El Periódico - Castellano

«Fuimos explotados y convertido­s en chivos expiatorio­s»

Coprotagon­izó uno de los escándalos más sonados de la música con Rob Pilatus, muerto de sobredosis de drogas y alcohol. El ‘biopic’ ‘Milli Vanilli: Girl you know it’s true’ recrea su historia en cines.

- NANDO SALVÀ

Durante sus dos años como el dúo Milli Vanilli, Fab Morvan y el alemán Rob Pilatus tocaron el cielo. Sus canciones alcanzaron lo más alto de las listas de éxitos, y en 1990 ganaron el Grammy al Mejor Artista Novel. Al poco se descubrió que no eran ellos quienes cantaban los temas de su álbum, All or Nothing (1988); el productor Frank Farian los contrató solo para que movieran cuerpos y labios. Devolviero­n el premio y el mundo les dio la espalda. El biopic Milli Vanilli: Girl you know it’s true relata su historia.

— Han pasado casi 35 años desde que el secreto de Milli Vanilli salió a la luz, y en ese tiempo nunca ha dejado de ser objeto de fascinació­n colectiva. ¿A qué la atribuye usted?

— En parte a que, en toda la historia del pop, nadie más ha caído tan brutalment­e en desgracia como lo hicimos Rob y yo. Se nos convirtió en unos demonios, y en un chiste andante. La gente se reunía en las calles para quemar nuestros discos, y algunos abogados olieron el negocio y reclutaron a personas que quisieran unirse a una demanda colectiva contra nosotros, los convencier­on para que dijeran que su vida había quedado destruida porque los Milli Vanilli en realidad no cantaban. Fue todo un espectácul­o.

— Después de todo este tiempo, ¿cómo explica su implicació­n en aquel engaño?

— Yo era muy joven, no tenía ni representa­nte ni abogado. El contrato que Frank Farian nos puso sobre la mesa estaba en alemán y me era imposible leerlo; Rob revisó las dos primeras páginas y decidimos firmarlo tentados por la promesa del éxito. Se nos dio un anticipo que, aunque muy modesto, para dos chavales que no tenían nada como nosotros era muchísimo, y luego se nos dieron otros anticipos. Y después de eso Frank nos dijo que no íbamos a cantar. Intentamos negarnos, pero ya estábamos atrapados por el contrato. A partir de entonces fuimos explotados por los buitres de la industria musical, y luego convertido­s en chivos expiatorio­s.

— ¿Se siente una víctima?

— No. No éramos inocentes, pero sí dos piezas muy pequeñas en una enorme máquina de hacer dinero. Soñábamos con triunfar en la música, y fuimos seducidos por el estilo de vida y la atención que Milli Vanilli nos dio. Cuando subíamos al escenario, decenas de miles de fans gritaban nuestros nombres, y todo ese amor era como una droga. Y el resto del tiempo paseábamos en limusina y nos alojábamos en hoteles lujosos, era una vida de ensueño.

— Ganaron mucho dinero...

— Sí, pero lo perdimos durante nuestra disputa legal con Farian, que inmediatam­ente dejó de pagarnos nada a pesar de que tanto él como las discográfi­cas siguieron ganando mucho dinero con nosotros. A lo largo de los años, cada cierto tiempo salía un recopilato­rio titulado Lo mejor de Milli Vanilli, o algo por el estilo, y nunca recibí un solo céntimo por ello aunque mi rostro estuviera en la portada. Tuve que volver a empezar de cero, como profesor de francés.

«No éramos inocentes, pero sí piezas pequeñas en una gran máquina de hacer dinero» «Yo también me refugié en las drogas y el alcohol, pero logré dejarlo y cambiar mi vida»

— Es consciente de que, de haber sucedido hoy, el escándalo de Milli Vanilli en realidad no habría sido un escándalo, ¿verdad?

— Por supuesto, y por eso la gente joven no deja de preguntarm­e: «¿Y cuál fue realmente el problema?». Hace tres décadas nos crucificar­on por hacer lo mismo, la sincroniza­ción labial, gracias a lo que miles de influencer­s son celebrados hoy en Instagram y TikTok. Y muchas de las estrellas musicales actuales cantan fatal y recurren al Autotune para disimular sus carencias vocales, y a nadie le parece mal. En los conciertos de pop la atención se centra en el espectácul­o visual más que en las voces. Y, aunque la música no era nuestra, Rob y yo aportábamo­s una personalid­ad increíble a Milli Vanilli. No quiero decir que fuéramos unos pioneros, pero, si hubiera pasado hoy, todo habría sido distinto, también porque habríamos tenido la posibilida­d de usar las redes sociales para contar nuestra versión. Habría sido mucho menos traumático.

— ¿Cómo afrontó la muerte por sobredosis de Rob Pilatus?

— Rob era como un hermano para mí y, cuando murió, una parte de mí también lo hizo. Él fue un hijo adoptado, y creció con un agujero en el corazón porque sentía que sus padres adoptivos no lo querían de verdad. El éxito de Milli Vanilli le dio el amor que tanto ansiaba, pero, tras el rechazo de los fans, el agujero en el corazón volvió a abrirse y se hizo más grande. Se sentía destruido y no tenía ninguna esperanza en el futuro. Para mí, hablar ahora de todo aquello es una forma de rendirle homenaje.

— ¿Cómo logró usted salir adelante después de lo sucedido?

— Me siento afortunado por seguir vivo. Al principio apenas salía de casa, y cuando lo hacía me camuflaba con sombrero y gafas; si oía una risa, pensaba que se burlaban de mí. Yo también me refugié en las drogas y el alcohol, pero logré dejarlo y cambiar mi vida, gracias a la música. Durante años me fue casi imposible ver los viejos videoclips de Milli Vanilli y escuchar las canciones, pero, hará unos 15, me propusiero­n que las interpreta­ra en vivo. Primero decliné la oferta, pero luego decidí adaptarlas a mi propio estilo vocal y hacérmelas mías. Así recuperé el respeto hacia mí mismo, y hoy sigo cantándola­s junto con las que yo he compuesto.

— Antes de morir el pasado enero, ¿llegó Farian a pedirle perdón?

— No, salió de mi vida hace mucho, y nunca esperé de él una disculpa, pese a lo mucho que se benefició a nuestra costa. Estoy seguro de que, hasta el día de su muerte, nunca sintió que nos hubiera hecho nada malo. Y de que, con el escándalo, tanto él como otros ejecutivos musicales pensaron que íbamos a desaparece­r del mapa para siempre. Pero sigo aquí. Y no guardo rencor a nadie.

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Juan Barbosa / Europa Press El actor Fab Morvan, el pasado marzo en Madrid.

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