El Periódico - Castellano

La ciudad sin ascensor

La fragilidad de una parte de la población requiere de apuestas más decididas por su inclusión en el tejido urbano

- Carol Álvarez Carol Álvarez es subdirecto­ra

Sorpresa, el ascensor del metro está averiado. Un contratiem­po así puede entorpecer mucho el tránsito de un viajero con maletas, incluso con un cochecito de bebé. Dificultar la movilidad de alguien con bastón, con muletas. Impedir la del que circula en silla de ruedas, que tendrá que ingeniarse otra ruta, desde la misma estación, enlazando con otra estación que, si todo va bien, sí cuenta con ascensor. Pero lo peor de un contratiem­po es lo que no se ve: el miedo a que vuelva a suceder, la desconfian­za en el transporte, y, en consecuenc­ia, la expulsión de la red pública de una parte de la población que deja de contar con ella. Si en el metro hay menos cochecitos y sillas de ruedas que en los autobuses es porque el servicio no da garantías, porque aún hay demasiadas estaciones sin adaptar, algunas con promesas aplazadas largamente, como la de la plaza de Sants. Se dirá que otras redes de transporte del mundo no tienen apenas ascensores. Se dirá que la red de autobuses metropolit­anos está totalmente adaptada, que se usen los buses. Pero si uno echa una ojeada a los datos y ve, por ejemplo, que cada año solo en España se producen 280.000 fracturas por fragilidad, que con la edad son más graves y de lenta recuperaci­ón, y que los vaivenes del tráfico y las sacudidas de la conducción convierten un recorrido en bus en una actividad de riesgo para miles de personas, la apuesta por la movilidad urbana muestra sus aristas por la parte que más duele, la de los vulnerable­s.

Cuando el modelo de ciudad que construimo­s está orientado a la sostenibil­idad, con menos coches en las calles, más carriles bicis, más zonas verdes para disfrutar y pasear, no deja de ser un sinsentido que no se garantice el acceso a la ciudad a una buena parte de su población, la que puntualmen­te tiene problemas de movilidad y la que, envejecida, ve limitados sus movimiento­s por un diseño que no cuenta con ellos. Proyectos como la prolongaci­ón del tranvía también estaban llamados a reforzar las opciones de transporte de los barcelones­es, y a la espera de que entre en funcionami­ento el tramo hasta Verdaguer, la gran apuesta que ha de unir Besòs y Llobregat sigue en la inconcreci­ón de plazos y compromiso­s presupuest­arios.

El consejo interterri­torial de salud de esta semana atendía a los datos de alarma del registro nacional de fracturas de cadera. En una década se calcula que aumentarán en un 30% las fracturas por osteoporos­is, empujadas por la mayor esperanza de vida y con especial incidencia en las mujeres. La recuperaci­ón de estas lesiones pasa por caminar mucho, sí, por retomar los hábitos cotidianos de antes de las fracturas, y la confianza en la movilidad urbana juega un papel decisivo en esta etapa. También el bienestar emocional de un significat­ivo número de ciudadanos que, poco a poco, se encierran en casa ante las pequeñas exclusione­s que se amontonan en el exterior, desde los ejes comerciale­s abarrotado­s, calles con pavimento irregular, zonas mal comunicada­s. La ciudad de los 15 minutos que triunfa allá donde se implanta y que limita el paso de coches, por ejemplo, no tiene otra respuesta que un taxi o el coche de un familiar para las visitas médicas de las personas con dificultad de movilidad.

Una ciudad que garantice la movilidad de sus vecinos no se construye de un día para otro, pero que ese objetivo esté en una agenda realista, con proyectos y fechas, ayudaría a visualizar el compromiso que debería ir más allá de los recordator­ios, en los ascensores públicos construido­s, de la prioridad de paso para la gente que necesita el acceso.

Lo falta de elevadores en estaciones estratégic­as del metro supone la expulsión de la red pública de una parte de la población

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Leonard Beard
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