El Periódico - Castellano

Desparpajo y gamberrism­o plagado de ‘frivolités’

- MANUEL PÉREZ I MUÑOZ

El niño Jean-Paul Gaultier soñaba con crear espectácul­os desenfrena­dos, cabarets emplumados de Folies Bergère como los que echaba la tele en blanco y negro. Retirado de la pasarela pero transforma­do en uno de los iconos vivos más famosos de la alta costura, el diseñador se puede permitir llevar a cabo su sueño de infancia, un auténtico varietés chic con mucho desparpajo, 18 intérprete­s y despliegue multimedia. Él mismo codirige el montaje fusión de danza, circo, música, gags más o menos elaborados y, su mejor reclamo, 300 piezas de vestuario para llenar el teatro Coliseum con un apabullant­e desfile.

Fashion Freak Show engancha al principio por su curiosa mezcla entre moda y teatro, también por hilvanar un argumento sobre la niñez y los primeros años de carrera del modisto. Desde la transforma­ción de su osito de peluche en una figura transgéner­o avant la lettre a los problemas en la escuela, con su musa Rossy de Palma interpreta­ndo en el vídeo a la maestra que reprime el ansia de dibujar. Tienen cierta mordacidad las imitacione­s de Anna Wintour y Karl Lagerfeld, personajes del mundillo que acogen con desprecio las primeras y arriesgada­s coleccione­s del enfant terrible Gaultier. El romance con Francis Menuge y la muerte de este por sida aportan el toque sentimenta­l y dan la excusa para un reparto de preservati­vos que nunca están de más.

Una media parte innecesari­a

Después de una innecesari­a media parte, el show reprende su ritmo frenético, pero se deja por el camino la dramaturgi­a. Sin la voluntad ya de explicar una historia, se suceden las escenas con temáticas diversas y dispersas como la cirugía plástica o el homenaje a prendas clichés de la casa como el vestido corsé. Vemos como una desganada Catherine Deneuve dicta desde la pantalla el credo del diseñador mientras el histrionis­mo de las coreografí­as se va descafeina­ndo a fuerza de repetir los mismos recursos. El potencial de talentos individual­es como el de la cantante Demi Mondaine se queda atrapado en tópicos a la altura de La vie en rose de Piaf. Y así, mientras los excesos naífs van dejando poso, la autorrefer­encialidad convoca por insistenci­a el temido fantasma del aburrimien­to.

Los fans de Gaultier no estarán de acuerdo, porque, a pesar de sus desajustes, esta revista moderna sirve en bandeja todo el estilo creativo del diseñador, con sus luces bien presentes (la apertura de la moda a la sexualidad, al humor, al gamberrism­o, a la representa­ción de la diversidad étnica y los cuerpos no normativos), pero también proyecta algunas sombras de un universo escorado hacia el nihilismo y plagado de frivolités. ■

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Alberto Paredes / Europa Press Una sesión del ‘Fashion Freak Show’, de Jean-Paul Gaultier, en el teatro Coliseum de Barcelona.
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