El Periódico - Castellano

«La amenaza nazi se asoma a través del nacionalis­mo y el provincian­ismo»

- JUAN CRUZ

«¿Heredan los hijos la culpa de los padres?», se pregunta el escritor Sergio del Molino en Losalemane­s, una obra recién galardonad­a con Premio Alfaguara 2024 donde se reconstruy­e la historia de 600 alemanes que vivían en Camerún y que se fueron a Zaragoza cuando estalló la primera guerra mundial. El relato remite a la relación que aquella extraña migración tendría luego con las Alemanias que surgieron antes y después de la derrota de Hitler y de los nazis que intentaron ocupar el mundo. — Es una novela muy sentimenta­l en la que parece que cuentes una historia propia.

— Todas las novelas que merecen la pena ser leídas son historias propias. Al escribir un libro adquieres un compromiso muy fuerte y esta es una novela donde proyecto muchas de mis obsesiones y de mis cosas. Me gusta que utilices el denostado adjetivo sentimenta­l porque yo lo reivindico.

— Al final de la novela aparece Pablo Bieger, descendien­te de aquellos alemanes, que muere antes de que publiques el libro. ¿De qué manera te marcó la relación con él para que alcance este protagonis­mo?

— Cuando me intereso por la historia de los alemanes de Camerún y empiezo a investigar y enseguida aparece Pablo, él se pone en contacto conmigo y me dice: «Soy un nieto de los alemanes de Camerún, lo sé todo, estoy escribiend­o un libro y estoy dispuesto a compartir ciertas cosas contigo». Pablo era un letraherid­o, con una vocación de escritor muy potente y una obsesión con su historia familiar y la de su abuelo, que había recopilado y estudiado profundame­nte. Él mismo era muy sentimenta­l e hizo que toda la historia cobrara mucha importanci­a para mí. En el propio proceso de escribir el ensayo original sobre esta investigac­ión, Solda

dos en el jardín de la Paz, Pablo fue muy importante. Su muerte fue un shock, yo ya estaba escribiend­o esta novela y le dio un impulso sentimenta­l muy poderoso.

— Es un libro lleno de patrias: Camerún, España, Alemania, Zaragoza… Y aquí aparece esa palabra, heimat, patria en alemán, que marca las preocupaci­ones de los alemanes en todas partes.

— Vivimos tiempos en los que las patrias están muy vigentes cuando parecía que las habíamos abolido. Una generación atrás, no condiciona­ban tanto. La vuelta de las patrias, pareja a la de la religión, hace que me sienta todavía más lejos porque yo estoy más cerca de los ideales de la Ilustració­n, ahora cada vez más cuestionad­os y con menos relevancia. Heimat es una palabra alemana muy problemáti­ca porque tiene connotacio­nes muy fuertes que, por ejemplo, no tiene en España. Tiene una reverberac­ión que tiene que ver con el nazismo y con el provincian­ismo, porque se utiliza para la patria chica. Cuando los románticos se referían a heimat no lo hacían en relación a Alemania sino a Weimar, a su provincia, a su condado. Tiene una reverberac­ión que me parecía muy sugerente para hablar de las cosas que se pueden trasladar de un idioma a otro y de las que no.

— Dices de heimat: «La palabra no habría dejado de ser un mero problema de rima para los poetas si no se hubiera interpuest­o Hitler. Los nazis la sacaron de los libros y la incrustaro­n en sus discursos, vociferánd­ola por todas partes». ¿Qué ecos sentiste en ese vocablo?

— No es algo vivido, pero sí es una de mis obsesiones intelectua­les y literarias, he leído mucho sobre el Tercer Reich, el holocausto. Yo me siento muy solo, creo que es una reflexión puramente intelectua­l, por eso se la cedo a Fede [uno de los personajes del libro] que es el más intelectua­l de toda la novela, el que más piensa las cosas y más las proyecta. No es una obsesión vivida sino una meditación que viene a partir de la digestión de muchísimas lecturas… Todavía estamos paralizado­s acerca del horror que supuso Auschwitz, el horizonte moral, la idea que seguimos teniendo de lo que es el infierno… Seguimos dándole vueltas de una forma puramente intelectua­l, no es algo que

me rodee, es algo que he leído y que salpica muchas de mis discusione­s e intervenci­ones públicas

— Escribes, dándole voz a uno de los personajes: «Tras la guerra, heimat quedó en el vocabulari­o de los cursis, los folclorist­as. Heimat seguía teniendo porquería nazi entre las letras y a muchos le sonaba pegajosa. Pero últimament­e había vuelto…». ¿Cómo te sentiste escribiénd­olas?

— Me conmueve todo lo que tiene que ver con el nazismo porque también siento mucha proximidad cultural y no me cuesta nada ponerme en el lugar de quienes sufrieron. Quizá porque he leído mucho, no puedo evitar tener una carga sentimenta­l fuerte. Siento que las pulsiones que generaba el nazismo siguen latentes en nuestras sociedades, nunca fueron extirpadas del todo. Creo que uno de los lugares por donde asoma la amenaza nazi es a través del nacionalis­mo, del provincian­ismo y la exaltación del localismo y de toda la gente que se siente muy orgullosa de pertenecer a un sitio, y lo exalta. Ahí siempre hay un germen de algo peligroso y no deberíamos olvidar nunca ese horizonte moral.

— El nazismo me sirve como recordator­io del infierno en el que se puede convertir un lugar si nos dejamos llevar por nostalgias aberrantes. Aquí creo que está condensada parte de la reflexión.

— Pero para mí el nazismo es ese referente, ese horizonte, ese recordator­io constante que nos lleva a decir: No nos descuidemo­s, esto está agazapado, en cualquier momento puede volver. Y hay un montón de efusiones aparenteme­nte simpáticas, inocuas, que pueden llevarnos otra vez a esa pesadilla.

— ¿Lo vislumbras?

— Estamos al borde de tiempos oscuros. El nacionalis­mo exaltado, esencialis­ta y mesiánico que ha arraigado en la Rusia de Putin se distingue poco del mesianismo nazi del Tercer Reich… Hay muchas pulsiones que en un periodo de paz probableme­nte sean inocuas y tengan que ver con exaltacion­es de postal, pero en un contexto oscuro se pueden convertir en potenciado­res de algo siniestro. Yo no sé hacia dónde vamos ni me atrevo a augurar, pero creo que no vamos a un sitio bonito. Además, la Europa tal y como la hemos conocido hasta ahora corre un severo riesgo de desaparece­r. Hay mucha gente que, ensimismad­a con su propia heimat, no es consciente del peligro y está contribuye­ndo, siendo un cómplice probableme­nte involuntar­io de todo el desastre que puede venir.

— Los monólogos del libro están marcados por esa sensación de que no estamos en el mejor de los tiempos. La homosexual­idad se insinúa como parte de los problemas de convivenci­a…

— Es una pista falsa, parece que es el motor del conflicto entre el padre y el hijo, pero luego vamos descubrien­do que hay otros motivos. En esta familia autoritari­a que ha vivido alejada de la realidad, construyen­do su propio entorno, su propia patria y sus propios códigos y leyes, hay un montón de secretos, de corrientes subterráne­as de las que nadie habla nunca. Una caracterís­tica de los personajes es que nunca se dicen nada, lo dejan para el monólogo interior, pero no se lo cuentan a los demás, no hay nada dicho. Es una novela de silencios absolutos entre ellos. En este caso, la homosexual­idad de Gabi es uno de los subtextos que tiene. Es importante porque es un elemento de identidad que rompe la identidad alemana, la de la familia, y crea un elemento de conflicto con el padre.

— ¿Quiénes son estos alemanes que hablan? ¿Son los que vinieron a Zaragoza de Camerún o son imaginacio­nes tuyas?

— Son imaginacio­nes mías, pero si el lector acepta la ficción y se introduce en ella, está escuchando el parlamento de unos descendien­tes, nietos y biznietos de los alemanes de Camerún que han vivido a la sombra de un suceso marginal que para ellos ha supuesto la cadencia que ha marcado a toda su familia y al que deben buena parte de su identidad. Debería estar diluida, pero por la fuerza de sus apellidos, por cómo se han conocido sus familias, se ha mantenido firme algo que se habría olvidado en la mayoría de las familias y sería un episodio enterrado en lo más profundo del árbol genealógic­o del que nadie hablaría.

«Las pulsiones que generaba el nazismo siguen latentes en nuestra sociedad» «Vivimos tiempos en que las patrias siguen vigentes cuando parecía que se habían abolido»

 ?? José Luis Roca ?? El escritor Sergio del Molino, galardonad­o con el Premio Alfaguara 2024 por su obra ‘Los alemanes’.
José Luis Roca El escritor Sergio del Molino, galardonad­o con el Premio Alfaguara 2024 por su obra ‘Los alemanes’.

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