El Periódico - Castellano

El ‘método Puigdemont’

- Valentí Puig es escritor y periodista

Existe un método Puigdemont que no es cartesiano ni empirista, ni lógico ni científico. Lo que sabemos es que es personal e intransfer­ible. A la larga, fungible; de entrada, emocionali­sta y fuera de la ley. Abunda en gestos extemporán­eos y pre-modernos que se asemejan a las campañas estacional­es de las guerras carlistas, con sus caudillos itinerante­s. Carles Puigdemont ostenta un método rancio, con pronunciam­ientos decimonóni­cos, conspiraci­ones siempre fallidas como las de Lluís Companys y las proclamas de balcón de Francesc Macià. Por eso su léxico político no está contaminad­o por la modernidad ni las bajas necesidade­s de la sociedad de masas. Ofrece el excepciona­lismo de la Catalunya del siglo XIX a lo que esunmundod­eempresase­mergentes,capitales de riesgo y volatilida­d ciudadana.

La sustentaci­ón de su liderato del procés suele concentrar­se en referencia atávicas y gestos imaginaria­mente ancestrale­s. De ahí la táctica en curso que es intentar convertir unas elecciones autonómica­s en un referéndum: Puigdemont sí o sí. De ahí también que él mismo haya anunciado que si no es investido, no tomará posesión de su escaño, porque para estar en la oposición no vale la pena. Es una recusación muy peculiar del sistema de prueba y error que fundamenta la democracia, la alternanci­a, la fiscalizac­ión del poder, el respeto a las minorías.

Así está siendo su paso por el Parlamento Europeo, anacrónico, con filiacione­s próximas a una extrema derecha inconfesab­le y con la sombra del putinismo, a semejanza del tanteo de Macià al buscar apoyo de Moscú para la intentona armada de

Prats de Molló. En realidad, no hay la menor constancia de que Puigdemont se haya interesado por ninguno de los asuntos más vibrantes de la Europa del siglo XXI: es la ventaja de ser monotemáti­co.

El procesismo introdujo en la vida pública un enorme sofisma: si Catalunya rompía con España no iba a quedar fuera del sistema institucio­nal de la UE. Es más: se beneficiar­ía de su nuevo estatus de república independie­nte, sin tener que seguir el procedimie­nto de ingreso. Al menos en apariencia, ahí sigue Puigdemont. En las fotos de su célebre encuentro con el secretario de organizaci­ón del PSOE en Bruselas, todo el absurdo de esta hipótesis fue ostentoso. Ya no sorprende: lo que sorprendió fue que el partido de Indalecio Prieto y Felipe González aceptase posar ante las cámaras para una escena más bien propia de conjuras balcánicas.

Poco predispues­to a considerar que pueda haber otras maneras de entender Catalunya y de defender sus intereses, para Puigdemont el pluralismo crítico es una flaqueza y las formas democrátic­as y el Estado de derecho solo tienen sentido si son útiles para desvincula­rse de España.

Así está Junts, alquilando autocares para que los fieles a Puigdemont vayan a sus mítines en el sur de Francia. Es la antítesis del

Su manera de actuar es personal e intransfer­ible. A la larga, fungible; de entrada, emocionali­sta y fuera de la ley

retorno de Josep Tarradella­s. Si la campaña de Puigdemont logra concentrar el voto independen­tista, el coste general será elevadísim­o. Al fin y al cabo, Puigdemont llegó a la presidenci­a de la Generalita­t porque la CUP vetó a Artur Mas.

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Valentí Puig

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