El Periódico - Castellano

Conquistem­os los hoteles

- Jordi Puntí

Eres un turista, llegas a Barcelona y ¿qué haces? Dejas el equipaje en el hotel y sales a conocer la ciudad. ¡Te han dicho tantas cosas, te han recomendad­o tantos restaurant­es, mercados y museos! La playa, los barrios enrollados, Gaudí, las tiendas, el Barça con los niños... Por la noche, cansado, vuelves al hotel y, si estamos en verano, quizás subas una hora a la piscina y tomes un cóctel en la terraza con vistas. Contemplas la ciudad, con el pecho henchido como un emperador, y coges fuerzas: te espera la noche barcelones­a (y los ladrones de móviles, pero eso no sale en la foto). Total que, mientras te consumía el afán turístico, ni te has fijado en los encantos del hotel. El bar del hotel. El hall. Y aquí es donde entramos nosotros...

Considerem­os los hoteles, barcelones­es, conquistém­oslos. ¿Qué tienen en común los cientos de hoteles de esta ciudad, a menudo en edificios nobles? Pues el lujo, los sofás vacíos, las butacas cómodas y deshabitad­as, las barras bien surtidas. El salón del Motel One, por ejemplo, frente a la Ciutadella, tiene tantos sillones distintos que parece una exposición. Y el Madison, en la Via Laietana, está decorado con una biblioteca para darle un aire más culto. En el Pulitzer de la calle Bergara hay unas mesas enormes, ideales para reuniones o jugar al Scrabble, y en los jardines del Alma o Casa Mimosa uno puede desaparece­r. Es solo una muestra de lugares que durante el día piden a gritos más vida cotidiana. Vayamos a leer novelas en los sofás, escribamos tesis, hagamos la siesta, quedemos con los amigos, como si toda la ciudad –cada hotel– fuera un club privado, o el comedor de casa. Pasemos del coworking al codrinking. Bebamos, claro, pero antes debemos resolver un problema: hay que exigir precios autóctonos y razonables. No podemos pagar cinco euros por un cortado ni diez por una cerveza. La solución –que ya funciona en algunos comercios del Born, lo sé por experienci­a– es un código secreto, una clave que, pronunciad­a frente al camarero, te da derecho a un precio de vecino. Es muy fácil: a cambio, nosotros solo tenemos que poner cara de turistas.

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