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«El cuerpo te pide que te rindas»

de la enfermedad neurológic­a. El aumento de su incidencia se produce a partir de los 60 años, pero hay estudios que también apuntan a un incremento en pacientes jóvenes.

- P. M.

Salvador Cascales notó que algo no iba bien cuando, en torno a los 55 años, empezó a sentirse cansado y a tener dolor frecuente en las lumbares. Pero como era auxiliar de farmacia y trabajaba todo el día de pie, pensaba que era absolutame­nte normal. Pero el neurólogo supo que padecía párkinson en cuanto le vio andar. «Fue una bomba, yo prácticame­nte no iba al médico para nada, se me cayó el mundo encima», rememora.

En un inicio, solo tuvo que dejar de jugar al tenis, una actividad deportiva que le apasiona, pero pudo continuar con su trabajo, dado que no quería pedir la baja laboral para nada. Pero poco a poco la enfermedad fue evoluciona­ndo y no aguantaba toda la jornada de pie: a las 12 de la mañana ya tenía que sentarse y hacer una pausa debido al cansancio y dolor de espalda. Salvador nunca ha tenido temblores, pero sí rigidez muscular, que ha ido empeorado lenta pero inexorable­mente limitando cada vez más sus actividade­s.

Aceptación

Ahora, con 74 años y casi 20 años desde el diagnóstic­o de la enfermedad, necesita a su mujer, Nuria del Olmo, para casi todo: levantarse, ducharse, vestirse, cortar la comida en trozos o pelar la fruta… Y puede andar, pero en paseos cortos, apoyado en la silla eléctrica que utiliza para el resto de desplazami­entos. En un inicio, no quería usarla porque conoce a muchas personas en Esplugues de Llobregat, donde vive y trabajaba, y no quería dar explicacio­nes de su enfermedad a todos sus conocidos, pero tuvo que acabar aceptándol­a.

Como otros enfermos, tiene que tomar medicación muy a menudo, cada tres horas, pero «media hora antes se le pasa el efecto y le da el bajón, por lo que quiere estar en su sofá, no aguanta en la calle mucho tiempo», explica su esposa.

También tiene problemas para expresarse. Si el ambiente es ruidoso, no se le oye bien, no encuentra la palabra adecuada o balbucea. «Me pongo de mala uva, porque yo quiero ser como antes, que siempre contaba chistes en las reuniones y ahora no puedo», recuerda Salvador, a su ritmo.

Fuerza de voluntad

Todo ello provoca que, «sin voluntad», Salvador y Nuria apenas saldrían de casa. «Tu cuerpo te pide rendirte, pero no me lo permito, no nos vamos a quedar en casa», dice tajante Nuria, teniendo en cuenta que los médicos aconsejan a los enfermos mantener una vida activa y hacer ejercicio, como una de las mejores recetas para ralentizar la enfermedad.

Otro de los inconvenie­ntes es que no todo el mundo comprende la enfermedad. «Tenemos amigos que lo entienden, pero otros te van dejando de lado, prefieren quedar con otras personas que adaptarse a nuestras dificultad­es y son constantes las preguntas de por qué no tiembla si tiene párkinson, debería conocerse más esta enfermedad», apunta en este sentido su esposa.

Ante ello, para ambos también ha sido de mucha ayuda la Associació Catalana per al Parkinson, donde pueden hacer actividade­s o viajes con otros enfermos y familiares de pacientes con la misma enfermedad degenerati­va. ■

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