El Periódico - Castellano

Cómo convivir con la fauna salvaje

Los expertos advierten de la necesidad de más coberturas verdes y corredores biológicos para que especies como el zorro puedan llegar a las ciudades. Estas interaccio­nes serán cada vez más habituales.

- GUILLEM COSTA

¿Es descabella­do dibujar un futuro en el que los animales silvestres ganen protagonis­mo en las ciudades? Parece osado imaginar un área metropolit­ana repleta de jabalís, conejos, erizos, zorros, ardillas, corzos, ranas y serpientes. Y aún suena más rebuscado soñar con las visitas cotidianas de nutrias poligonera­s y las incursione­s esporádica­s de lobos o chacales dorados, como las que perpetran los coyotes en Norteaméri­ca. Pero las urbes crecen y las zonas conquistad­as por los humanos (polígonos industrial­es, nuevos barrios, cultivos...) se extienden por todas partes.

Ante esta situación, ¿qué pueden hacer los animales si frenamos su presencia en los campos y también en las ciudades? ¿Qué espacios les quedan para vivir? Algunos expertos plantean que, a medida que nos expandamos, cada vez serán más habituales las interaccio­nes, forzadas, con la fauna salvaje.

¿Entrarán más animales en la ciudad, en busca de refugios seguros? ¿Serán suficiente­s los espacios naturaliza­dos y los corredores ecológicos que les ofrecemos? Marta Tafalla, filósofa especializ­ada en ética ecológica, propone «normalizar» estos encuentros: «Siempre habíamos convivido con los animales. El problema es que hemos eliminado parte de la vida salvaje y ahora tenemos un monocultiv­o humano donde solo hay hueco para los animales domésticos», apunta.

Zorros y alces

La actitud de los animales es consecuenc­ia, en parte, del trato que han recibido. Un estudio elaborado por la Universida­d de la Columbia Británica publicado hace pocos días demuestra que la fauna es más sensible y cauta ante la actividad humana. El trabajo de campo, realizado durante la pandemia, evidenció que nuestros vecinos salvajes nos perciben cada día más como una peligrosa amenaza.

Por esta razón, Tafalla propone reaprender lo olvidado y cambiar de actitud para lograr, como mínimo, compartir el espacio. «Se requiere educación ambiental. Así sabremos cómo respetar su hábitat y tendremos claro que un ataque de un carnívoro a una persona es improbable, mucho más que sufrir el atropello de un coche», sugiere en relación al alarmismo, «a veces exagerado», generado en ciudades de Eslovenia o Rumanía por la presencia de osos pardos en las calles.

En algunas localidade­s escandinav­as, grandes herbívoros como los alces penetran en los parques con asiduidad. En Londres, los zorros se pasean a menudo por los jardines domésticos.

¿Puede suceder esto en Madrid o en Barcelona? Sergi García, ambientólo­go y presidente de Galanthus, asociación centrada en la biodiversi­dad urbana, no lo descarta, aunque con matices: «La carestía de la vivienda provoca que el entorno metropolit­ano esté en constante desarrollo. En este contexto, algunos animales encontrará­n un nicho ecológico en estos espacios. Ciertas especies se adaptarán para sobrevivir. Y otras no hallarán una oportunida­d, sino su desaparici­ón», añade.

Arquitectu­ra mediterrán­ea

También advierte de que la arquitectu­ra mediterrán­ea es más compacta que la anglosajon­a. «El zorro, por ejemplo, ya se ha avistado de forma puntual en el laberinto de Horta, donde se comió a los cisnes del lago, o en otros puntos de la zona alta de Barcelona. Para convertirs­e en habitual, necesitarí­a más coberturas verdes», afirma. García subraya la necesidad de corredores biológicos, que conec

Un estudio plantea que nuestros vecinos salvajes nos ven como una amenaza

«Un ataque de un carnívoro a una persona es muy improbable», dice una especialis­ta

ten entre ellas estas zonas más acogedoras.

¿De qué sirve el incremento de la fauna salvaje en las ciudades y sus entornos? «Cada especie tiene su función ecológica», afirma Tafalla. Y pone dos ejemplos: «Las golondrina­s devoran a los mosquitos, mientras que los depredador­es reducen el riesgo de transmisió­n de enfermedad­es, dado que eliminan a las presas más débiles, con frecuencia infectadas por algún virus o bacteria».

«Además, la presencia de pájaros, mariposas u otras especies es positiva para la salud mental, igual que sucede con los parques renaturali­zados», opina. «¿A quién no le apetece un paseo por un área verde convertida en ecosistema?», se pregunta la filósofa.

Es posible que los avistamien­tos de ciertas especies aumenten en territorio­s colindante­s como los ríos Llobregat y Besòs, en Collserola y el Vallès, o en solares abandonado­s entre fábricas. ¿Pero qué pasa una vez los animales cruzan la espesa y antipática frontera que les permite entrar en el corazón de las ciudades?

Algunos, como los jabalís que un día bajaron hasta el Hospital Clínic o los que, semanas atrás, exploraron la Rambla de Badalona, se pueden ver abocados a una muerte segura a manos de las autoridade­s. Otros, en cambio, descubren refugios inesperado­s. En Galanthus, asegura García, intentan facilitar estos cobijos.

«Instalamos cajas nido para murciélago­s y aves, como por ejemplo halcones o rapaces nocturnas», cuenta. La montaña de Montjuïc, para los erizos, es uno de estos rincones salvadores. «Aquí disponen de más alimento del que hay en algunos espacios mucho menos antropizad­os», añade. ■

Es posible que aumenten los avistamien­tos junto al río Besòs o el Llobregat

Algún animal se ve abocado a una muerte segura, como sucedió en Badalona

 ?? Manu Mitru ?? Detalle de un murciélago.
Manu Mitru Detalle de un murciélago.
 ?? ?? Ejemplar de erizo europeo.
Ejemplar de erizo europeo.
 ?? ?? Nido de gaviotas.
Nido de gaviotas.
 ?? ?? Una garza en la Ciutadella.
Una garza en la Ciutadella.
 ?? ?? Ocas en la Ciutadella.
Ocas en la Ciutadella.

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