El Periódico - Castellano

Puigdemont, ‘copyright’ Trias

- P Ernest Folch es editor y periodista

Desconfíen de los que veneran a Puigdemont, pero también de los que lo menospreci­an. Puigdemont polariza, y alrededor suyo gravitan dos polos opuestos, unos que lo idolatran acríticame­nte, otros que lo odian sin entenderlo. Son en realidad dos caras de una misma moneda, viven de él y lo exprimen como una sanguijuel­a. Para analizarlo objetivame­nte hay que huir de los extremos y aproximars­e a él con frialdad cirujana. El principal acierto de Puigdemont es haber edificado minuciosam­ente su propia mitología: por mucho que ya la haya utilizado en otras elecciones, la leyenda del presidente restituido funciona, y ayuda a movilizar al independen­tismo creyente, justamente el que está más deprimido y falto de un relato que lo saque de la cruda y dura realidad. La epifanía del president que vuelve sirve a la vez para neutraliza­r a la vez la tentación de las cuartas vías, la de la abstención y la del orriolismo friki, los tres puntos por donde pierde agua su espacio. Su comparecen­cia en Elna tenía este primer objetivo, pero no era el único. Lo verdaderam­ente relevante de su puesta en escena fue la descarada abolición de cualquier referencia a su propio partido, del que sin ningún pudor se suprimió cualquier mención, cualquier logo e incluso cualquier similitud de colores.

El mensaje entre líneas fue casi sádico: su partido es ahora mismo un lastre, una formación embarranca­da sin posibilida­d de crecer más allá del tirón de su propio líder. La simbología escogida parte de un análisis tan acertado como cruel: el único anzuelo es Puigdemont y todo lo construido en estos años de transición, incluida la presidenci­a de Laura Borràs y la secretaría de Turull, son meros instrument­os con escaso valor político ni electoral. Pareció una estrategia novedosa, pero en realidad es un calco de la jugada maestra de Xavier Trias en las municipale­s, en las que se presentó presuntame­nte en las listas de un partido independen­tista sin pronunciar jamás la palabra independen­cia. Se trata otra vez de repetir la fórmula magistral de esconder las siglas para poner en valor el candidato. En el caso de Puigdemont, la filigrana es de las que hacen época: en la primera voltereta, retorna como el president restituido que «culminará la independen­cia», y en la segunda se autoprocla­ma el garante de la «buena gestión» autonomist­a. La floritura lleva el copyright de Trias, porque sigue el camino que tan hábilmente inició en Barcelona: la vuelta a la Convergènc­ia de toda la vida, eso sí, sin confesarlo.

Puigdemont tiene que aterrizar de una vez el avión a la realidad, pero a sus fieles tiene que decirles que vuelve a despegar. Parecen dos maniobras incompatib­les, pero en Catalunya ya estamos acostumbra­dos a los trucos de magia. Sin ir más lejos, Puigdemont fue capaz de obrar el milagro de proclamar una DUI y suspenderl­a solo ocho segundos más tarde, y con ello logró

El expresiden­t intenta la pirueta de Trias en las municipale­s: esconder las siglas sin que sepamos si corre hacia la independen­cia o vuelve a Convergènc­ia

crear la ilusión de que todo podía hacerse pero nada convenía materializ­ar. Esta vez, vuelve con otra pirueta convenient­emente ambigua, como es marca de la casa, pero al menos ya testada una vez con cierto éxito. El 12M sabremos si vuelve a caer de pie.

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Ernest Folch

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