El Periódico - Castellano

Una tragedia insoportab­le

El Barça se derrumba ante los de Luis Enrique tras la expulsión de Araujo, con una hora por delante, y cae eliminado en el torneo. Dembélé, convertido en antricrist­o, y Mbappé, que solo apareció para disfrazars­e de Rey Sol, ajustician.

- FRANCISCO CABEZAS

No hay vida sin llanto. Sin sufrimient­o. Tampoco sin muerte. Había renacido el Barça en París (2-3) en un partido que permitía imaginar una nueva era para el club. Una resurrecci­ón. Pero no hay nada tan efímero como el maldito fútbol, que te ensalza y te hunde con una crueldad a veces insoportab­le (1-4). Un error de Araujo que dejó a su equipo con diez con una hora por delante y ventaja en el marcador, y un penalti de Cancelo a un anticristo tan surrealist­a como Dembélé para que Mbappé se sintiera el Rey Sol ante la enfurecida grada de Montjuïc, dejó al Barcelona en la cuneta otra vez en la Champions. Aunque quizá la escena más triste de todas fuera la de Xavi Hernández pateando la protección de la cámara de televisión, ganándose una expulsión cuando su equipo más necesitaba a un entrenador cuerdo. El Barça no lo tuvo.

De poco sirvieron entonces los gritos desatados de la previa, el aroma a azufre, los aplausos del desenlace, y el ansia por recuperar el valor de un escudo pisoteado en los últimos años, no solo por sus rivales deportivos (Roma, Liverpool, Bayern o el mismo PSG), sino también por sus propios dirigentes, que lanzaron al club al vacío desde aquel lejano éxito frente a la puerta de Maratón de Berlín (2015). Aún no se ha recuperado.

Cuesta separarse de la tragedia. Solo así puede entenderse que el mismo futbolista que parecía dispuesto a vivir una de las noches de su vida, Araujo, protagoniz­ara los dos episodios que llevaron al Barça de la luz a la tiniebla. Porque el uruguayo, que se echó encima de Xavi para celebrar que esas botas que Luis Enrique optó por desatender fueron las mismas en las que nació el 1-0, descubrió también el reverso de la gloria.

Pero volvamos al gol inaugural. El técnico del PSG había ordenado a sus jugadores que cubrieran la salida de balón de Cubarsí, dejando así solo a Araujo para que hiciera lo que viniera en gana. Luis Enrique tenía claro el eslabón débil en la construcci­ón y empleó una treta conocida. Pero fue el uruguayo quien abrió y permitió a Lamine Yamal que hiciera añicos la cadera de Nuno Mendes, paso previo para repetir un centro con el exterior como en París y que Raphinha, también como en la ida, se abalanzara sobre el cuero para encontrar la red. Era el primer remate a palos del Barcelona.

Error fatal

Pero Luis Enrique no corrigió su táctica. Todo lo contrario. Así que insistió en flotar a Araujo hasta que, esta vez sí, cometió un error fatal. Un mal pase acabó con el diabólico Barcola con una estepa por delante por correr, aunque lo hiciera en diagonal. Araujo solo pudo detenerlo poniendo la mano sobre el hombro del jovencito francés. Se libró del penalti por un par de palmos, pero no de una expulsión que dejó al Barça con 10 con una hora por delante. Y ya sin Lamine Yamal en el equipo, tristement­e sacrificad­o por Iñigo Martínez. Ahí acabó todo. Araujo agitó la mano para dejar claro que el árbitro rumano István Kovács había acudido allí como amigo de lo ajeno. No fue noche para coartadas.

En inferiorid­ad, el Barça se tambaleó hasta derrumbars­e. Dembélé, pese a los abucheos de una afición que intentó convertirl­o en Figo pese a que este seguía poniendo cara de no entender nada, tomó el em

pate antes del descanso gracias a otra gran acción de Barcola. En pleno acoso galo, De Jong se olvidó que Vitinha podía fusilar en la frontal en el 1-2; y Cancelo se llevó por delante a Dembélé para satisfacci­ón de Mbappé, que pudo marcar de penalti el 1-3.

De nada sirvió que Gündogan, Lewandowsk­i y Raphinha se dejaran la piel por en busca de un gol redentor que nunca llegó, porque quien puso el colofón fue Mbappé ante la furiosa celebració­n de los parisinos, con Luis Enrique saltando en la banda y los jugadores franceses corriendo directos hacia la grada y sorteando cuerpos caídos de futbolista­s del Barça.

«Siempre he tenido miedo, un miedo puro, surgido no de la idea del peligro, sino de la vida misma». El pesar de Cartarescu en su Sole

noide es el mismo que martiriza al Barça. Un equipo que murió cuando más cerca estaba de la vida.

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Jordi Cotrina Gündogan consuela a Raphinha al finalizar el partido en Montjuïc.
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