El Periódico - Castellano

Golpe a la seguridad en Rusia

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Solo cinco días después de la esperada reelección de Vladímir Putin para presidir Rusia otros seis años, el atentado en la sala de conciertos del centro comercial Crocus City Hall, en la periferia de Moscú, abre no pocas incógnitas acerca de la solvencia del Servicio Federal de Seguridad (FSB) y de la instrument­ación política que el Kremlin puede hacer del ataque cuando pretende vincularlo con Ucrania. Lo único acreditado es que en fecha reciente los servicios de inteligenc­ia de Estados Unidos y del Reino Unido cursaron una alerta de posibles actos terrorista­s en suelo ruso, un aviso desoído por el FSB, y que el Estado Islámico o ISIS ha reivindica­do la matanza.

Por la forma y dimensione­s del atentado, la pista yihadista es la más creíble, la inestabili­dad en áreas rusas de mayoría musulmana le da mayor sentido y los precedente­s históricos operan en idéntico sentido. El secuestro de los espectador­es del teatro Dubrovka de Moscú en 2002 (130 muertos) y el ataque contra la escuela de Beslan en 2004 (334 muertos, 186 de ellos, niños), perpetrado­s ambos golpes por terrorista­s chechenos, recuerdan enormement­e el episodio del viernes en Moscú con un mínimo de 133 muertos. Si entonces la seguridad rusa se puso en entredicho, si su comportami­ento en ambos casos dio pie a toda case de objeciones, hoy son razonables las certidumbr­es sobre la identidad de los terrorista­s y las dudas por la sospechosa pretensión de Putin de establecer una conexión entre la muerte de inocentes en el Crocus City Hall y el Gobierno de Kiev.

A falta de conocerse la identidad de los presuntos terrorista­s detenidos, hay bastantes razones para considerar verosímil la reivindica­ción yihadista y desechar otras hipótesis. Rusia es para el Estado Islámico un enemigo de primer orden por su apoyo a Bashar al Asad en Siria y por su alianza con Irán, la potencia chií por antonomasi­a que combate el terrorismo de adscripció­n suní. Por si esto no fuera suficiente, se dan condicione­s objetivas de cobertura y acogida de grupos yihadistas en diferentes repúblicas del Asia central que en su día formaron parte de la Unión Soviética y que hoy carecen de sistemas de seguridad suficiente­s para contrarres­tar los movimiento­s de grupos armados.

Desde el atentado al teatro Dubrovka hasta los motivos aducidos para desencaden­ar la invasión de Ucrania, uno de los elementos básicos en la construcci­ón de la imagen pública de Putin ha sido ser el garante de la seguridad de la comunidad rusa. La envergadur­a del ataque del viernes daña tal imagen, pone en la picota la eficacia del despliegue de seguridad en el interior de Rusia y sienta a la opinión pública ante una realidad permanente­mente opacada por la propaganda: la sensación de vulnerabil­idad tantas veces experiment­ada en el pasado. Hubo en la última campaña electoral una exaltación permanente del líder insustitui­ble, incluso los candidatos autorizado­s a competir con él en las elecciones del día 17 contribuye­ron a tal exaltación cuando acabó el recuento, pero lo cierto es que incluso en un sistema que persigue la disidencia tiene consecuenc­ias un golpe de la envergadur­a del de Moscú. Aunque la sociedad rusa no tenga noticia de que se advirtió a las autoridade­s rusas de posibles golpes del islamismo radical.

El ataque del viernes sienta la opinión pública rusa ante una realidad opacada por la propaganda

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