Los planes olímpicos de Macron
El presidente francés, como ahora al revelar su estrategia de seguridad en la apertura de los Juegos, expresa en voz alta sus propias reflexiones.
A un centenar de días del inicio de los Juegos de verano de París 2024, la antorcha olímpica inició ayer el camino hacia la capital francesa. El primer relevista, el griego Stéfanos Duskos, se arrodilló unos instantes ante una estela de mármol de la antigua Olimpia donde reposa el corazón del barón Pierre de Coubertin, el renovador del movimiento olímpico de la era moderna. Se trata de una imagen doblemente simbólica: resume la tradición olímpica de Francia y lo mucho que se juega París en esta nueva reválida. Es un reto reputacional: no solo deportivo, sino también político.
Así lo ha entendido el presidente Emmanuel Macron, que ha tomado las riendas de la carrera olímpica. Se trata de un gesto propio de su hiperpresidencia. El lunes, en una entrevista televisiva, intentó transmitir tranquilidad a los franceses en todos los frentes: el diplomático –dijo que lo haría todo para asegurar una «tregua olímpica»–, el de las finanzas, el laboral –las amenazas de huelga en distintos sectores– y el de la seguridad. Es este último terreno, con el telón de fondo del grado de alerta antiterrorista, donde Macron explicó sus planes: el A, el B e, incluso, el C.
El plan A, que el presidente francés definió como una première mundial, prevé una ceremonia inaugural inédita en el Sena: 94 embarcaciones, con las delegaciones olímpicas, desfilarán a lo largo del río desde el puente de Austerlitz hasta la torre Eiffel. «Se puede hacer y lo vamos a hacer», enfatizó. Sin embargo, acto seguido, Macron hizo de comentarista de sí mismo. Reveló que, en función de las amenazas terroristas del momento, «hay planes B e incluso planes C», y «los preparamos en paralelo»: la apertura olímpica podría quedar «limitada al Trocadero» o, incluso, ser «repatriada dentro del Stade de France». Todas las cartas, en suma, sobre la mesa.
Macron, que estudio filosofía antes de dedicarse a las finanzas, tiene un superávit de formación intelectual y un déficit de profesionalidad política. Llegó a la presidencia sin haber desempeñado antes otro cargo de elección directa, algo muy atípico en un país donde los presidentes han sido antes diputado-alcalde. Esta falta de instinto político se evidenció ya en su falta de reflejos ante las protestas de los chalecos amarillos, contra la reforma de las pensiones o la ley de inmigración. Está por ver si le ocurrirá lo mismo ante la cita olímpica del verano (del 26 de julio al 11 de agosto).
El presidente Macron, como ha hecho ahora al revelar sus planes de seguridad en la ceremonia de apertura de los Juegos, expresa en voz alta sus propias reflexiones: habló de «muerte cerebral» de la OTAN y despertó del coma tras la invasión rusa de Ucrania; pasó horas y horas hablando con Putin, se sentó después en su larga mesa y ha sido el primer aliado en evocar el envió de tropas terrestres a la zona. No solo la política de seguridad y de defensa, sino también la acción exterior, otro dominio reservado de los presidentes de la República, se ha resentido: Francia está de retirada de los países del Sahel e intenta recomponer sus relaciones en el Magreb. Lo dicho: Macron tiene muchos planes. Demasiados.
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Rafael Jorba es periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO