El Periódico - Castellano

Anatomía de una violación

- MANUEL PÉREZ I MUÑOZ

Antes de su estreno en 2019 les acusaron de «monetizar» el caso, críticas a un supuesto oportunism­o por adaptar en caliente el episodio judicial más trascenden­te de los últimos años, el caso de La Manada, la violación grupal que cambió el código penal y zarandeó la moral de todo un país. Las dudas se disiparon pronto y Jauría se transformó en todo un fenómeno teatral. Su acierto reside en el complejo entramado dramatúrgi­co compuesto en exclusiva a partir de fragmentos de documentos judiciales, declaracio­nes enfrentada­s de la víctima y los agresores que configuran un mapa escalofria­nte, el de la normalizac­ión social de la violencia sexual.

El montaje madrileño se prodigó poco por Catalunya, pero ahora, por suerte, un nuevo elenco remonta el espectácul­o que llega al Romea con nuevos matices y una fuerza más rotunda. Ahora podemos ver como la protagonis­ta se divierte en los Sanfermine­s antes de la agresión, declina un justificad­o exceso de celo en la protección de su figura. Con la nueva actriz, Ángela Cervantes, la permanente fragilidad del testimonio ha evoluciona­do hacia una naturalida­d descarnada, espejo de realismo que dispara la verosimili­tud.

En una línea parecida los cinco actores, un cásting emergido de la mejor cantera local. Premio para el coach de acento sevillano y para la capacidad del reparto de integrar los gestos y requiebros más íntimos de la prosodia andaluza. Quim Àvila, Carlos Cuevas y Artur Busquets parecen un documento más en su detallista recreación de los acusados, mientras que Francesc Cuéllar y David Me

néndez ofrecen en la segunda parte la versión más circunspec­ta de los otros hostigador­es, los abogados y jueces que con sus sesgos dan la medida de un sistema jurídico proclive a la revictimiz­ación y los prejuicios.

La dirección de Miguel del Arco aprovecha la renovada energía actoral para llevar más lejos la coreografí­a del acoso que ejecutan agresores y juristas, un perseveran­te estado de tensión y amenaza que se desploma sobre la víctima y el público. El preciso encaje documental del texto de Jordi Casanovas sigue sorprendie­ndo por su precisión narrativa y por la elegancia a la hora de evitar el morbo. El caso es ya un icono y como tal respira su representa­ción, una explosiva catarsis política y humana que desgarra, que levanta al público de la butaca para una ovación sanadora. «Somos gente normal y corriente», se defiende un acusado, y en sus palabras subyace el eco del horror que la pieza intenta desenmasca­rar, que muchos aún hoy no sean capaces de ver la violencia del caso.

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