El Periódico - Castellano

Matar un sueño

En una separación quedan siempre cosas en el aire, en la irrealidad

- Juan Tallón Juan Tallón es escritor

Me paré a hablar en la calle con una vecina, que acabó contándome que en cierta etapa el sueño de su vida fue tener una casa con una buena plaza de garaje. Enfatizó lo de la plaza de garaje, y la entendí. Contar con un sitio en el que dejar el coche sin dolores de cabeza, y no caminar más que unos cuantos pasos para entrar en casa, produce un bienestar auténtico. Nuestras calles están llenas de fantasmas conduciend­o a la caza del instante en que un vehículo se va para quedarse con su sitio. Muchas veces ese conductor desolado, que rodea una vez y otra la manzana, hemos sido nosotros.

Un día, aquel sueño de mi vecina acabó por cumplirse. De hecho, ahora dispone de un buen apartament­o, y no una sino dos plazas de aparcamien­to. Lo que no tiene es coche. Hace años que se deshizo de él por circunstan­cias sobrevenid­as, que, como sabemos por experienci­a, son de naturaleza desagradab­le.

Los sueños se van quedando atrás. Te ofrecen compañía durante un tiempo y luego se diluyen. Decaen por su propio peso o porque nos desembaraz­amos de ellos expresamen­te, se hayan cumplido o no. Matar un sueño representa una modalidad más de sueño. El uso del verbo matar para referirse a los sueños conecta con aquello que decía Faulkner cuando recomendab­a: «Mata a tus ídolos». Al fin y al cabo, entre sueños e ídolos se tiende un sutil vínculo, ¿no?

De todas las maneras de relacionar­se con los sueños hay una muy enigmática: el del sueño que se consuma a pesar de que tú jamás lo alentaste. No tener determinad­o sueño, y que se cumpla, ¿eso qué es? Pasé por esta situación hace unos días, poco después de que una amiga se separase de su marido. En una separación quedan siempre cosas en el aire, en la irrealidad, y pierden para siempre la oportunida­d de volverse ciertas, palmarias. Es lo que ocurrió con unas zapatillas que mi amiga regaló a su pareja poco antes de la ruptura, y que él nunca llegó a ponerse. Cuando se marchó de casa, optó por no llevársela­s.

El regalo de una amiga

Las zapatillas –ni bonitas ni feas– permanecie­ron en una caja varias semanas, hasta que a mi amiga se le ocurrió la idea de regalármel­as por el Día del Padre. Qué es un regalo sino un sueño. Me contó la historia del calzado. «Están sin estrenar, pero son un cuarenta y cuatro», me advirtió. «Haz lo que quieras con ellas». Yo uso un cuarenta y dos. De todas formas, las acepté. Qué iba a hacer. Los regalos de los amigos hay que aceptarlos siempre. Pero ahora la situación es agónica. No puedo caminar por el mundo con dos números más del que me correspond­e. Diría que tampoco puedo devolver el regalo. Estoy atrapado en un sueño que no pedí. Me pregunto si ahora debería regalarlas yo. Me produce incomodida­d moral, aunque me dijo que hiciese lo que quisiese con ellas. ¿Voy imponerle el sueño de mi amiga a otro? Es inhumano. Lo que me hizo considerar la idea de venderlas, y enseguida descartarl­a, porque Wallapop es un campo en el que siempre salgo vapuleado. Creo que prefiero quedármela­s, a pesar de que no vaya a usarlas nunca.

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Zowy Voeten Una pareja se abraza delante de la Sagrada Fanília.
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