El Periódico - Castellano

Furor en el Fòrum con la fiesta mexicana

- Los Tigres del Norte Auditori del Fòrum JORDI BIANCIOTTO

El paso del tiempo agranda las leyendas, pero para eso, primero hay que serlo, y a Los Tigres del Norte les precede su aureola de audaces cronistas de la vida en el filo, allá en la frontera, reputación agrandada por el actual empuje de la música regional mexicana. Sus corridos y rancheras conservan el encanto de las cosas curtidas y creíbles, y allá donde van propician una identifica­ción integral, como ilustraron, ayer, los trajes y sombreros rancheros que camparon en las butacas del Auditori del Fòrum.

Hacía 16 años de su última actuación en Barcelona (Apolo, 2008), y en su cita con el Guitar BCN (3.000 entradas agotadas semanas atrás) saciaron largos apetitos acumulados, a juzgar por el tremendo griterío con el que fueron recibidos y acompañado­s a lo largo de la generosa sesión. Arranque con La camioneta gris, uno de esos alegres temas armados en torno a una ecuación con ingredient­es tales como frontera, mercancía, redada, tiroteo y caja de pino. El Auditori se vino abajo. Nunca canciones tan trágicas liberaron tan vivaces sentimient­os. La imagen de otra Barcelona: ponchos mexicanos, banderas de Colombia y (muchas) de Honduras.

Un desgarro emocional

Así, entre ráfagas de metralleta (enlatadas), el simpático son del acordeón (a cargo del factótum, cantante y conductor, Jorge Hernández) y letras bañadas en amor y sangre, Los Tigres del Norte mantuviero­n al público en pie y en danza todo el concierto con sus chaquetas vaqueras de flecos y su alternanci­a de voces. Narcocorri­dos que entrañan un desgarro emocional: La jaula de oro, sobre el

espalda mojada que diez años después sigue siendo ilegal y que ve como sus hijos se han olvidado del México lindo y querido. «Otro idioma han aprendido / y olvidado el español / Piensan como americanos / aunque tengan mi color». Un tema este en el que Jorge Hernández recabó visibles complicida­des con sus palabras sobre los migrantes en su búsqueda «de una vida mejor».

Fue un hito tras otro: La reina del sur, tema de la serie televisiva, sobre la «tía Teresa Mendoza», «traficante muy famosa», que burló su destino y anda tal vez en Italia o en Miami. Y En qué fallé, portadora de un hondo dolor («por mi hija que se descarriló»). Sin pasar por alto logros recientes, como La carta. Canciones que Los Tigres presentaro­n con modos entusiasta­s y sin falsas modestias: «La siguiente maravilla que vamos a tocar…».

Quisieron dejar claro que no solo viven del hallazgo del narcocorri­do y ampliaron el encuadre con los nueve mariachis y seis bailarinas que envolviero­n piezas como

Son de la negra y varias citas al imperial Vicente Fernández, como Los mandados o El último beso, terreno ranchero en el que sus voces más bien flojearon. Más eficaz, y febril, fue la larga traca final, en la que no faltaron los números narco más lapidarios (por decir algo), como La puerta negra, Contraband­o y traición y el trofeo Jefe de jefes: «Han querido arañar mi corona / los que intentan, se han ido muriendo». Sí, Los Tigres del Norte nos van a enterrar a todos.

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Ferran Sendra Los mexicanos Los Tigres del Norte, durante su actuación en el Auditori del Fòrum, ayer.
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