Las izquierdas catalanas, atenazadas
Salvador Illa está inmerso en el mismo dilema que los republicanos. Dice saber qué quiere, pero no manifiesta con quién quiere hacerlo
Aragonès ha dejado de decir «ojalá fuera posible pactar con Junts» consciente de que la decisión pertenece al conjunto de la militancia y conocedor de las distintas sensibilidades presentes en ERC. Más allá de que pronunciarse antes de la jornada electoral puede hacer perder apoyo de su electorado de frontera, es decir, el procedente de los votantes más identificados con los conceptos república e izquierda que con la independencia. El president, en cambio, ha irrumpido inteligentemente con una propuesta centrada en una financiación a la vasca, que responde a la necesidad de acabar con un desequilibrio entre lo que Catalunya aporta al Estado y lo que recibe que adquiere categoría de expolio, poniendo en jaque el Estado del bienestar. «Hablar de las cosas del comer de una vez», como me repite el vecino que reparte el voto entre ERC y PSC atendiendo a criterios no siempre fáciles de entender porque, aunque siempre utiliza esta sentencia, también reconoce que a menudo se siente cautivo de intangibles emocionales. Un Aragonès, pues, que suma a la creciente buena gestión de su gobierno un guion basado en la prioridad de la mejora de las condiciones de vida de las clases populares y la conquista de una negociación que permita un referéndum acordado. Por eso, gobernar la Generalitat, y a ser posible presidirla, resulta imprescindible.
A Salvador Illa las encuestas lo sitúan como ganador. Sin embargo, está inmerso en el mismo dilema que los republicanos. Dice saber qué quiere, y acierta cuando afirma que el diálogo y la negociación con el Estado deben establecerse en paralelo entre partidos catalanes, pero no manifiesta con quién quiere hacerlo. Con todo, no puede esconder que desde una hipotética presidencia no pondría pegas a nadie. Tampoco al centroderecha de Junts, que seguro que sería aplaudido por los poderes económicos del país: pista libre al cuarto cinturón, al aeropuerto, al Hard Rock, a las grandes infraestructuras para el transporte de energía, etcétera. Sorprende, sin embargo, que no haya desembarcado con una propuesta innovadora en financiación para descolocar a los adversarios.
Es verdad, pues, que el PSOE mantiene por primera vez posicionamientos más avanzados que los socialistas catalanes. Los Obiols, Maragall, Montilla y Navarro, cada uno de ellos en su momento y circunstancia, actuaron como punta de lanza e incomodaron al partido hermano receloso de la modernidad y catalanismo del PSC. Y ejemplos de incidentes, un montón: desde la eliminación del grupo en el Congreso al posicionamiento de Pere Navarro favorable a un referéndum acordado, pasando por el acuerdo Mas-Zapatero para impedir el gobierno tripartito presidido por José Montilla. En definitiva, que Illa crea que el «realismo» de su competidor Aragonès le permite instalarse en el inmovilismo no invita al optimismo si se tiene presente que, en caso de victoria, no alcanzará una mayoría absoluta.
Completa el escenario de las izquierdas catalanas una desaparecida CUP, que se debate de forma tardía sobre la conveniencia de superar el síndrome de Peter Pan, y el intento de Jéssica Albiach de comulgar con las ruedas de molino del Hard Rock cuando en el interior de su partido los sectores sindicalistas trinaban por la dificultad de explicar a su electorado cómo unos presupuestos expansivos, que culminaban la reversión de los recortes antisociales de Mas, eran derrotados a pesar de venir acordados con sus socios tradicionales. El trasfondo de la incompatibilidad, pese a los años de colaboración en la gobernabilidad de Barcelona, entre Collboni y Colau había sido determinante. Y las cuestiones personales no resultan fáciles de explicar.
No son, ni mucho menos, las campañas electorales, los escenarios más adecuados para debates profundos sobre las complicidades de las izquierdas. Las consignas y las ideas planas lo inundan todo. Sin embargo, o las nomenclaturas de los partidos abandonan el regate corto y superan diferencias, a menudo más relacionadas con intereses profesionales que con la ideología, a fin de empoderar sus bases y electores, o las izquierdas catalanas se arriesgan a perder el tren de los cambios vertiginosos en nuestra sociedad. Como muestra, recomiendo contar cuántos candidatos migrantes en lugares de salida aparecerán en las distintas candidaturas de las izquierdas. Solo tenían cinco parlamentarios extranjeros en la actual legislatura y en la próxima, quizás menos.
Ojalá la Institucionalización no hipoteque el futuro inmediato de las izquierdas catalanas. ■
O las nomenclaturas de los partidos superan sus diferencias o se arriesgan a perder el tren de los cambios vertiginosos de nuestra sociedad