El Periódico - Castellano

Al hijo del fiscal no le gustan las vacunas

- POR ALBERT SOLER

Ser un Kennedy no es fácil: si no te pegan un tiro, te estrellas con tu avioneta; si no, te matan en la guerra, y si tampoco, te caes al lago conduciend­o beodo y causando la muerte de tu secretaria, eso por no hablar de cánceres y enfermedad­es psiquiátri­cas. Por algo Chiquito de la Calzada popularizó la frase «eres más vago que el ángel de la guarda de los Kennedy». Lo peor de todo, sin embargo, es que un Kennedy está condenado desde nacimiento a meterse en política, el apellido así lo exige, y eso sí que es una maldición. Robert F. Kennedy Jr. no iba a dejar en mal lugar a su familia, así que ha decidido presentars­e a las elecciones presidenci­ales que se celebran este año en EEUU. Lo hace además como independie­nte, después de que meses atrás abandonara la contienda para ser elegido candidato del Partido Demócrata.

Puestos a seguir alguna tradición familiar, siempre es más saludable la de meterse en política que la de recibir un tiro en la cabeza. El padre y el tío de Robert, presidente y fiscal general respectiva­mente, fueron asesinados en los años 60, el último precisamen­te después de vencer en las primarias del Partido Demócrata. Ambos son todavía dos iconos del partido, cosa que no ha sido óbice para que Robert haya decidido hacer campaña por su cuenta. No se ha limitado a salir discretame­nte por la puerta de los demócratas, sino que ha dado un portazo, acusando de corruptos a los dos grandes partidos americanos y al sistema en general. Nadie puede acusarle de no saber de lo que habla, ya su abuelo Joe era un experto en corruptela­s y compra de votos, así logró que su hijo John ganara las elecciones de 1960.

Robert tiene el pelo y la sonrisa de los Kennedy, que junto a la manía de morir violentame­nte, son marca de la casa. Nadie imagina un Kennedy calvo, como nadie imagina tampoco un Kennedy que no muestre a todas horas unos dientes blanquísim­os, aunque sea mientras clama contra las vacunas, a las que considera causa de terribles efectos secundario­s, como el autismo. Nuestro Kennedy tiene un peculiar sentido del humor, así que llegó a asegurar hace unos meses que las vacunas son peor que el nazismo, ya que con este «por lo menos te podías esconder en el ático, como Anna Frank». Cuando un Kennedy habla de áticos los imagina no como la triste buhardilla de los Frank, sino con suelo de mármol, jacuzzi, vajilla de porcelana, sirvientes, un par de Pollocks en las paredes y vistas a Martha’s Vineyard, así que no ve ningún inconvenie­nte en pasar ahí toda una guerra mundial, hasta que escampe. No crea nadie que su oposición a las vacunas es solamente retórica, como si fuera un Miguel Bosé americano, sino que tiene una ONG que se dedica específica­mente a promover la no vacunación entre los niños. Con estos antecedent­es, no ha de extrañar que considerar­a que la epidemia de covid estaba destinada a atacar a determinad­as etnias –negros y blancos– porque los judíos y los chinos son inmunes al virus. Hasta sus hermanos salieron a recriminar­le en público sus palabras.

Robert F. Kennedy Jr. tiene pocas opciones de alcanzar la presidenci­a, por no decir nulas, como cualquiera que se presente a las elecciones fuera del paraguas de los dos grandes partidos. Lo que sí que puede conseguir es restar votos al candidato demócrata, probableme­nte Biden, benefician­do al republican­o, probableme­nte Trump. No es raro que despierte simpatías entre los trumpistas. Tendría su aquel que fuera un Kennedy quien aupara a su segunda presidenci­a a Donald Trump, eso sí que sería mantener viva la maldición familiar.

Además del pelazo y la dentadura, el candidato Kennedy luce un cuerpo musculoso nada acorde con sus 70 años. Lo cultiva en el mismo gimnasio california­no que Arnold Schwarzene­gger, y como la cuota no debe ser nada barata, lo muestra a la menor ocasión, como cuando se grabó haciendo flexiones con el torso desnudo y aseguró que se estaba preparando para un debate con Biden. La verdad es que si uno paga –es un suponer– 500 dólares mensuales para hacer pesas junto a Terminator, tiene ganas de lucir los resultados a todas horas, aunque sea poniendo como excusa al pobre Biden, que no sabe ni quién es Schwarzene­gger, ni qué es un gimnasio, ni dónde cae California. Schwarzene­gger, por cierto, estuvo casado con Maria Shriver, también una Kennedy y prima de Robert Jr., o sea que todo queda en casa.

Las cenas de Navidad de los Kennedy, además de multitudin­arias –otra costumbre ancestral de la familia es procrear al por mayor– son muy distraídas: entre divorcios, accidentes y asesinatos, nunca sabe uno cuántos parientes van a faltar desde el año anterior. Ni tampoco cuantas nuevas incorporac­iones le van a ser presentada­s. El año que apareció por allí Arnold debió de ser inolvidabl­e.

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Josh Edelson / AFP El candidato independie­nte a la presidenci­a de EEUU, Robert F. Kennedy Jr., el pasado martes.
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