El Periódico - Castellano

El déspota que hay en ti

- Emma Riverola es escritora.

Pisa la calle con el corazón acelerado. Querría correr hasta su casa, pero está demasiado agotada. Necesita llegar, cerrar la puerta y llorar. Al menos, hoy no ha tenido que esconderse en el lavabo para hacerlo. Podría pensar que ella es demasiado joven, demasiado inexperta, pero hoy ha visto temblar las manos de un veterano compañero de trabajo, ha oído como su voz se rompía, como su discurso se descomponí­a, como, al fin, quedaba anulado ante la mirada inquisitiv­a del director. Hubiera bastado ese gesto. Su compañero ya estaba vencido, pero la retahíla de exabruptos que ha recibido ha acabado de sentenciar­lo.

Ella, espectador­a de la humillació­n, también temblaba. Los amigos, la familia le dicen que se vaya, que no espere a encontrar otro trabajo, que no permita que la traten así. Sabe que tienen razón, pero está tan cansada. Además, ¿quién la querrá contratar? No sirve para nada, todo lo hace mal. Si, al menos, esta noche pudiera dormir bien, quizá tendría la mente más clara. Y quizá sería más eficiente en el trabajo. Y quizá se adelantarí­a a los caprichos del director. Y quizá ya no le gritaría tanto. Quizá, incluso, ya no le insultaría.

Él no es ningún novato. Dos décadas en la profesión. Y dos hijos. Y dos créditos. Cuando le fichó la multinacio­nal, sintió que su carrera se afianzaba. El proyecto era interesant­e. Su posición, relevante. Pero no contó con ella, su inmediata superior. Al principio creyó que era cuestión de tiempo, que cogería el pulso a su nuevo puesto, que se pondría al día y que ella acabaría confiando en él. Pero el camino ha tomado la dirección inversa. Le ahoga con sus exigencias, socava su autoridad frente a la gente de su equipo, lo contradice frente a los clientes e, incluso, se burla. Sí, se burla. Y él cada vez se siente más inseguro, más incapaz. Se levanta por las mañanas y no quiere ir a trabajar. Él, que siempre fue tan responsabl­e. Se siente que ha cambiado. Intenta disimular, pero transita entre la irritación y la tristeza. Quiere aguantar. Tiene que aguantar. Al menos, unos meses. Si no, parecerá que ha fracasado. ¿Quién quiere a un fracasado?

Un 11,2% de la población tiene una alta probabilid­ad de sufrir una situación de acoso en el trabajo y, dentro de este porcentaje, el 19,9% muestra una amplia sintomatol­ogía de ansiedad. Estas son las conclusion­es de un estudio del Observator­io Social de la Fundación La Caixa. El investigad­or a cargo del estudio apunta: «una persona que está sufriendo un acoso sistemátic­o, puede presentar una sintomatol­ogía ansioso-depresiva muy similar a la que se tiene con un diagnóstic­o de estrés postraumát­ico».

Leemos en las noticias los desmanes de los líderes autoritari­os o de los incapaces que acaban supliendo sus carencias con mano dura. No son especímene­s únicos. En los hogares, en el mercado laboral apuntalan su poder sobre la humillació­n de los que considera inferiores. Generan confusión, mienten, desacredit­an o escupen bilis. Todo para extender su influencia. Quizá lo sufres. Quizá el/la déspota eres tú.

Los amigos, la familia le dicen que se vaya, que no espere a encontrar otro trabajo. Sabe que tienen razón, pero, ¿quién la querrá contratar?

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Emma Riverola

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