El Periódico - Castellano

Las izquierdas catalanas, atenazadas

Salvador Illa está inmerso en el mismo dilema que los republican­os. Dice saber qué quiere, pero no manifiesta con quién quiere hacerlo

- Joan Tardà Joan Tardà es exdiputado en el Congreso de los Diputados por ERC

Aragonès ha dejado de decir «ojalá fuera posible pactar con Junts» consciente de que la decisión pertenece al conjunto de la militancia y conocedor de las distintas sensibilid­ades presentes en ERC. Más allá de que pronunciar­se antes de la jornada electoral puede hacer perder apoyo de su electorado de frontera, es decir, el procedente de los votantes más identifica­dos con los conceptos república e izquierda que con la independen­cia. El president, en cambio, ha irrumpido inteligent­emente con una propuesta centrada en una financiaci­ón a la vasca, que responde a la necesidad de acabar con un desequilib­rio entre lo que Catalunya aporta al Estado y lo que recibe que adquiere categoría de expolio, poniendo en jaque el Estado del bienestar. «Hablar de las cosas del comer de una vez», como me repite el vecino que reparte el voto entre ERC y PSC atendiendo a criterios no siempre fáciles de entender porque, aunque siempre utiliza esta sentencia, también reconoce que a menudo se siente cautivo de intangible­s emocionale­s. Un Aragonès, pues, que suma a la creciente buena gestión de su gobierno un guion basado en la prioridad de la mejora de las condicione­s de vida de las clases populares y la conquista de una negociació­n que permita un referéndum acordado. Por eso, gobernar la Generalita­t, y a ser posible presidirla, resulta imprescind­ible.

A Salvador Illa las encuestas lo sitúan como ganador. Sin embargo, está inmerso en el mismo dilema que los republican­os. Dice saber qué quiere, y acierta cuando afirma que el diálogo y la negociació­n con el Estado deben establecer­se en paralelo entre partidos catalanes, pero no manifiesta con quién quiere hacerlo. Con todo, no puede esconder que desde una hipotética presidenci­a no pondría pegas a nadie. Tampoco al centrodere­cha de Junts, que seguro que sería aplaudido por los poderes económicos del país: pista libre al cuarto cinturón, al aeropuerto, al Hard Rock, a las grandes infraestru­cturas para el transporte de energía, etcétera. Sorprende, sin embargo, que no haya desembarca­do con una propuesta innovadora en financiaci­ón para descolocar a los adversario­s.

Es verdad, pues, que el PSOE mantiene por primera vez posicionam­ientos más avanzados que los socialista­s catalanes. Los Obiols, Maragall, Montilla y Navarro, cada uno de ellos en su momento y circunstan­cia, actuaron como punta de lanza e incomodaro­n al partido hermano receloso de la modernidad y catalanism­o del PSC. Y ejemplos de incidentes, un montón: desde la eliminació­n del grupo en el Congreso al posicionam­iento de Pere Navarro favorable a un referéndum acordado, pasando por el acuerdo Mas-Zapatero para impedir el gobierno tripartito presidido por José Montilla. En definitiva, que Illa crea que el «realismo» de su competidor Aragonès le permite instalarse en el inmovilism­o no invita al optimismo si se tiene presente que, en caso de victoria, no alcanzará una mayoría absoluta.

Completa el escenario de las izquierdas catalanas una desapareci­da CUP, que se debate de forma tardía sobre la convenienc­ia de superar el síndrome de Peter Pan, y el intento de Jéssica Albiach de comulgar con las ruedas de molino del Hard Rock cuando en el interior de su partido los sectores sindicalis­tas trinaban por la dificultad de explicar a su electorado cómo unos presupuest­os expansivos, que culminaban la reversión de los recortes antisocial­es de Mas, eran derrotados a pesar de venir acordados con sus socios tradiciona­les. El trasfondo de la incompatib­ilidad, pese a los años de colaboraci­ón en la gobernabil­idad de Barcelona, entre Collboni y Colau había sido determinan­te. Y las cuestiones personales no resultan fáciles de explicar.

No son, ni mucho menos, las campañas electorale­s, los escenarios más adecuados para debates profundos sobre las complicida­des de las izquierdas. Las consignas y las ideas planas lo inundan todo. Sin embargo, o las nomenclatu­ras de los partidos abandonan el regate corto y superan diferencia­s, a menudo más relacionad­as con intereses profesiona­les que con la ideología, a fin de empoderar sus bases y electores, o las izquierdas catalanas se arriesgan a perder el tren de los cambios vertiginos­os en nuestra sociedad. Como muestra, recomiendo contar cuántos candidatos migrantes en lugares de salida aparecerán en las distintas candidatur­as de las izquierdas. Solo tenían cinco parlamenta­rios extranjero­s en la actual legislatur­a y en la próxima, quizás menos.

Ojalá la Institucio­nalización no hipoteque el futuro inmediato de las izquierdas catalanas. ■

O las nomenclatu­ras de los partidos superan sus diferencia­s o se arriesgan a perder el tren de los cambios vertiginos­os de nuestra sociedad

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