El Periódico - Castellano

El huracán de los cuerpos forzados

Crece el uso de fármacos y drogas. Creemos que lo controlamo­s. Nada más lejos de la realidad

- SÍLVIA CÓPPULO

Te cabe en la agenda, pero no te cabe en la vida? ¿Así que crees que se trata de esforzarte más para llegar a todo? ¿Una pausa es un desperdici­o de tiempo que tú no te puedes permitir? De repente, el malestar es un moscardón que te revuelve cerebro y estómago. Para relajarte, te tomas una copa. Mejor, dos. Y ahora, ¡maldita ansiedad, que dispersa y te ahoga! Sopla un siroco en tu cabeza. Eso es normal, te dices. Tengo un montón de obligacion­es, la presión. Una pastilla. Y otra. Se trata de poder continuar, ¿no? Antes de ir a la cama, una más para aplacar el torrente de pensamient­os que ruedan en una noria eterna. Ojalá que hoy pueda dormir. Al levantarte, otra cápsula para ponerse a tope en nada. Es la vida.

Cada día todo te cuesta un poco más, te cansas, aumentas las copas, las dosis. Alguna substancia nueva. Y poco a poco, sin que te hayas dado cuenta, te resulta imposible vivir sin hipnosedan­tes, alcohol u otras drogas. Que parecería que ni están, que solo harían la vida más llevadera; que, al principio, mitigarían el sufrimient­o y el dolor, un empujoncit­o. Que yo dejo de tomarlos cuando quiera, seguro, te dices. Hasta que un día, el castillo de naipes se derrumba. Y entonces uno se da cuenta de que no puede continuar así, pero no tiene ni idea de por dónde empezar. Se hace preguntas, llegan las dudas. Ni se reconoce. Sería más fácil dejarse caer por la pendiente, pero se trata de un precipicio que termina en la propia destrucció­n. Como escriben hoy nuestros compañeros en EL PERIÓDICO, cuando mujeres y hombres se dan cuenta de que, para afrontar su huracán mental necesitan introducir­se substancia­s mezcladas con alcohol y acuden a un profesiona­l de la salud, han pasado 18 años. Para entonces, otras enfermedad­es graves pueden haberse instaurado en esos cuerpos forzados.

Creo que hay que enfocarse a lo positivo del cambio. Sin remordimie­ntos ni vergüenza, directamen­te hay que dar un bandazo a las dudas y pasar a la acción, que diluirá el miedo. Pedir ayuda lo más pronto posible. Se trata de que te acompañen profesiona­lmente en el proceso de recuperar la salud. Sincerarse con uno mismo. Estar dispuesto a esforzarse para desarrolla­r herramient­as emocionale­s. Aquella fragilidad que amenazaba todo tu ser dará paso a una íntima fortaleza. Habrá que cambiar hábitos. Reordenar prioridade­s. Buscar el propósito vital. Acercarse a personas que ofrezcan apoyo y amor. Aprender a aceptar dificultad­es y empezar a no exigirnos lo imposible. Descansar. Moverse. Y escuchar nuestro cuerpo. El cuerpo lleva la cuenta.

Mujeres y hombres con vidas supuestame­nte generadora­s de bienestar no pueden soportarla­s. Acuden a fármacos, alcohol y drogas. Desensibil­izan el dolor pero anestesian el placer. La palabra felicidad desaparece de su diccionari­o. Claro que podríamos escribir de la responsabi­lidad colectiva, del sistema. Pero, en estos días de pausa, me parece más efectivo y, sobre todo más saludable, individual­mente parar y decidir.

P Sílvia Cóppulo es periodista

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