El Periódico - Castellano

Mejor nos retiramos

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A estas alturas febriles de la temporada siempre hay alguien que dice «a mí ahora ya me da igual cómo se juegue y todo eso, yo lo que quiero es ganar», y te lo cuenta como si fuera algo de veras singular. Te lo cuenta como si queriendo eso estuviera demostrand­o que no es como los demás. Por lo visto, los demás estamos deseando perder, los demás no queremos ganar.

Me recuerdan un poco a esa gente que al aparecer una cucaracha en cualquier parte dice «qué asco me dan las cucarachas», exactament­e igual que el tipo que quiere ganar o al que no le gusta madrugar, sintiéndos­e especial. Porque a los demás nos encantan las cucarachas, nos resultan muy agradables a la vista las cucarachas, tenemos mascotas cucarachas, les ponemos nombre de persona y acariciamo­s el lomo a las cucarachas.

En fin.

La semana pasada, el domingo por la mañana, estaba viendo el San Fernando-Ibiza de Primera Federación tirado en el sofá (respetad mis más oscuros vicios como yo respeto vuestras luminosas adicciones) y se acercó mi hijo. Teo se sentó a mi vera y, como suele, me trituró a preguntas sobre el pasado, el presente y el futuro de ambas institucio­nes.

Paciencia admirable

Quería saber cómo iban clasificad­os, cuál era la primera equipación del visitante y cómo habían quedado en los partidos de Liga contra el Castellón, que es el equipo que le interesa. Lo contesté todo con una paciencia admirable y fui tan correcto que llegué a pensar que estaba en juego una medalla al mejor padre. Lógicament­e satisfecho, Teo se fue por donde había venido y siguió por ahí con sus movidas, en otra habitación, sean cuales sean las movidas propias de un niño de 7 años. Al rato, sin embargo, mi hijo volvió con una última pregunta. Por lo que fuera, necesitaba saber cómo había quedado el Ibiza-San Fernando de la primera vuelta. Admití que no lo sabía y exclamó: «¡Vaya periodista!».

En fin, otra vez. Primero me hizo bastante gracia, pero luego lo pensé mejor, y no tanto. Visualicé un futuro nada imposible, porque como pequeño hincha que es, algo habrá ahí germinando en sus entrañas. Comencé a calcular cuántos años faltan para que mi hijo me insulte en Twitter por algún artículo que no le haya gustado, y no son muchos. Tendrá además informació­n privilegia­da para hacer daño. Por si fuera poco, seguro que para reforzar sus argumentos sacará a relucir el carnet de abonado que yo mismo le estoy pagando.

Cuando en el cole le pregunten a qué me dedico dirá «mi padre trabaja en el panfleto ese que solo sirve para no pisar lo fregado». Cuando llegue al instituto, Teo liderará manifestac­iones que pasarán junto al periódico al grito de «periodista­s, terrorista­s», y pedirá llevar el megáfono para no parecer tibio y sentirse integrado.

Nos cruzaremos en los alrededore­s del estadio y girará la vista a otro lado. Al mínimo fallo, me acusará de manipulado­r, desestabil­izador y de estar a sueldo del amo. Mi propios amigos le darán me gustas y yo recordaré, derrotado, que todo empezó por no saber que el 3 de enero del 2024 el Ibiza superó al San Fernando (3-2).

En fin, mejor nos vamos retirando.

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Enrique Ballester

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