Alguien que mira el futuro
Desde siempre, los humanos hemos tenido la necesidad de prever el futuro. La propia esencia de lo que todavía tiene que ocurrir implica una inquietud asociada a la incertidumbre. Pero eso nos hacen falta algunas certezas. Es aquí donde, a lo largo de la historia, sibilas, adivinos y profetas, quirománticos, nigrománticos y augures, han tenido un papel determinante, tanto si escarbaban en el interior de las tripas de una gallina como si leían las manos, si contemplaban el vuelo de los pájaros o aseguraban que recibían información directa de la divinidad, que los dioses, estos sí, conocían al porvenir. Todos ellos (y todas ellas, que en ese gremio siempre ha habido mucha presencia femenina) eran considerados como una raza aparte. Seres mitológicos, sacerdotes o revestidos de un aura sobrenatural, recibían la consideración de todos los que querían saber qué les deparaba un mañana todavía oscuro hasta que se iluminaba con las predicciones. También es cierto, no lo olvidemos, que a veces, a lo largo de la historia, los adivinadores han sido tratados de charlatanes y han sufrido la ira de quienes se han sentido engañados o de los que han comprobado cómo ese negro futuro anunciado se convertía en realidad y han acabado matando al mensajero.
De la estirpe de profetas, adivinos y sibilas quedan pocos ejemplares. Habiendo dejado por el camino la fulguración divina y extrasensorial, casi metafísica (lo que más se acercaba a un intento científico de hurgar en el futuro), ahora solo quedan, prácticamente, señoras y señores que manejan un péndulo o que salen de madrugada en la televisión con una bola de cristal. Ah, y los políticos y los meteorólogos. Quizá por eso no sea tan raro que Tomàs Molina, el conocido y reconocido hombre del tiempo de TV3, protagonista de parodias y constructor de un personaje basado en todas las variables posibles de las americanas estrechas y con entonaciones en la raya del histrionismo, no es extraño, pues, que haya decidido, como dice él mismo, dar el salto a la política. «Un hombre del tiempo», ha afirmado, «es alguien que mira el futuro y que trata de pronosticarlo y adelantarse a los acontecimientos». De hecho, un político debería aspirar a lo mismo. Un programa electoral es una vestimenta para afrontar lo que vendrá, un pronóstico a partir de la observación, un correr por delante del tiempo, el cronológico.
Y se da el caso de que, en este país, la manía por la meteorología es uno de los deportes nacionales. Quizá no tanto como en Inglaterra, donde los lectores del The Times se disputan el privilegio de haber sido el primero en anunciar la llegada de la primavera en una carta al director donde aseguran que han oído el canto del cuco, pero casi al mismo nivel. Por eso mismo es sensato que Tomàs Molina no salga más en el TN. La Junta Electoral podría denun
La Junta Electoral podría denunciarle cada vez que anunciara borrascas que provienen de más allá del Ebro. Verían mensajes ocultos
ciarle cada vez que anunciara borrascas que provienen de más allá del Ebro o nieblas espesas en la llanura de Vic o mar de fondo en la costa central. Verían mensajes ocultos, premoniciones políticas, pronósticos ideológicos o vete a saber qué.
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