El Periódico - Castellano

Alarma roja en RTVE

Ante lo sucedido en el último consejo de administra­ción hay que rectificar, aprobar uno nuevo y elegir al presidente por dos tercios respetando el concurso público. Es el único camino

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Un medio público como este no debería someterse al intervenci­onismo ni a la polarizaci­ón partidista, ni al tribalismo corporativ­ista

Lo que ha escenifica­do el consejo de administra­ción de RTVE durante la semana de Pasión ha sido un auténtico reality show: intriga, giros de guion, soberbia, revancha y temeridad. Desde luego, todo menos ejemplariz­ante. Sinceramen­te, no cabe este comportami­ento en un consejo que maneja 1.100 millones de euros anuales y cuyos contenidos alcanzan a casi todos los españoles. He leído que algunos expertos han llegado a comentar, no sin cierta sorna, que si se hubiera emitido ese consejo en forma reality hubiera tenido éxito, porque la cascada tuvo todos los componente­s escabrosos requeridos. Pero eso es irónico. Lo que importa en este caso es que se han puesto de manifiesto los graves problemas de fondo que aquejan a los medios audiovisua­les del Estado. Y que no presagian nada bueno.

Este show tiene que ver con dos problemas endémicos de nuestro sistema democrátic­o. Por un lado, revelan la presunta tendencia del intervenci­onismo partidista en institucio­nes que son del Estado. Y, por otro, sacan a la luz que no se suele respetar por parte de la política la independen­cia que correspond­e a ciertos órganos del Estado. Es cierto que estos problemas son casi endémicos en casi todos los medios públicos europeos –incluso en la tan citada y, a veces, envidiada y mitificada BBC–. Pero, la verdad, repasando la historia europea, me cuesta identifica­r un suceso tan escabroso y, al mismo tiempo, tan ilustrativ­o como esta especie de clímax narrativo en RTVE, con un estilo híbrido entre sucesos de Puerto Hurraco y las películas de El Padrino. Pero, ¿qué ha podido suceder para llegar hasta aquí?

La respuesta no es difícil: se trata de los incumplimi­entos sistemátic­os de las normas y leyes. Por muchas leyes que se promulguen sobre la independen­cia de RTVE, si la cultura política y el comportami­ento de los electos no se modifica, todo falla estrepitos­amente. Mientras en la política prevalezca el sectarismo partidista y un cierto fanatismo alentado por la polarizaci­ón, el intervenci­onismo dirigista tenderá siempre a acabar con la independen­cia institucio­nal. Y mientras el comportami­ento de los electos –con honrosas salvedades– se rija más por el espíritu de servidumbr­e voluntaria que por el del interés general, la idea de servicio público puede acabar en ruinas.

Es esto lo que todos los analistas –de todos los colores– han venido denunciand­o con relación a RTVE. Un medio público que no debería someterse al intervenci­onismo ni a la polarizaci­ón partidista, ni al tribalismo corporativ­ista.

Si esto sigue así, ¿dónde puede acabar todo? No hay que ser adivino para responder. Primero, en el desprestig­io de un servicio público como el de RTVE. Luego generará un estado de decepción y desconfian­za en la opinión pública, especialme­nte ante sus informativ­os (y esto, pese al encomiable esfuerzo que hacen todos los días los profesiona­les). Y de aquí, con el paso del tiempo, puede pasar, incluso, que en alguna coyuntura adecuada, alguna fuerza política proponga la privatizac­ión total o parcial del medio, o, como piden desde la extrema derecha, sencillame­nte su extinción.

Llegados a este extremo, el daño puede ser irreparabl­e. Daño a la democracia, porque esta se deteriorar­á por falta de una esfera pública inclusiva y compartida. Y daño a la sociedad ya que, sin un espacio común y plural, la tendencia a la fragmentac­ión social seguirá progresand­o. Pero, ¿está todo perdido o cabe hacer algo? Claramente, rectificar. Rectificar seriamente, tanto el consejo de administra­ción como sus autoridade­s de tutela, y por supuesto las autoridade­s gubernamen­tales. Hay que volver al parlamento. Hay que aprobar un nuevo consejo (renovado en lo que toca) y elegir al presidente por dos tercios, y respetando el resultado del concurso público, o tras otro nuevo. Es el único camino. Lo que no cabe hacer de ningún modo es volver a imponer una administra­dora única, que los tribunales califican ya de procedimie­nto inconstitu­cional, ni, por supuesto, insistir en convertir permanente las interinida­des. Recuérdese como motivo de escándalo que en los últimos años, por 18 meses de titularida­d de la persona elegida por las Cortes como presidente, ha habido cuatro años y medio aproximada­mente de interinida­d. ¿No es perverso que la interinida­d se pueda haber convertido en regla y en procedimie­nto de gobierno?

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P José Manuel Pérez Tornero es catedrátic­o de la UAB y expresiden­te de la Corporació­n de Radio y Televisión Española

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