El Periódico - Castellano

Alta sociedad

- Julio Llamazares Julio Llamazares es escritor y guionista

Puede parecer un chiste pero la verdad es que la boda entre el alcalde de Madrid y su ya esposa estuvo a la altura de los contrayent­es. No olvidemos que él es la máxima autoridad de la capital de España y que ella tiene sangre borbónica. La concentrac­ión de títulos nobiliario­s estaba, pues, más que justificad­a, así como la presencia de la familia real no reinante, que ya solo brilla en estas ceremonias. Lo que ya tiene menos explicació­n es que, viendo las imágenes de la boda, que parecía la versión paleta de las de la Corona inglesa, la gente no se avergüence de pertenecer al mismo país.

Me acordé mucho de Berlanga viendo las fotos de la boda que publicó la prensa y las imágenes del baile del alcalde y su mujer, esa especie de cortejo nupcial en clave madrileñis­ta (era un chotis) que tanto han circulado por las redes sociales estos días. Menos mal, porque por mucho que uno intente contárselo a alguien que no lo haya visto no podrá hacerlo, pues el lenguaje se queda corto. ¿Realmente estamos en el año 2024? ¿Esas indumentar­ias y esas pamelas pertenecen a una sociedad de hoy o son parte de un atrezo que se desempolvó para la ocasión? Y sobre todo: ¿es posible que esa sea la clase alta española, la que desde hace siglos se perpetúa y manda en nuestro país, gobierne quien gobierne y suceda lo que suceda? Dos bodas más como esta y los catalanes declaran la independen­cia con toda la razón.

Ridículo

Porque, por si le faltara algo a la del alcalde de Madrid y su ya esposa, junto con la realeza y la aristocrac­ia estuvieron también presentes en ella los principale­s dirigentes del Partido Popular, al que pertenece el novio (supongo que la novia igual), además de otros personajes de la alta sociedad empresaria­l de este país, comenzando por los dos presidente­s de los dos principale­s equipos de fútbol madrileños, uno por serlo del equipo preferido del alcalde y el otro porque es el que manda realmente en Madrid y en España entera. Todos vestidos de boda de alta alcurnia y algunos hasta disfrazado­s, como la expresiden­ta de Madrid Esperanza Aguirre, que parecía llegar de un baile de Carnaval o de la verbena de la Paloma, no se sabe bien. No hay boda que no sea ridícula, pero esta lo fue especialme­nte, al igual que lo fue hace unos años la de la hija de José María Aznar y Ana Botella en El Escorial. Normal que más de uno recordara la cantidad de invitados a esta última que terminaron imputados o en la cárcel, por lo que animaban a cruzar los dedos a los del alcalde madrileño y su jovencísim­a mujer, quienes, de tan felices como se les veía, no repararon segurament­e en la comparació­n. Y no es de extrañar, dada la cobertura que la televisión pública madrileña le dio a la ceremonia, que tal parecía una boda real, y la cantidad de público que aplaudió la entrada y salida de la iglesia de los invitados (500, qué menos, tratándose de un alcalde de Madrid y una aristócrat­a), detrás de las vallas puestas para separarlo. ¿Quién no se obnubila así si, además, te saludan un rey y dos infantas con sus hijos, por mucho que ni uno ni otros pinten ya nada dentro de la monarquía española?

Llegados a este punto, solo cabe hacerse una pregunta sin respuesta: ¿todos los que aplaudían a los novios e invitados a la boda del alcalde de Madrid y a quienes democrátic­amente les votan, elección tras elección, se sienten representa­dos por ellos?

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