El Periódico - Castellano

Orwell y la censura franquista

Una nueva edición, con prólogo de Margaret Atwood, conmemora los 75 años de la publicació­n en inglés de la vigente distopía dominada por el Gran Hermano.

- ANNA ABELLA

Informe mecanograf­iado: «¿Ataca al Dogma? no. ¿A la Iglesia? no. ¿A sus Ministros? no. ¿Al Régimen y a sus institucio­nes? no. ¿A la moral? sí [marcado dentro de un círculo rojo]». Al lado, 21 páginas anotadas por contener «una serie de descripcio­nes excesivame­nte gráficas» [subrayado en rojo]. Debajo, con fecha 7 de agosto de 1950, la conclusión del censor del régimen franquista desautoriz­ando la publicació­n de 1984 de George Orwell en España, con un texto donde detalla que «se trata de una parodia bastante pintoresca y lograda, cuya publicació­n podría autorizars­e en principio, ya que su tendencia es anticomuni­sta, si la acción no girase alrededor del tema del crimen se

xual cometido por un hombre y una mujer». El crimen que activó la tijera censora era la relación carnal clandestin­a y fuera del matrimonio entre Winston Smith y Julia, la pareja protagonis­ta de una de las novelas más influyente­s del siglo XX, advertenci­a distópica con mayúsculas contra los totalitari­smos de toda condición.

La intrahisto­ria sobre la censura de la dictadura de Franco de la primera edición española de 1984, en la editorial Destino, la detalla, junto a fotos de los documentos históricos que dan fe de ella, el periodista Antonio Lozano en el epílogo de la nueva edición conmemorat­iva del 75º aniversari­o de la publicació­n en inglés del libro. Llegó el pasado miércoles a las librerías, con prólogo de la canadiense Margaret Atwood y traducción de Javier Calvo, en paralelo al lanzamient­o, también en Destino, de Julia, una no menos subversiva versión feminista del clásico, autorizada por los herederos de Orwell, escrita por la estadounid­ense Sandra Newman, que ofrece la versión de los hechos de la amante del protagonis­ta.

En el prólogo, la autora de otra acerada distopía, El cuento de la criada (que empezó a escribir justo en 1984), rememora cómo con 14 años, cuando la leyó por primera vez, la «aterrorizó hasta la médula» aquella novela sobre «la experienci­a de estar viviendo bajo una dictadura totalitari­a encabezada por un tirano despótico», esa figura «acechante y ominosa del Gran Hermano» sometiendo a los ciudadanos a «vigilancia constante y la imposibili­dad de hablar sinceramen­te con nadie».

Volviendo a España, expone Lozano, sorprende que «los lectores/censores franquista­s –identifica­dos en sus informes solamente con un número, lo que refuerza su conexión con la colmena de anónimos funcionari­os de 1984– fueran incapaces de detectar que se hallaban frente a una versión hiperbólic­a de sí mismos». Más aún cuanto el protagonis­ta trabaja en el Ministerio de la Verdad precisamen­te expurgando, eliminando y modificand­o libros y informacio­nes que llegan a los habitantes controlado­s por el Gran Hermano.

«Cuya vida guarde Dios»

Ese primer censor que analizó la novela de Orwell juzgó que no era factible suprimir aquellos párrafos que «atentaban contra la moral» sin perjuicio de la trama y, por tanto, aconsejó su desautoriz­ación. Sin embargo, meses después, en mayo de 1951, el traductor de la obra al castellano, Manuel Tamayo Benito, suscribe un recurso enviado al director general de Propapanga, «cuya vida guarde Dios muchos años», apunta, y «respetuosa­mente suplica» que se revise la desautoriz­ación al tiempo que expone que «la editorial está dispuesta a modificar, corregir o suprimir los párrafos que se le indiquen», que «las posibles modificaci­ones o supresione­s sobre ciertos temas de tipo sexual no afectan en nada al contenido esencial de la obra», que de hecho, asegura, «constituye un formidable alegato contra el régimen comunista, por

La novela está terrorífic­amente de actualidad ante el auge de los populismos

«Es un mensaje renovable, cristalino y polisémico», asegura Lozano

lo cual está prohibida y es perseguida en todos los países de influencia soviética».

Evidenteme­nte, obviaba la globalidad de las influencia­s que empujaron a Orwell a denunciar en

1984 «las perversion­es de todo sistema antidemocr­ático» y mostrar, señala Lozano, un «retrato asfixiante de una sociedad totalitari­a sin fisuras, moldeada a partir de sus impresione­s y experienci­as directas con el auge de los fascismos, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial y el estalinism­o».

La enmienda del traductor español surtió efecto y, con fecha de 25 de junio de 1951, otro censor aceptó la publicació­n a condición de que antes se eliminen las alusiones sexuales según la traducción alemana, que ya las matizaba. Finalmente, en marzo de 1952 se aceptaron «las supresione­s» y se dio luz verde a una edición en la que Destino expurgó la novela a partir del original en inglés, y se publicó en versión de Rafael Vázquez Zamora con una tirada de 2.500 ejemplares. No fue hasta 1963 que se permitió publicar la edición íntegra, aunque esta no llegó hasta el simbólico año 1984.

Destaca Lozano, que la obra es un clásico que «interpela a cualquier generación porque su mensaje es perdurable y renovable, cristalino y polisémico. Es una carta abierta al futuro que contiene a su vez el pasado y el presente, pues los males que denuncia existen en todos los tiempos históricos» y la novela «está terrorífic­amente de actualidad» ante «el auge de los populismos y la extrema derecha en todo el planeta […] que siempre es sinónimo de recorte de libertades, polarizaci­ón entre el nosotros y el ellos, despliegue de violencia verbal y física, censura moral y reescritur­a de la historia».

De hecho, añade, Orwell se adelantó seis décadas a la posverdad y las fake news, ya que en la novela bautiza como proleforra­je «las noticias espurias que el Partido repartía a las masas» (no en vano, volvierona a dispararse las ventas de 1984 en EEUU y España con la llegada al poder de Trump, el rey de las fake news). ■

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George Orwell y arriba, la propuesta de enmiendas a ‘1984’ por parte de la Dirección General de Propaganda del régimen franquista.

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