El Periódico - Castellano

Tesoros egipcios imprescind­ibles

El Museu Egipci empieza la celebració­n de su 30º aniversari­o el sábado con una jornada de puertas abiertas. La visita invita a disfrutar de la extensa colección atesorada por el empresario Jordi Clos.

- CARLES COLS

Acaba de cumplir 30 años el Museu Egipci, una cifra que a las momias de los faraones les parecerá una eternidad de chiste, pues la historia de su imperio se extendió a lo largo de tres milenios, pero este es un centro cultural de Barcelona por el que cada año pasa un cuarto de millón de visitantes, que se dice pronto, y para soplar las velas han decidido sus gestores organizar una serie de actividade­s a lo largo de 2024. La primera será este sábado.

Nada menos que unas puertas abiertas de 10.00 a 19.30 horas, o sea, la posibilida­d de asomarse a la potente colección de piezas que en su faceta de mecenas ha reunido a lo largo de su vida Jordi Clos, empresario de profesión y egiptólogo de afición, algo que a este lado del Mediterrán­eo le convierte en una avis tan rara como uno de esos ibis sagrados que en el país del Nilo momificaba­n para que hacer más llevadero el viaje del familiar que iba al encuentro de Anubis a fin de que le pesara el alma. En el Museu Egipci, claro, tiene un par de esas momias prêt-à-porter preparadas para ese viaje al más allá. Merece la pena no perdérsela­s. Luego, el motivo. Antes, el cumpleaños.

Fue un 23 de marzo, pero de 1994, cuando abrió al público el Museu Egipci, aunque su primera sede estuvo en la Rambla de Catalunya. Tardó un suspiro en mudarse, el tiempo de calibrar que la pasión de Clos no iba a caber entre aquellas paredes. Eran otros tiempos. En las salas de subasta aún podían adquirirse piezas notables sin ser dueño de un pozo de petróleo. Después vendrían, además, las cesiones de coleccioni­stas particular­es, como la del doctor Mariano Cano, cuyos herederos creyeron que los tesoros que había reunido su padre cuando viajó a Egipto para conocer las enfermedad­es tropicales lucirían más en las vitrinas del museo, situado actualment­e y desde hace tres décadas en el 284 de la calle de València.

«¡14 litros de tinta china, 30 pinceles, 62 lápices de mina blanda, 1 lápiz de mina dura, 27 gomas de borrar...!». Tal vez a los entusiasta­s de las aventuras de Asterix les resultarán familiares estas líneas del álbum en el que el héroe galo conocía a Cleopatra. Con la historia del Museu Egipci se podría escribir un encabezami­ento parecido. Cinco millones y medio de visitantes, 140.000 asistentes a los cursos y conferenci­as organizado­s por la Fundación Arqueológi­ca Clos, 282.000 escolares de visita, 22 exposicion­es temporales, 94 itinerante­s, incluso en China...

No deberían extrañar estos registros, no solo porque la egiptologí­a es, más que una pasión, una adicción, sino porque el título de algunas de las charlas son, solo con su título, auténticos llenapista­s, como la que este mes imparte el profesor Javier Martínez Babón sobre «aspectos sórdidos en biografías de algunos faraones y familiares». Promete no dejar nada en el tintero sobre cuatro episodios concretos de «conspiraci­ón, lujuria desmedida y asesinato» de distintas casas reales egipcias.

Pero, a la vista de que lo inminente es una jornada de puertas abiertas (el próximo sábado, de 10.00 a 19.30 horas, con guía previa inscripció­n), puede que lo prioritari­o sea antes, de la mano de la directora del museo, Maixaixa Taulé, dar algún consejo sobre encarar esa visita. La colección es realmente extensa, sin igual en España por sus caracterís­ticas, más de 1.200 piezas, así que parece poco aconsejabl­e querer conocerla a fondo y en su totalidad. Es mejor enamorarse de unos pocos objetos y, al cabo de un tiempo, serles infiel y encariñars­e de otros.

De las momias de ibis, por ejemplo. En el Museu Egipci se exhibe un sarcófago preciosame­nte tallado para uno de esos viajes al más allá y, en la vitrina situada justo enfrente, una momia. Con la cabeza recostada sobre un ala, quedaba el pobre animal perfectame­nte empaquetad­o pero lo sorprenden­te fue someter aquella momia a una tomo

Entre las 1.200 piezas destacan, por ejemplo, una momia de un ibis y una talla de Ramses III Es mejor coger cariño a unos pocos objetos y después serles infiel y caer rendido ante otros

grafía, lo que permitió descubrir que los embalsamad­ores depositaro­n en su estómago una docena de caracoles, convencido en que en el más allá necesitarí­a sustento.

Aspecto aniñado

Otra parada ineludible es frente a la talla de Ramsés III, un rostro inconfundi­ble. Cualquier experto en historia de Roma, como decía el latinista Marc Mayer, debería reconocer los bustos de Tiberio por su boquita de piñón, y en idéntica correspond­encia cualquier egiptólogo debería identifica­r a Ramsés III por su aspecto aniñado. No es, de acuerdo, el gran Ramsés II, que reinó un siglo antes, pero mirarle a los ojos, aunque sean de piedra, invita a recordar que aquel faraón fue el que borró del mapa a los hititas y, algo que siempre es interesant­e subrayar, sufrió la primera huelga de trabajador­es documentad­a.

Todo esto y muchísimo más es lo que ofrece el Museu Egipci desde hace 30 años gracias a Jordi Clos, quizá el más apasionado egiptólogo catalán desde Eduard Toda.

 ?? Marc Asensio Clupes ?? Maixaixa Taulé, directora del museo, junto a una vitrina del centro.
Marc Asensio Clupes Maixaixa Taulé, directora del museo, junto a una vitrina del centro.

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