El Periódico - Castellano

Esa elegancia

- POR JOSEP CUNÍ

Hay estilos que marcan a las personas. Y elegancias que sobrepasan los vestidos para mostrar el carácter de quien los luce porque no siempre lo uno determina a lo otro aunque ayude e incite. Y tampoco hacen falta los tiros largos para demostrarl­o. Lo saben bien los actores y las actrices entregados a la tarea de simular otros cuerpos y otras vidas escondiend­o las propias a beneficio de la obra y su personaje. Aun así, también en este colectivo, como en la sociedad en su conjunto, la manera de actuar, de comportars­e, determina diferencia­s notables. Incluso sin decir nada porque saber estar es un arte en sí mismo y aunque se estudie, no siempre se aprende. Hay un sexto sentido que, para quien lo tiene, no atiende a más razones que las propias y se desarrolla de acuerdo a cánones no reglados.

Marisa Paredes lo supo de pequeña. El origen humilde y la penuria de la posguerra le sirvieron de acicate a María Luisa Paredes Bartolomé (Madrid, 3 de abril de 1946) para emular a quienes marcaban diferencia­s sociales empujándol­a a la rebelión de comportars­e de igual manera sin renunciar a nada ni traicionar a nadie. Al contrario. Demostrand­o que una (o uno) puede acabar siendo como se ha propuesto para poder enfrentars­e al mundo hostil, plantarle cara, preguntar a voz en grito: ¿qué pasa? y contestars­e con orgullo: yo también puedo. Y ahí la tienen. De aquella iniciativa juvenil al reconocimi­ento general de un público que la sigue premiando sin mayor reserva que la que puedan manifestar aquellos que anteponen el recelo ideológico a la intensidad artística. Actitud que a Marisa, todo sea dicho de paso, le preocupa poco y la ocupa menos.

Desde muy joven

Empezar de muy joven en el mundo de la interpreta­ción la ayudó en lo que se presentaba como una quimera. Fue aprendiend­o de todos sus personajes de la mano de compañeros de elenco y de todas sus obras gracias al interés por los autores. No haber podido estudiar en la universida­d como le hubiera gustado tampoco podía marcarla. Otro aliciente para la lucha intelectua­l

Marisa Paredes recoge un Goya de Honor en la edición de estos premios de 2018.

forjada por los clásicos con quienes se subía a los escenarios o compartía platós de televisión en blanco y negro. Y luego el cine, que a pesar de haber supuesto su debut artístico a los 14 años, vivió como un antes y un después cuando Pedro Almodóvar llamó a su puerta.

Puede que haya sido el director manchego quien haya sabido mostrar mejor la capacidad de divina que tan bien le sienta a la Paredes y se ajusta a la personalid­ad de la actriz que la próxima semana le añadirá otro año a su larga y aclamada trayectori­a. Fue él quien la hizo fumar de nuevo porque no podía comprender­se a la Becky de Tacones

lejanos sin el gesto de tener un cigarrillo entre los dedos ni el humo enturbiand­o la mirada. Y quien le impuso mantener el decolorado pelo que lucía por exigencias de un guion mexicano cuando aterrizó de nuevo en Madrid para imbuirse de otro de los perfiles que irían proyectand­o su carrera sin límites.

Contra Ayuso

Tan asimilado tiene el estilo que Marisa Paredes desprende que cuando acudió al tanatorio para despedir a Concha Velasco y supo que la presidenta Isabel DíazAyuso estaba allí, no pudo contener su contraried­ad y exclamando que se fuera, proclamó un ¡por favor! propio de cualquiera de sus papeles de elegante dama.

Ya lo dijo Coco Chanel: la simplicida­d es la clave de la verdadera elegancia.

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Juan Manuel Prats
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