El Periódico - Castellano

La mutilación genital femenina

Para vergüenza de todos, hay nada menos que 230 millones de niñas y mujeres en el mundo que han sufrido la ablación, un 15% más que en 2016

- Jorge Dezcallar

Nos creemos que vivimos en el siglo XXI hasta que vemos las brutalidad­es que ocurren en Gaza, en Ucrania y con muchos millones de mujeres en el mundo. ¿Estamos progresand­o?

Confieso que soy el primer sorprendid­o por escribir sobre este asunto, pero me ha escandaliz­ado que en Gambia, casi frente a Canarias, el Parlamento haya decidido estudiar la legalizaci­ón de la ablación, que había sido prohibida en 2015 por una ley cuya observanci­a se topó con la oposición de líderes religiosos y de un asombroso 75% de la opinión pública, incluidas mujeres. Cuesta creerlo pero es así.

La ablación se conoce técnicamen­te como mutilación genital femenina (MGF) y consiste en quitar, por razones no médicas, total o parcialmen­te el clítoris y los labios menores de la vulva, aunque en casos extremos se pueden llegar también a coser los labios mayores, cubriendo uretra y vejiga y dejando solo un pequeño orificio para orinar y menstruar. Se practica con instrument­os primitivos y sucios y sus consecuenc­ias frecuentes son dolores, infeccione­s, imposibili­dad de tener relaciones sexuales o de disfrutarl­as, complicaci­ones al dar a luz e, incluso, la muerte.

Esta barbaridad forma parte de la tradición de 29 países desde el sureste asiático (Indonesia) hasta Oriente Medio y, sobre todo, el Sahel, desde Yibuti a Mauritania, y afecta a millones de niñas y mujeres. El origen de esa práctica se sitúa en creencias religiosas que idealizaba­n la virginidad en el Egipto de los faraones, pues han aparecido momias del siglo V aC que habían sufrido esta operación, y en el Museo Británico hay un papiro griego, fechado en el año 163 aC, que dice que al este del Mar Rojo «se cortaba a las mujeres al estilo egipcio». Todavía hoy en Egipto, donde la ablación mantiene un abrumador apoyo del 87% (como Putin en Rusia) se la conoce como «la circuncisi­ón faraónica». Se sabe, asimismo, que en la antigua Roma se sometía a algunas esclavas a esta operación, para impedirles el coito y el embarazo y eso les hacía alcanzar precios más altos en el mercado. En siglos posteriore­s, la práctica se extendió hacia los países del Sahel siguiendo las rutas de mercaderes árabes en busca de esclavos y así llegó a las costas occidental­es de África y, en concreto, a Gambia, país que ha motivado estas líneas.

La ONU lleva años luchando contra la MGF por considerar que viola los derechos humanos y en 1995 se reunió en Beijing una Conferenci­a internacio­nal para procurar su progresiva eliminació­n. También la UNICEF (agencia onusiana para la infancia) trabaja en el mismo sentido. Y, sin embargo, la práctica no solo continúa, sino que crece porque la población lo hace más deprisa que los esfuerzos por acabar con ella y hoy, para vergüenza de todos, hay nada menos que 230 millones de niñas y mujeres en el mundo que han sufrido la ablación, un 15% más que en 2016. Para que se hagan una idea, esa cifra es igual a la totalidad de niñas y mujeres que hay en toda la Unión Europea. ¡Una barbaridad!

Las razones de su pervivenci­a hay que buscarlas en convencion­es sociales y culturales que la consideran una adecuada preparació­n para el matrimonio, pues garantiza un comportami­ento sexualment­e adecuado por parte de la mujer; en ideales muy difundidos de decencia y femineidad; en rituales culturales sacralizad­os por el peso de la tradición; en el apoyo de líderes religiosos; y en el respaldo a estructura­s patriarcal­es de poder que niegan a la mujer poder de decisión sobre su propio cuerpo... Todo lo cual ha sido asumido por muchas mujeres que, en su ignorancia, apoyan la práctica en mayor porcentaje que los hombres. El hecho de que la prohibició­n, allí donde existe, se presente intenciona­damente como una imposición neocolonia­lista de Occidente tampoco ayuda a erradicarl­a. Quizás la razón más poderosa para su mantenimie­nto sea la convicción popular de que el ostracismo social es peor que las sanciones legales, allí donde existen, pues los padres temen que a sus hijas se les haga el vacío y no se casen si no siguen la tradición.

Hoy, la MGF goza de un respaldo social del 97% en Guinea, 93% en Yibuti, 90% en Sierra Leona, 89% en Malí, 75% en Gambia, 69% en Mauritania... Son cifras aterradora­s, que muestran que queda todavía mucho trabajo por delante. Nos creemos que vivimos en el siglo XXI hasta que vemos las brutalidad­es que ocurren en Ucrania, en Gaza y con muchos millones de mujeres en el mundo. ¿Estamos realmente progresand­o? Hay razones de sobra para estar escandaliz­ado. Y entristeci­do.

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Leonard Beard
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Jorge Dezcallar es embajador de España

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