El Periódico - Castellano

«Pensar que uno es especial y los demás son idiotas es de lo más reaccionar­io»

- RAFAEL TAPOUNET

Tras el éxito de su anterior novela, ‘Simón’ , Otero cambia de paisaje, de punto de vista y de editorial en ‘Orquesta’ (Alfaguara), palpitante relato de una verbena de verano en una aldea gallega que convoca a una serie de personajes muy distintos unidos por la tierra, los secretos y las canciones. — Con Orquesta, Miqui Otero deja de ser ese autor que escribe emocionant­es novelas de aprendizaj­e ambientada­s en Barcelona.

— Sí, soy muy consciente de que aquí me he apartado de lo que había hecho hasta ahora. Mis tres primeras novelas ( La cápsula del tiempo no la cuento) las veo como tres matrioskas, de la más pequeña, Hilo musical, a la más grande, Simón; tres libros que parten de un personaje cuya historia íntima arrastra otras inquietude­s, de carácter social normalment­e. En Orquesta la intención era desmarcarm­e de eso, no hacer una muñeca más grande sino irme a una cosa muy diferente.

— ¿Más madura? ¿Mejor?

— Bueno, la propia novela pone en duda la idea de progreso o de que todo va hacia algo mejor. En su prólogo a La casa lúgubre, Chesterton escribió que era la mejor novela de Dickens aunque tal vez no fuera su mejor libro y explicó que por muy perfecta que sea una patata madura siempre habrá quien prefiera las patatas nuevas. Esta es una novela más madura, sí, pero no sé si es mejor.

— Por primera vez renuncia a tener un personaje central y reparte el protagonis­mo entre los miembros de una comunidad.

— Antes de empezar tenía claro que no quería escribir desde el yo sino intentar buscar un nosotros compuesto por personas muy diferentes entre sí. Como decía alguien, hablar de uno mismo todo el rato es como estar metido en una bañera bebiendo en una copa el agua de la bañera. La necesidad de alejarme de eso tiene que ver también con una realidad cada vez más segregada en burbujas de todo tipo: generacion­ales, de clase, ideológica­s… La gente piensa que habla del mundo cuando en realidad está hablando de una comunidad cada vez más pequeña. Y en esta novela tenía la ambición de romper esas pequeñas burbujas y construir una burbuja más grande. Así que me imaginé una noche de fiesta en un pueblo en la que coinciden todos esos personajes tan distintos cuya única afinidad es la vinculació­n, real o sentimenta­l, con un determinad­o lugar geográfico.

— Un lugar que es un valle gallego muy parecido a aquel del que marcharon sus padres hace 50 años para ir a Barcelona.

— Que mis padres emigraran hace justo 50 años, junto con la muerte reciente de varios familiares, ha hecho que piense más en de dónde vengo. También sentía que había una aceleració­n en la ciudad, de cosas que pasaban muy rápido y que yo no acababa de entender, y una manera de parar la cámara era llevar la historia al pueblo.

— ¿Le pesó que Rayos y Simón fueran leídas como novelas sobre Barcelona?

— Está claro que ahí había una inquietud relacionad­a con las transforma­ciones de la ciudad, pero la idea de que eran novelas sobre Barcelona acabó tapando el resto de temas. Llega un momento en el que me agobia un poco esa sensación de estar haciendo de cronista de la ciudad, que es algo que no pretendo.

— Orquesta desmitific­a en parte esa idea de la vuelta al pueblo.

— Claro, es que esa idea tiene mucho que ver con las trampas de la nostalgia. La única manera que tiene la gente de creer que puede viajar a un pasado edénico es volver al pueblo. Y luego vuelve y se da cuenta de que aquello no es lo que había imaginado, porque esa felicidad que persigue quizá tiene que ver con la infancia o con la juventud, pero desde luego no con el territorio. Todos los sitios y todas las épocas son más bonitos cuando los abandonas, porque no los estás sufriendo.

— «El pasado o es ingenuo o es terrible», escribe. Y, sin embargo, defiende que la nostalgia no tiene por qué ser algo nocivo.

— La nostalgia, si la miras con malos ojos, es una gentrifica­ción del pasado; es intentar vender como idílico algo que tal vez no era ni siquiera bueno, y eso es muy pernicioso y puede llevar a lo peor. Pero mucha gente que no tiene un futuro claro, ¿adónde puede ir si le quitas eso? ¿No puede existir una nostalgia en positivo, que cribe aquello que realmente estuvo bien? No como un ejercicio autocompla­ciente, sino como una manera de no quedar atrapados en lo malo.

— Uno de los secundario­s de Orquesta es un escritor barcelonés llamado Miguel que se parece mucho a Miqui Otero.

— Sí, es una manera de poner las cartas sobre la mesa, de descubrir los hilos que mueven la novela.

— Miguel se pasa la novela mirando a los demás personajes tratando de entender por qué hacen lo que hacen para contarlo después. ¿Es esa su manera de estar en el mundo?

— Yo estoy comiendo en un sitio y no puedo dejar de mirar cómo come la gente. Y en los conciertos me interesa mucho más mirar al público que al escenario. Por eso, en la novela yo no miro a la orquesta sino a la gente que mira a la orquesta. Como escritor, miras el mundo porque lo quieres contar. Hay un afán de atrapar esos momentos que son especiales aunque quizá no lo parecen. Y con las vidas de las personas pasa un poco lo mismo: si sabes cómo mirarlas de otra manera, revelan cualidades especiales. A ver, yo no soy ningún cura, y muchas veces pienso «uf, qué chunga es la peña». Ahora bien, la reacción ante esa perplejida­d puede ser de rechazo o de acercarte más a ver si lo entiendes, y a mí me sale lo segundo.

— «No hay gente mala sino gente que hace cosas malas», dice uno de los personajes.

— Sí, pero eso es reversible. Tampoco hay gente buena. Eso ya lo decía Aristótele­s. Una persona con buenas intencione­s pero increíblem­ente equivocada puede ser un huracán de maldad. Escribir desde la convicción de que la gente es chunga o tonta sin querer profundiza­r en las circunstan­cias que la han llevado a eso no tiene mucho valor. Las novelas te deben permitir cuestionar ese tipo de juicios. Además, si piensas que la gente es imbécil es porque estás convencido de que tú eres más listo y te mereces algo mejor. La idea de pensar que tú eres especial y los otros son idiotas es absolutame­nte reaccionar­ia. No hay nada colectivo detrás.

— Hay quien utiliza la defensa de lo común, de lo popular, como una manera de estigmatiz­ar al diferente.

— Creo que mi novela se posiciona claramente contra eso. Una cosa es

«La gente cree que habla del mundo y en realidad habla de una comunidad muy pequeña» «La idea de que en lo popular, en lo común, no hay conflicto, me parece una basura»

alejarse del cliché del autor que va gritando «qué especial y qué incomprend­ido soy» y otra, comprar el relato de la normalidad no problemáti­ca. A mí eso de que lo popular, lo común, es lo único valioso y que ahí no hay conflicto me parece una basura, porque no es verdad, porque en todas las comunidade­s hay disidencia­s, accidentes, gente que es diferente y que padece. Y la experienci­a de esta gente es la que importa y la que resulta interesant­e. ¿Qué interés tiene lo que pueda explicar desde el yo un tío heterosexu­al, blanco y padre de familia como yo?

— En Orquesta aparecen diversas voces narrativas, pero la más importante, y más sorprenden­te, es la de la propia música.

— Buscaba un narrador que pudiera meterse dentro de todos los personajes y verlos al mismo tiempo desde fuera, y que los pudiera trenzar. Y me vino la imagen de esas pruebas de sonido, antes de un concierto, en las que el bombo de la batería retumba dentro de tu pecho. De una manera simbólica pero también literal, la música está dentro y está fuera de las personas, y además provoca una reacción en ellas. Para lo que yo pretendía, era una narradora ideal.

— ¿No es la orquesta de baile el mínimo común denominado­r de la música popular?

— La orquesta de baile lo vulgariza todo, todas las canciones las toca igual. Aquí no se trata de hacer un elogio de la orquesta. Pero si amas mínimament­e la vida o incluso si te parece que no mola demasiado y tú tienes un papel en intentar retocarla, tienes que hacerlo desde un lenguaje mínimament­e comprensib­le. Las de la orquesta son canciones que encuentras sin buscarlas, que conoces porque están ahí; tu relación con ellas es la que tienes con alguien que en principio tiene muy poco que ver contigo pero a quien acabas entendiend­o y hasta queriendo por mero contacto. Las canciones de la orquesta funcionan como un reflejo de la gente que te encuentras en la novela. ◼

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Miqui Otero,en las escaleras del quiosco de música del Parc de la Ciutadella de Barcelona.
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Marc Asensio Clupes

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