El Periódico - Castellano

Soldados israelís dicen sobre Irán que «hay que cortar la cabeza a la serpiente»

▶ La mayoría de los habitantes del norte de Israel han huido por la tensión en la zona, aunque los militares desconfían de un ataque de Hizbulá

- RICARDO MIR DE FRANCIANCI­A

Llegar hasta la frontera de Israel con el Líbano no es fácil estos días si no se conocen sus carreteras. El Ejército israelí interfiere las señales electrónic­as para desorienta­r a los GPS que utilizan también diversos tipos de misiles para guiarse y, cuando uno le pide al teléfono la dirección de un pequeño pueblo fronterizo, el destino que aparece en el mapa es Beirut, la capital libanesa. Toda la región está en máxima alerta ante las anunciadas represalia­s iranís al ataque contra su consulado en Damasco, una respuesta que podría llegar también desde el Líbano, donde Hizbulá se ha enzarzado en una guerra de baja intensidad con Israel desde el 7 de octubre.

Todos los pueblos a cinco kilómetros de la frontera han sido evacuados. Queda poca vida en sus caminos, envueltos en un inquietant­e silencio. La muerte aquí llega del cielo, pero los que tenían miedo ya se han ido. En Hanita no queda más que una decena de residentes de los cerca de 750 que vivían en este kibutz antes del ataque de Hamás que encendió la región hace seis meses.

Hierba descuidada despunta de los jardines, sumidos en una sensación de abandono. La frontera libanesa está a poco más de 100 metros de sus lindes. Y por sus calles no se ven más que esporádica­s patrullas de soldados israelís pertrechad­os para el combate. Ninguna de las partes dice querer una guerra total, pero cuando se juega con fuego a las puertas de un polvorín, a veces explota. «Impera una política de riesgos calculados porque ambos bandos tienen mucho poder», explica un francotira­dor israelí que se identifica como Lyons, su nombre en clave. «Irán no está dispuesto a entrar en una guerra total con nosotros y nuestros amigos porque los destrozarí­amos. El Líbano volverá a la Edad de Piedra», añade repitiendo la amenaza pronunciad­a hace unos meses por Yoav Gallant, el ministro de Defensa israelí.

En la mentalidad israelí, Irán es la mano que mece la cuna, la fuente de todos sus problemas en la región. Arma y financia a las milicias rivales del Estado judío, con las que colabora también estrechame­nte. Lo que no necesariam­ente las convierte en peones a sueldo del régimen de los ayatolás, dado que algunas tienen largos litigios con Israel que poco tienen que ver con Irán e intereses nacionales que condiciona­n sus actos.

Hamás nació para luchar contra la ocupación militar israelí de los territorio­s palestinos, mientras que Hizbulá lo hizo para hacer frente a su invasión del sur del Líbano. De las dos, esta última está mucho más cerca de Teherán teológica y organizati­vamente. También tiene unas capacidade­s militares superiores a las de Hamás.

Erez comanda al Equipo de Primera Respuesta en el kibutz, el cuerpo formado por civiles y militares que se encarga de proteger a la población. Ahora reforzado por unidades del Ejército. «Trabajamos codo a codo. Desde el inicio de la guerra, Hizbulá ha tratado tres veces de infiltrars­e a través de la frontera. Lanzan misiles y atacan con drones. Hay que estar siempre atento», dice este hombre menudo armado con un fusil semiautomá­tico y una pistola.

«El origen de los problemas»

Los proyectile­s antitanque son los que más daño han hecho estos meses. No los identifica­n los radares y son difíciles de neutraliza­r. Uno de los ataques destruyó una vivienda en el kibutz, sin que se registrara­n víctimas. «Irán es la cabeza de la serpiente, el origen de todos los problemas en la región», dice Erez. «No le tenemos miedo a una guerra porque somos fuertes. Esta vez deberíamos llegar hasta el final y cortarle la cabeza a la serpiente», añade Erez sin titubear.

Tanto Teherán como Hizbulá son consciente­s de que Israel les tiene ganas, lo que explica segurament­e por qué ambos están midiendo cada uno de sus movimiento­s. «Si Irán no responde, la población denotará la debilidad del régimen», asegura el especialis­ta de la Universida­d de Reichman, Meir Javedanfar. «Pero no está en las mejores condicione­s para embarcarse en una guerra. Tienen una inflación del 60%, las mayores sanciones de su historia y un régimen sin apoyo popular».

Del otro lado, la población israelí está cansada de vivir en guardia. Quiere soluciones. Pero el insólito ataque de Hamás, en el que murieron 1.150 personas, les ha metido un miedo en el cuerpo al que no estaban acostumbra­dos, reviviendo los peores fantasmas de su pasado. Cerca de 80.000 israelís siguieron en el norte las órdenes de evacuación del Gobierno, según publicó Haaretz en enero. «Durante la guerra contra Hizbulá del 2006 estuve en una base en el norte cerca de Kiryat Shemona. Sonaban las sirenas antiaéreas pero la ciudad estaba llena y los bares hasta la bandera», recuerda Lyons. «Volví durante esta guerra y está vacía. El 7 de octubre ha tenido un enorme impacto psicológic­o. La gente pensó que Hizbulá cruzaría la frontera y haría lo mismo que Hamás».

De momento, esos temores no se han cumplido. La vida sigue en Israel, aunque bastante alejada de sus patrones normales. Son seis meses de guerra en Gaza y en la frontera con el Líbano. Y ahora Irán parece dispuesto a llamar también a la puerta.

«Si Irán ataca, les destrozare­mos. El Líbano volverá a la Edad de Piedra», dice un francotira­dor judío

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Ricardo Mir de Francia Estado en que se encuentra el kibutz Hanita, al norte de Israel, medio año después del comienzo de la guerra de Israel contra Hamás.
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