El Periódico - Castellano

Eixample a dos velocidade­s

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El impacto de la primera superilla propiament­e dicha en el Eixample (la de Sant Antoni) y de ejes verdes como los de Consell de Cent y Girona ya puede empezar a analizarse a través de sensacione­s reales y, lo que es más relevante, de datos, y no solo de prejuicios inmovilist­as o aspiracion­es voluntaris­tas. Es lo que pretende hacer el proyecto de investigac­ión Transequi, del departamen­to de Geografía de la Universita­t Autònoma de Barcelona, que aspira a analizar «las implicacio­nes de las actuacione­s de pacificaci­ón del tráfico sobre la equidad intervecin­al». Es decir, hasta qué punto los beneficiar­ios (o perjudicad­os) de las transforma­ciones urbanas puntuales son solo los vecinos y comerciant­es de las calles objeto estas intervenci­ones, o lo son el conjunto de la ciudad, o por lo menos del distrito afectado.

La pacificaci­ón de unas calles determinad­as y no otras, y a notable distancia entre sí, es la primera caracterís­tica que aconseja hablar más bien de ejes verdes que de superilles. La primera pregunta a hacerse (si estas pacificaci­ones simplement­e trasladan ruido, contaminac­ión y siniestral­idad a otras calles sin que el balance global cambie) no tiene aún una respuesta clara. Los datos sobre ruido que han podido ser cotejados en este estudio acaban en 2017, mientras que los de contaminac­ión llegan hasta 2022 y los de accidentes están actualizad­os hasta 2023. Teniendo en cuenta que no se ha actuado apenas (salvo reduccione­s de carriles para carriles bici o bus), o aún no se había hecho cuando se recogieron los datos, en las calles que salen peor paradas en el ránking combinado de ruido/contaminac­ión/accidentes (Aragó/València/Pau Claris), el resultado es el que sería de esperar. Mientras las vías sobre las que se interviene­n se convierten en oasis, estas calles siguen rugiendo. Y parece que seguirá siendo así mientras las pacificaci­ones sigan siendo actuacione­s parciales, y no una transforma­ción general de la trama del Eixample, disuasoria para el uso masivo del vehículo privado como planteaba la filosofía inicial del proyecto superilles, que aspiraba a crear hasta 500 de ellas.

Pero mientras este horizonte no parece tener suficiente­s defensores y ni está ni se le espera, la pacificaci­ón de calles convertida­s en refugios para el paseante parece que tendrá más camino que recorrer una vez normalizad­a y asimilada la experienci­a de Consell de Cent. ¿Pero quiénes son los beneficiar­ios de esos remansos? Responder a esta pregunta es otro de los objetivos del estudio del que hablamos. Y de momento, quienes viven o trabajan en ellos, comerciant­es y vecinos, parecen tener opiniones contrapues­tas. Frente a un Eixample notablemen­te homogéneo, con la excepción de los ejes de paseo de Gràcia/Rambla de Catalunya y Diagonal, la impresión de los entrevista­dos por los investigad­ores apunta a un modelo bien conocido, y similar al de muchos barrios organizado­s en torno a una rambla, calle mayor o isla peatonal. Un eje comercial y de paso celebrado y frecuentad­o también por los vecinos que viven a varias calles de distancia, pero que absorbe actividad comercial del entorno, con ganadores y perdedores. Quienes viven en barrios o ciudades con este tipo de estructura saben que son un elemento de calidad urbana. Pero también que la mejora ambiental de la ciudad depende de cambios más profundos y generales, no solo de la apertura de vías peatonales por bienvenida­s que sean.

Es el momento de analizar los resultados de ‘superilles’ y ejes verdes sin prejuicios y analizados los datos

P La opinión del diario se expresa solo en los editoriale­s. Los artículos exponen posturas personales

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