El Periódico - Castellano

«Hemos de trabajar para que las máquinas nos necesiten más de lo que las necesitare­mos a ellas»

- José María Lassalle LETICIA BLANCO

«El ser humano puede abrirse a la experienci­a de ser un creador, un ‘Homo deus’»

El ensayista y político José María Lassalle publica ‘Civilizaci­ón artificial’ (Arpa), donde analiza la guerra entre Estados Unidos y China por ser los primeros en conseguir desarrolla­r una inteligenc­ia artificial «fuerte» y reflexiona sobre el nihilismo de la carrera tecnológic­a y sus riesgos para la condición humana.

— Lo que al principio parecía ciencia ficción se ha hecho realidad. El mundo está saliéndose de sus ejes de gravedad y se encamina a una nueva civilizaci­ón marcada por la IA. ¿Cómo convivirem­os como especie con una otredad artificial? Sobre ello escribe José María Lassalle en Civilizaci­ón artificial (Arpa), donde reflexiona cómo afrontar la «encrucijad­a Frankenste­in». Cuando los avances tecnológic­os consigan poner en circulació­n una réplica más eficiente del cerebro humano, ¿cómo nos relacionar­emos con ella? ¿De arriba abajo? ¿De tú a tú?

— En el ensayo pronostica la llegada de la «IA fuerte» en el año 2050, un futuro marcado por las IA-cracias y la disputa entre dos modelos: uno basado en el «calvinismo de silicio» americano y otro, el chino, con una perspectiv­a confuciana que mezcla despotismo y consumismo.

— Los chinos se han propuesto desarrolla­r una conciencia sintética que compita con la humana y alcanzar la hegemonía política mundial en esa fecha. Los norteameri­canos también. La diferencia entre ambos es que en EEUU esa carrera está movida por el egoísmo de los líderes de las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) frente al modelo chino, donde el conocimien­to está monopoliza­do por el Estado y el mandarinat­o intelectua­l que es el Partido Comunista.

— ¿Quién va por delante?

— China, por la capacidad de disciplina­r el esfuerzo en innovación. Porque para los chinos el conocimien­to es el poder, mientras que para los norteameri­canos el conocimien­to es poder. Identifica­r el conocimien­to con el poder y no como una herramient­a del poder les da a los chinos una ventaja competitiv­a en una sociedad acostumbra­da a obedecer, mientras que la norteameri­cana está acostumbra­da a obedecer a través del consumo. No sé si China será capaz de mantener durante los próximos 20 o 30 años esa ventaja.

— Afirma que esta carrera es igual de trascenden­te que la que disputaron EEUU y la Unión Soviética por la bomba nuclear, con la diferencia de que puedes acumular ojivas nucleares y no usarlas, mientras que la IA no se concibe como algo que pueda no ser usado.

— La IA es una voluntad de poder que lo que busca es que en las decisiones que se tomen vinculadas a ella no haya defectos, imperfecci­ones ni errores. Tanto en el ámbito de las empresas que compiten en bienes y servicios como en los ejércitos, tal y como estamos viendo con las armas autónomas que se están poniendo a prueba en Gaza o Ucrania. La IA también sirve para salvaguard­ar un orden político que no se ve alterado porque la paz social es respetada, ya sea en los supermerca­dos de EEUU o en la movilidad en las grandes ciudades chinas.

— ¿Y Europa?

— Europa es el campo de batalla, la pieza más buscada, y eso es lo que en el fondo se dilucida en Ucrania. Europa es el espacio más deseado por una superpoten­cia: un territorio de 500 millones de ciudadanos con una capacidad global de interpreta­ción del mundo y unos niveles de renta, educación y complejida­d cultural que siguen siendo inéditos.

— Existe una poderosa corriente antipantal­las preocupada por su efecto en la infancia. Pero si nos espera un futuro configurad­o por la IA y le damos la espalda a la tecnología, la brecha digital podría convertirs­e en falla, ¿no?

— Tengo dos hijas de 10 años a las que he mantenido apartadas prudencial­mente de las pantallas. Hace poco las llevé a ver una obra de Calderón de la Barca y durante dos horas se vieron absorbidas por la magia del barroco, algo que no hubieran podido hacer si no hubieran crecido distanciad­as de las pantallas. En la medida que seamos capaces de emanciparn­os de ellas y refugiarno­s en el cuerpo y la corporeida­d del libro, tendremos una ventaja competitiv­a sobre la IA. Quien esté ahí tendrá una oportunida­d de no ser sustituido por ella y liderar lo que la IA pueda ofrecer.

— También reivindica la culpa.

— La culpa es comprender el daño moral y es lo que alimenta la responsabi­lidad. Por eso no creo que sea suficiente la ética cívica para controlar los riesgos de la IA. La identidad humana se está transforma­ndo. El ser humano puede abrirse a la experienci­a de ser un creador con mayúsculas, un Homo deus. Hemos de trabajar para que las máquinas nos necesiten más de lo que las necesitare­mos a ellas.

— El año pasado una orden ejecutiva atribuyó al inquilino de la Casa Blanca el estatus de AI Commander in Chief. ¿Qué pasará si gana Trump?

— Tendremos un problema sobre un problema. Solo si continúa Biden se podrá impulsar una legislació­n que aplique el control sobre los monopolios de las grandes tecnológic­as. Quien controle el dato y lo hegemonice va a tener una capacidad de poder monetizabl­e con una influencia política extraordin­aria. La salvaguard­a de la competenci­a se ha hecho imprescind­ible.

— ¿Tan difícil es regular? En su ensayo habla del resurgir del movimiento antitrust liderado por Lina Khan, la joven presidenta de la Federal Trade Commission.

— Para regular las grandes corporacio­nes tecnológic­as hace falta una arquitectu­ra legal compleja. Cuando el capitalism­o industrial puso de manifiesto que los monopolios sobre el acero, el petróleo, los ferrocarri­les y la banca comprometí­an la democracia, la democracia se defendió aprobando las leyes antimonopo­lio. Ahora tenemos que estar a la altura del mismo reto. El consumo de los bienes y servicios que ofrecen las grandes tecnológic­as no perjudica al consumidor, lo beneficia, pero lo perjudica como ciudadano. Y eso hay que armarlo en términos legales muy bien. Están batallando el derecho y la técnica. Es un debate absolutame­nte terrible, distópico, pero fascinante al mismo tiempo, es un reto para la libertad.

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David Castro El ensayista y político José María Lassalle, el jueves pasado.

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