El asesino más famoso de Dublín
Mark O’Connell publica el ‘true crime’ ‘Un rastre de violència’, fruto de sus entrevistas con Malcolm Macarthur, el hombre de buena familia que tras arruinarse y querer robar un banco, acabó matando a una enfermera y un granjero y se refugió en casa del fiscal general de Irlanda.
En el Dublín de 1982, Malcolm Macarthur cometió un doble asesinato y se hizo famoso. De talante excéntrico, vestía elegante –traje y corbatín, zapatos caros...– y era muy conocido en los círculos sociales de la ciudad. Tenía 37 años. De buena familia, vivió de la herencia paterna, que dilapidó. Se vio arruinado. Y no se le ocurrió nada mejor que atracar un banco. Lo que nadie se explica es por qué antes de intentarlo tuvo que asesinar a martillazos a una enfermera para robarle el coche con el que fue a comprar el arma, y matar con esta al granjero que se la vendió.
Para rizar el rizo, la policía le detuvo en la casa en que se refugió, la de su amigo Patrick Conolly, nada más y nada menos que el fiscal general de Irlanda, que acabaría dimitiendo. Condenado a cadena perpetua, pasó 30 años en prisión. Su caso copó la atención de la prensa irlandesa, de él se hicieron documentales y podcast, y sirvió de inspiración a John Banville para el protagonista de la trilogía que inició con El libro de las pruebas. Hoy es parte del imaginario del país.
Humanidad compleja
Tras salir libre, en 2012, nunca hizo declaraciones. Hasta que Mark O’Connell (1979) se ganó su confianza y le convenció para hablar de lo que hizo. El resultado es el true crime Un rastre de violència, cuyos derechos en catalán compró Comanegra antes de recibir el Irish Book Awards 2023 y ser aplaudido por el propio Banville, Sally Rooney o Emmanuel Carrère.
«Dublín es una ciudad pequeña, y cuando veía a Macarthur por la calle era como un fantasma por el que sentía curiosidad. Cuando lo conocí se convirtió en algo más inquietante: un ser humano perturbador. No era un monstruo. Sin perder de vista el horror de sus asesinatos, no quise olvidar la humanidad compleja que hay tras una infancia oscura que pudo contribuir a que fuera capaz de hacer lo que hizo», explica por videoconferencia O’Connell sobre «un niño reprimido emocionalmente, con una madre fría, distante e insensible y un padre violento y alcohólico».
O’Connell, autor de libros como Cómo ser una máquina (Capitán Swing) y colaborador de The Guardian, hizo su tesis sobre la ficcionalización del caso de Macarthur que hizo Banville. Pero no solo eso le llevó hasta el asesino. Sus abuelos vivían al lado de la casa del fiscal general en la que se ocultó cuando O’Connell tenía tres años. Aunque ha leído «libros brillantes como A sangre fría, de Capote, o El adversario, de Carrère», no le interesa el true crime como género, asegura. Lo que le cautivó fue «la figura de una persona cultivada, de familia de clase alta y noble, muy cercana al poder hasta el punto de provocar ese escándalo político». «Convencí muy rápido a Macarthur para que hablara conmigo para el libro. Quería explicar sus crímenes, hablar de su vída… Pero vi que debería abrirme paso entre mentiras para descubrir las verdades», admite. «Él insistía en que sus asesinatos no definían quién era, que aunque los hubiera cometido, no era un asesino –cuenta O’Connell–. No demostraba ni arrepentimiento ni culpa, lo minimizaba. Lamentaba lo que hizo porque le había destruido la vida. Su razón para matarlos era que sino habría tenido que buscarse un trabajo para vivir. No captaba la magnitud moral de lo que hizo».
De hecho, añade, «usa términos de expertos para describir los asesinatos: el cerebro picó contra la parte interna del cráneo. O dice: ella no debería haberse resistido o el granjero no tendría que haber querido quitarle la pistola. Creo que se sintió sobrepasado, perdió el control y tomó la decisión absurda de robar un banco».
Antes de condenarlo, a Macarthur, que insistía en que estaba sano, lo examinaron psicólogos y psiquiatras. «Ninguno identificó ninguna enfermedad psiquiátrica. Con los que yo hablé me dijeron que el hecho de que racionalizase sus acciones sugería cierta psicosis. Es probable. Y se podría decir que es un narcisista patológico».
O’Connell dejó un ejemplar del libro en el buzón de Macarthur. «Tardé tres años en escribirlo y él lo leyó en tres horas. Estaba enfadadísimo. Sabía que no le gustaría, que se sentiría traicionado, aunque le avisé. Le perturbó cómo mostré su infancia y cómo lo retraté. Y le preocupaba el impacto, temía que lo volvieran a enviar a prisión, por desvelar cosas del Gobierno o por infringir los términos de su liberación». Lo que sí cree que puede haberle gustado es «la nueva fama que le ha dado el libro». «No me gusta haber alimentado su narcisismo, pero era un riesgo necesario».
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«Tras leer el libro estaba muy enfadado. Sabía que no le gustaría y se vería traicionado» «Insistía en que aunque hubiera cometido los asesinatos, no era un asesino»
dos en el desierto.
Nacido en Madrid en 1946, su carrera, reconocida con el Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona 1997, es indisociable de la de su primo, que murió prematuramente en 1995. Desde 1971 formaron el mítico tándem Ventura & Nieto, empezando en la revista Molinete, con las aventuras infantiles de Sam y la morsa y Horizontes pelados. Un año después ya experimentaban en la revista Trinca con las series Maremagnum y Es que van como locos. De 1973 es la parodia muda de King Kong, King Tongo.
El dúo trabajó para El Papus,
para lo que se trasladaron a vivir a Catalunya, dando luego el salto a El Jueves, donde darían forma a su serie más famosa, Grouñidos en el desierto, protagonizada por un personaje clavado a Groucho Marx, y a Histerias indecentes de la tele. Sus obras también poblaron revistas como Pilote, Fluide Glacial, Virus, Totem, El Cuervo, Barrabás, Butifarra!, Blanco y Negro, Cairo, Cimoc o TBO.
Tras la muerte de Nieto, Ventura trabajó en solitario, guionizando también Grouniños en el desierto. También exploró la animación, donde hizo la serie infantil Mofli, el último Koala (1986) y el filme de Jordi Amorós Despertaferro (1990).
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