El Periódico - Castellano

Un efectivo ‘neo-noir’ con giro sorpresa

- JUAN MANUEL FREIRE Juan Manuel Freire es crítico

Sugar es, a la vez, una serie cargada de bellos clichés y un salto al vacío. Mark Protosevic­h, guionista de Soy leyenda, nos presenta una premisa a priori poco original. Seguimos a Colin Farrell como John Sugar, un detective de Los Ángeles conocido por su talento a la hora de encontrar a gente desapareci­da. El famoso último encargo, ese que, esta vez sí, de verdad, pondrá fin a su carrera, es dar con el paradero de Olivia Siegel (Sydney Chandler), nieta del productor de cine Jonathan Siegel (James Cromwell).

Mientras busca pistas por la ciudad de las estrellas, Sugar empieza a descubrir oscuridade­s en torno a los Siegel. Sus fuentes son Melanie (Amy Ryan), madrastra exestrella del rock de Olivia; el padre de la desapareci­da, un productor de segunda fila llamado Bernie (Dennis Boutsikari­s), o el hijo deleznable de este, David (Nate Corddry), antiguo niño prodigio cuyo gran regreso podría verse arruinado por acusacione­s de acoso sexual. Esto es Chandler llevado al Hollywood pos-MeToo.

Lo que resulta sorprenden­te de Sugar es, de entrada, que aquí Los Angeles se muestre tantas veces a pleno sol. Por otro lado, está la luz del propio Sugar. Lejos de ser el típico detective desgastado, Sugar es un personaje melancólic­o pero amable, sobre todo con el personal de servicio o los sintecho. No es fan de la violencia ni de las pistolas, no al menos en la vida real: cuando le ofrecen la que empuñó Glenn Ford en Los sobornados, no puede ocultar cierta emoción. Su cinefilia se traduce en extractos visuales de clásicos como el citado, El beso mortal,

Johnny Guitar o La cosa.

Esa alternanci­a entre (falsa) realidad y ficción ( vintage) sirve al director Fernando Meirelles ( Ciudad de Dios) para diseñar un estilo ligerament­e febril, inquieto, fragmentar­io, con cambios casi constantes entre una cámara estática y otra más volátil. En otras palabras, Sugar no es solo hija de El halcón maltés, sino también de El halcón inglés, en la que Soderbergh jugó a placer con la estructura y los tiempos para crear una sensación de perpetua ensoñación.

Todas estas decisiones convierten a Sugar en una serie no tantas veces vista. Pero lo que acaba de hacerla diferente es un giro que no revelaré y que hace que la Tierra se tambalee bajo nuestros pies. Algunos escucharán esa respuesta y gritarán: «¡Qué estupidez!». Otros, como quien esto firma, celebramos esa clase de delirios incluso cuando, como aquí, no acaben de tener sentido ni hayan sido explotados como es debido.

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