La muralla oculta de la Rambla
Su ubicación no es muy glamurosa: está junto a la rampa de un párking. Este aparcamiento subterráneo de la plaza del Teatre esconde los únicos restos visibles de la fortificación medieval.
Dicen que los barceloneses ya no bajan a la Rambla. Hace tiempo el paseo más icónico de la ciudad se ha convertido en sinónimo de masificación turística. Aun así, la Rambla todavía guarda secretos que vale la pena descubrir. Tesoros invisibles a ojos de los turistas de paso, como los restos de la primera muralla medieval de Barcelona, que se esconden en un aparcamiento subterráneo.
La muralla de la Rambla tiene su origen en el siglo XIII. Por entonces, la vieja fortificación romana, protectora de Barcelona durante siglos, había quedado obsoleta. La ciudad había crecido extramuros, alrededor de iglesias como el Pi. En 1285, ante un eventual ataque de tropas francesas, el rey Pere el Gran ordenó levantar un segundo cinturón defensivo, que diese cobijo a los nuevos burgos.
El primer tramo de la nueva fortificación empezó a construirse en paralelo a la riera d’en Malla, un torrente que bajaba desde Collserola, siguiendo el trazado de lo que hoy es la Rambla. De hecho, el nombre de la calle procede del término árabe rámla, que significa arenal. La construcción fue asumida por el Consell de Cent, siendo la primera gran obra pública realizada por la municipalidad.
Los trabajos continuaron en el siglo XIV, cuando se reforzaron los muros y se levantaron nuevas torres de defensa, desviando el cauce de la riera d’en Malla. El antiguo lecho se transformó en un espacio público donde se celebraban mercados, pero también donde se ahorcaba a los condenados. Con el tiempo, se convirtió también en uno de los primeros paseos de la ciudad.
El tramo del portal de Trentaclaus salió a la luz durante la construcción del párking en 1997
Nuevos descubrimientos
Aunque la Rambla, como el bulevar arbolado que hoy conocemos, no llegó hasta el siglo XVIII. La reforma fue proyectada por el ingeniero militar Pedro Martín Cermeño y comportó la desaparición de las murallas, derribadas entre 1774 y 1776. En el lugar de los antiguos muros se levantaron nuevos palacios, como el Palau Moja.
Dos siglos y medio después, la actual reforma de la Rambla ha reflotado los restos de aquella muralla. Un descubrimiento que tiene precedentes. En 1997, la construcción de un aparcamiento subterráneo en la plaza del Teatre ya sacó a la luz un tramo del antiguo portal de Trentaclaus.
A diferencia de los hallazgos actuales, condenados a ser nuevamente sepultados, el muro de la plaza del Teatre pudo conservarse al descubierto. De hecho, es el único paño de la muralla medieval de la Rambla visible hoy en día. Aunque su ubicación, en la rampa por donde entran y salen los vehículos del párking, resulta poco glamurosa.
El portal de Trentaclaus fue también conocido como el dels
Ollers, porque era el lugar donde se situaban los alfareros que fabricaban ollas y escudillas, que dieron nombre a la cercana calle Escudellers. Era una de las cinco puertas de la muralla de la Rambla, junto con los portales de Santa Anna o dels Bergants (así llamado por ser el lugar donde los mozos iban a buscar faena), de la Boquería, de la Porta Ferrissa y de Drassanes, también conocido como Framenors. Este curioso nombre provenía de un antiguo convento franciscano, de frailes menores, cuyos restos también han aflorado con la reforma del paseo.
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