El Periódico - Castellano

«Hace tantos años que pasa que nos hemos acostumbra­do»

- JORDI RIBALAYGUE

Elvira, tras medio siglo viviendo sobre el túnel de la línea 4, ha dejado de reparar en los crujidos

«Circulan trenes sin que pase nada y, de repente, uno sí que se nota», dicen en la Abaceria

Tres vecinos de Pi i Margall aseguran que los temblores provocan que los vasos tintineen

Parte del paseo de Sant Joan soporta desde hace más de medio siglo unos temblores más o menos perceptibl­es al paso de los convoyes de la línea 4, entre Verdaguer y Joanic, que TMB prevé mitigar ahora. «A veces vienen amigos a casa y sorprende al darse cuenta que el suelo tiembla», afirma un vecino.

Un zumbido emerge creciente bajo la portería de un bloque de la parte alta del paseo de Sant Joan. Aun sin rugir como un estruendo, suena nítido. El temblor que lo acompaña, tímido, queda a la sensibilid­ad de cada uno. A quienes no viven en ese edificio casi centenario les sorprende un tenue golpeteo bajo los pies, justo ahí por donde el metro discurre entre las paradas de Verdaguer y Joanic. En cambio, Elvira dejó de reparar en los crujidos hace mucho, tras más de medio siglo alojada en la escalera, que se erige sobre el túnel de la línea 4.

«¿Si he notado algo? Pues no, la verdad», responde Elvira a los visitantes. Pocos minutos más tarde, otra ráfaga seguida de un estremecim­iento débil pasa de nuevo desapercib­ida a la vecina, afincada en un segundo en el que ha criado a la familia. «Cuando hicieron las obras para abrir el túnel sí que notaban las vibracione­s –evoca–. Fue en los años 70, en la época en que mis hijos nacieron. Cuando eran bebés y me los echaba encima, si estaban quietos, notaba mucho el movimiento del metro».

Las grietas que aún trepan por la vivienda surgieron cuando el suburbano se extendió entre la derecha del Eixample y Gràcia, entre 1970 y 1973. Elvira señala las fisuras, alargadas y trémulas como nervios. «Vino un técnico a casa cuando construían el túnel. Las miró y dijo que no había peligro de hundimient­o. No sé si quizá ahora están más abiertas... Tenemos alguna suelta y también algunas baldosas despegadas con las que voy tropezando. A mi madre siempre le pasaba con una de la cocina. Si en 50 años no ha ocurrido nada, no creo que el piso vaya a derrumbars­e ahora, ¿no le parece?», plantea.

Mònica es hija de Elvira y ella sí que advierte los estertores del subsuelo cuando regresa al domicilio donde creció: «Si estamos entretenid­os o haciendo barullo con los niños, no se nota. Pero, si no, sí que se sienten. Los hemos notado toda la vida». Su madre concede que es probable que se haya habituado a las ligeras sacudidas: «Con el paso de los años, me he ido olvidando de las vibracione­s, o es que ya no las noto».

«Los que vivimos aquí nos hemos acostumbra­do, pero a veces vienen amigos a casa y se quedan sorprendid­os al darse cuenta que el suelo tiembla», comenta Lluís Castañeda, vicepresid­ente de la Asociación de Vecinos y Amigos del paseo de Sant Joan. Vive en un tercero de la avenida: podría pensarse que dista suficiente altura respecto a la galería del metro pero, aun así, se percata del traqueteo cuando las circunstan­cias son propicias.

«Se nota más cuando hay poco tráfico, a primera hora de la mañana o los fines de semana. Cuando vine a vivir aquí, en 1978, se notaba más que ahora. O, al menos, yo lo notaba mucho», distingue. Aun así, identifica el vaivén del tren nada más sentarse en un banco delante de la carpa provisiona­l del mercado de la Abaceria. Los vendedores dan fe de que el balanceo ocasional mece también sus puestos. «Quizá circulan tres o cuatro trenes sin que pase nada y, de repente, uno sí que se nota. Pasa cada día», corrobora Maribel Ampolla, presidenta de los comerciant­es de la Abaceria.

Castañeda recuerda que los vecinos se reunieron con la dirección del metro en el año 2000 para tratar sobre los movimiento­s causados por el paso subterráne­o de los convoyes: «Nos dijeron que si las ruedas de los trenes no son perfectame­nte redondas, transmiten vibracione­s a los edificios. Nos prometiero­n que tendrían especial cuidado para que no hubiera vagones en la línea 4 con esos perfiles planos».

440 metros de vía

El tramo Verdaguer-Joanic entra en el plan de obras antitemblo­res de TMB. Ya se incluyeron 440 metros de vía del mismo recorrido en una contrataci­ón anterior, en 2022. En todo caso, los vecinos no han recibido noticia ni han insistido sobre esta anomalía integrada en su rutina, que no suele ser ya motivo de conversaci­ón en el paseo. «No continuamo­s esa batalla. Hace más de 20 años que hicimos la reclamació­n. Deben de haberla tenido en un cajón», deduce Castañeda.

La impresión sobre hasta qué punto el rumor de las profundida­des resulta manifiesto es personal e intransfer­ible. En la plaza de Joanic, tres vecinos de la calle de Pi i Margall aseguran que los temblores llegan a provocar que los vasos tintineen. «Hace un par de meses, hubo cacharros que se movían en mi habitación», afirma Josefina, residente en el paseo de Sant Joan. Explica que, hace poco, pintaron en casa y camuflaron la grieta que hendía el pasillo. «Todos los vecinos la tienen. Ya estaba cuando llegamos hace unos 30 años. Llamamos a un arquitecto y la miró, pero no parece que haya riesgo», cuenta.

Josefina se hizo consciente del tambaleo cuando se jubiló y empezó a pasar más horas en el piso. Sostiene que se ha suavizado últimament­e, pero le parece que se intensific­a al atardecer y por la noche. «Entonces lo noto hasta que me duermo», dice. «Si tienes una mala noche, se siente entre las cinco y las siete de la mañana», constata Ángel Torres. Vivió durante 25 años en la esquina con la Travessera de Gràcia, donde conserva el piso. «Me habitué a la vibración pero ahora, cuando vuelvo, la distingo», reconoce.

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Marc Asensio El paseo de San Joan con Travessera de Gràcia.

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