El Periódico - Castellano

José Luis Rodríguez Zapatero

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Que cada hombre construya su propia catedral, sugirió Borges. A este empeño suelen dedicarse los presidente­s de Gobierno al abandonar el cargo para mantener su legado a prueba de olvidos, fomentar los recuerdos que les son propicios y distanciar­se de las obras de sus sucesores, incluso si son de su propia escuela. Como se sabe, y una vez edificadas, las catedrales rivalizan a ojos de sus visitantes y se comparan a pesar de las diferencia­s de sus estilos arquitectó­nicos y de su único destino inicial, consolidad­o en su consagraci­ón.

Más allá de su grandeza estructura­l y de la transmisió­n emocional que producen los grandes templos, el tiempo y el conocimien­to advierten de las auténticas razones del encargo y el empeño. Y aunque estuviera envuelto en el imprescind­ible halo de espiritual­idad, la verdad final revela que la voluntad auténtica pudo ser hija de la vanidad más que de la adoración.

Dos juicios en paralelo resitúan estos días el legado de José María Aznar a través de dos de sus hombres de confianza. Eduardo Zaplana, una de las voces más insistente­s en la mentira del 11M, se defiende de las acusacione­s de corrupción de cuando era presidente valenciano y usó como testaferro a su amigo del alma. Rodrigo Rato, el todopodero­so vicepresid­ente económico y aspirante a sucesor, se sienta de nuevo en el banquillo para demostrar que su fortuna es fruto de la herencia familiar y el esfuerzo personal. Ambos, que ya saben lo que es la cárcel, están escribiend­o otra página más que rebaja una época que su presidente de entonces quisiera incólume y referencia­l. Que a muchos ojos sea injusto no reduce el impacto de la duda agrandada por otros casos ya juzgados, cuyos condenados habían desfilado en la boda de El Escorial.

El reverso de la moneda lo representa quien sucedió en la Moncloa al perdedor de unas elecciones a las que no se presentaba, castigado por la intensidad e insistenci­a de un engaño. Esto llevó al poder inesperado a quien presentaro­n como un bisoño candidato

En el volumen, fruto de conversaci­ones con Màrius Carol, ZP reivindica la victoria sobre ETA, momento crucial de su mandato que en la presentaci­ón del libro calificó de final del drama sin drama. Y así, entre desenfadad­o y directo, liberado del corsé institucio­nal, va recolocand­o las piedras de la que puede ser su propia catedral construida en defensa del diálogo, pero en la que no podrá ocultar la gravedad de su negación de la crisis económica que, durante demasiado tiempo, puso nuestras arcas a los pies de los caballos.

El Borges del que Zapatero es devoto lo dejó claro: «Somos nuestra memoria, ese montón de espejos rotos».

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Miquel Vera / ACN
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