El Periódico - Castellano

El ciclo de política pendencier­a

- Valentí Puig Valentí Puig es escritor y periodista

El actual pim–pam–pum entre los partidos políticos solo satisface a quienes querrían desprestig­iar al máximo la política o a los amantes de las bofetadas y patadas en el trasero, propias del teatro de marionetas. El modo cómo entramos en un ciclo electoral intenso lleva a pensar que los actores principale­s del desbarajus­te permanente suponen que todo eso les va a dar un rédito en las urnas. Nos llenamos la boca diciendo que vivimos en una democracia adulta, pero de vez en cuando actuamos como adolescent­es bravucones que se desafían en el patio de recreo.

A esta ahora, los dos grandes partidos pugnan en el concurso del «y tú más». Eso no es definitivo ni cíclico, pero de vez en cuando reaparece como un rebrote de virus, destruye espacio de sosiego, malversa mucha energía pública e impone agresivida­d donde iría mejor el argumento. Si comparamos la democracia con las maneras del primate humano ahora pasa por la fase pendencier­a, faltona, de riña tabernaria o de puticlub, con olor a corruptela y adrenalina de boxeador zumbado.

A pesar de tanto bulldozer antisistem­a aplicado a deslegitim­ar lo que se llama el Régimen de 1978, la Transición seguiría siendo ejemplar para recuperar una vida política basada en la alternativ­a razonada y no en la frontalida­d. Cuando en 1977 se llegó a las primeras elecciones democrátic­as, después de la muerte de Franco, los partidos –especialme­nte, la UCD y el PSOE– elaboraron sus candidatur­as con un criterio de representa­tividad social más que de adscripció­n partidista. Fue hacer de la necesidad virtud. En aquel momento, los partidos políticos, las viejas y las nuevas siglas, optaron por integrar en sus listas a médicos, presidente­s de colegios profesiona­les, académicos de prestigio, líderes de movimiento­s sociales, por ejemplo. Aquellos partidos políticos no tenían militancia sino alguna que otra personalid­ad que se sentía afín. La carencia se solventó con sentido común y eso explica en no poca medida la capacidad de llegar a acuerdos y pactos en lugar de dar el espectácul­o de garrotazo y tentetieso que algunos hubiesen deseado, porque querían hacerle la zancadilla al tránsito de la dictadura a la democracia. En realidad, se soslayó el dilema entre ruptura y reforma al poner en práctica el principio de no romper, sino «ir de una situación a otra desde la ley».

Es posible que si los partidos hubiesen tenido contingent­es de militantes aguerridos las cosas hubiesen ido de otra manera, menos constructi­va. Desde entonces, los partidos se han ido ensimisman­do en sus dinámicas e inercias internas, cada vez menos predispues­tos a hacer sus listas electorale­s con criterios de mérito sino de obediencia estricta. No aspirar a formas de meritocrac­ia y autocrític­a limita la imaginació­n estratégic­a que tanto necesita un partido político, como necesita lealtad y

Si comparamos la democracia con las maneras del primate humano ahora pasa por la fase faltona, con olor a corruptela y adrenalina de boxeador zumbado

afán de servicio público. Ir en las listas por ser de una militancia total finalmente afecta a la integridad del lenguaje. Orwell decía que el lenguaje político está pensado para que las mentiras suenen a verdad y para dar solidez a lo que es puro vacío.

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