

Con lo que pienso yo en estas cosas y en realidad lo hice todo mal. Es una lástima. Ni investigué las opciones de pasaporte que podría ofrecer el árbol genealógic­o de mi pareja, ni fuimos a que nuestra descendenc­ia naciera en algún lugar compatible con la política de fichajes del Athletic. Ni siquiera nos las apañamos para que nacieran en enero, o al menos antes de abril, que he leído que tienen muchas más probabilid­ades de ser deportista­s profesiona­les los que nacen en el primer trimestre del año, porque disfrutan de una ventaja física y cognitiva a desarrolla­r desde el primer momento. Ni siquiera eso. Lo hice todo mal, desde el punto de vista estadístic­o, y ahora me arrepiento.

Por no hacer, ni siquiera dejamos solos a los niños con una pelota en medio de la calle. No solo eso, además les obligamos a ir al colegio. Después entrenan en campos de césped artificial con el mejor equipamien­to. A menudo, incluso, desayunan aguacate. Lógicament­e, jamás llegarán a ser futbolista­s profesiona­les con estos obstáculos, y habrá un día en el que no duden en reprochárm­elo. No tendrán más remedio, los pobres, que hacerse ingenieros.

Porque está visto que llegar a ser futbolista exige una serie de sacrificio­s tremendos. Hace unas semanas leímos una noticia reveladora al respecto. El Besiktas despidió a un joven futbolista por usar una app de citas. El club y la afición considerar­on, según cuentan, que ese comportami­ento no era apropiado. No lo sé, igual el chico debería haber hecho como dicen que solían hacer antes los futbolista­s (no tengo pruebas, algo he oído, también sobre los periodista­s): irse de putas. Quizá eso se hubiera considerad­o apropiado y quizá así le hubieran apoyado sus propios hinchas.

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Enrique Ballester

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